Volverán a florecer las jacarandas.
Es curiosa la forma en que normalizamos la violencia contra las mujeres. La manera en que hemos llegado al punto de ni siquiera inmutarnos cuando vemos o escuchamos sobre los feminicidios en los medios de comunicación. Nos hemos desensibilizado tanto socialmente, que parece natural que las mujeres desaparezcan o que sean violentadas por sus parejas….
Es curiosa la forma en que normalizamos la violencia contra las mujeres. La manera en que hemos llegado al punto de ni siquiera inmutarnos cuando vemos o escuchamos sobre los feminicidios en los medios de comunicación. Nos hemos desensibilizado tanto socialmente, que parece natural que las mujeres desaparezcan o que sean violentadas por sus parejas. ¿Cómo es posible que no nos asqueemos de tanta injusticia? ¿Cómo es posible vivir entre tanta violencia?
Mi madre se preocupa cada que acudo a una manifestación feminista. Ella me ha visto crecer con miedo y ahora le resulta particularmente alarmante, sobre todo cuando escucha que 10 mujeres al día son asesinadas en México. Mi mamá, para tratar de disuadirme, me relata que el día que yo nací ella comenzó a angustiarse, porque sabía que en nuestro mundo las niñas son más vulnerables y corren mayores peligros. Mi madre me cuenta que cuando yo era pequeña, ella vivía aterrada pensando en que podía ocurrirme lo mismo que veía por la televisión que les pasaba a las “muertas de Juárez”. Y ese miedo no ha desaparecido, pues piensa que cada que me despido de ella, podría tratarse de la última vez que ha de verme.
Me queda claro que tiene razón mi madre al preocuparse. Pues todos sus temores tienen un fundamento real: la violencia de género que abunda en nuestra sociedad. Sin embargo, ¿cómo podría quedarme callada ante tanto dolor? ¿Cómo podríamos ser tan indolentes e ignorar los asesinatos de mujeres? No puedo simplemente pensar que mientras yo vivo tranquila, hay miles de niñas como Fátima, que en este momento son violadas y torturadas. Y que el día de mañana las encontraremos en un terreno baldío, muertas en bolsas de plástico.
No puedo dejar de pensar en que hay miles de mujeres en México que diariamente son maltratadas por sus parejas. Y que de ellas sólo sabremos cuando terminen asesinadas a manos de los hombres que, se supone, las amaban. Mujeres como Ingrid Escamilla, quien fue encontrada desollada. Su asesino, en un intento por esconder el crimen, decidió arrancarle la piel desde el rostro hasta las rodillas y tirar los restos en bolsas de basura. Cuando fue descubierto por la policía, no tuvo más remedio que confesar lo que había hecho. Pero el caso de Ingrid, no quedó hasta ahí. Después de la detención del culpable, circularon en los medios de comunicación las fotografías que se habían tomado en la escena del crimen, violentando su cuerpo incluso después de su muerte.
¿O cómo olvidar el feminicidio de Abril Pérez Sagaón? Una mujer que fue víctima de violencia doméstica por mucho tiempo, que incluso llegó a estar hospitalizada después de que a su marido se le ocurriera despertarla a golpes en el rostro con un bate. ¿Se pueden imaginar el miedo al despertar de esa manera? ¿El dolor y la desesperación al sentir que te ahogas con tu propia sangre? Pues eso fue lo que vivió Abril. Y las cosas no terminaron ahí. Cuando decidió separarse de su marido, fue acribillada mientras viajaba en su camioneta, frente a sus hijos, como una muestra clara de que su vida dependía de permanecer casada con su verdugo.
Estos casos no han sido los únicos, pero sí fueron el origen de la indignación general por parte de miles de mujeres al comenzar este fatal 2020. Indignación que culminó con una mega protesta el 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer. Las calles de las principales ciudades del país se pintaron con pañoletas violetas y verdes. En la Ciudad de México, el Monumento a la Revolución lucía con una espectacular paleta morada, donde las pancartas resultaban el mayor atractivo a la vista. Entre gritos de “vivas nos queremos” miles de mexicanas hicimos un llamado en contra de la violencia de género. Mujeres de todas las edades, condición socioeconómica o ideologías políticas, nos congregamos para protestar contra el Estado feminicida. Las mujeres de México, en sintonía con toda América Latina, salimos a las calles para demostrar nuestro hartazgo al sistema patriarcal. Nuestras voces eran rotundas “!ni una asesinada más¡”. En todas las latitudes del país se podían observar mujeres rebeldes desafiando al sistema, al cual le reiteramos que la lucha no parará, pues nos han quitado todo, incluso el miedo.
Hermanas que a la voz de “!y la culpa no era mía…!”, señalaban la revictimización de la que somos objeto, incluso cuando somos violentadas. Madres que con niñas en brazos o en sus vientres, marchaban con la esperanza de cambiar el mundo en el que sus pequeñas tendrían que crecer. Mujeres en lucha que se volvieron las voces de aquellas que ya no podían gritar, reclamando por las desaparecidas, por las mutiladas, por las mujeres torturadas, por las asesinadas. Colectivos y colectivas de madres víctimas de feminicidios, al frente, con la cara en alto, retando a la indiferencia. Mujeres que entre consignas le reclamaban al presidente su indolencia. Mexicanas que dejaban claro que sin importar lo que tuvieran que romper o quemar, no se detendrían hasta que la violencia se erradique de una vez por todas. Reiteramos una y otra vez que “si tocan a una, respondemos todas”.
Y después del inmenso ruido, vino el silencio, las voces de miles de personas se apagaron. Con un paro nacional donde las mujeres demostramos que además de marchar, sabemos organizarnos. En todo el país se vivió la ausencia de las mujeres, en los trabajos, en las escuelas, en las redes sociales. Fue una protesta silenciosa y, sin embargo, resonaron nuestros reclamos. Demostramos que este mundo no tiene posibilidades de subsistir sin nosotras. Pérdidas económicas fue lo que más resaltaron los periodistas en sus artículos de opinión. Pero para las mexicanas, el logro más grande que se obtuvo el 9 de marzo de 2020 fue la unión y sororidad femenina. La hermandad que resulta de la opresión, de la violencia. Pues mientras en otros países se debate en la agenda feminista sobre el aborto, la prostitución o los partos humanizados, en México el llamado es más básico: simplemente nos queremos vivas.
Aunque la pandemia vino a calmar las protestas, pues nos forzó a encerrarnos en nuestros hogares, las demandas continúan siendo las mismas. Los feminicidios no disminuyeron durante la cuarentena obligatoria, al contrario, incrementó la violencia contra las mujeres dentro de sus hogares. La insensibilidad, ignorancia y oportunismo de la clase política en cuestiones de género es más que evidente. El desinterés por parte del gobierno en cuanto a la violencia que sufren las mujeres es el mismo que ha estado presente durante toda la historia, sin importar que ahora nuestro presidente se trate de un supuesto luchador social. Pero todo esto, sólo puede conducirnos a nuevas protestas. En cuanto se mitigue la pandemia, estoy segura de que volverán a ver a las feministas protestando con más fuerza, pintando las calles de violeta y verde, gritando consignas, rayando monumentos, tomando instalaciones gubernamentales, exigiendo justicia. Las jacarandas volverán a florecer en marzo y el resto de los meses del año, hasta que la dignidad sea una realidad.