Un día sin Fátima
¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para defender tus ideales y tus principios? ¿Marchar, gritar, denunciar? En esta crónica te darás cuenta que no para todas es tan fácil responder estas preguntas.
Fátima hablaba sobre las muertes de las mujeres, sobre cómo ser el sexo “débil” las hacía más propensas a un día no volver.
一¿Entonces tú también le vas a entrar a esas cosas feministas?一 Resopla Raúl, subiéndose a la cama.
一¿Y por qué no? Si yo también soy mujer.
一¡Pero esas son babosadas, Fátima! ¡Sólo quieren llamar la atención, son una bola de viejas traumadas!
Sentada al lado de su cama, Fátima se echa el cobertor de borrega sobre las piernas y se encoge de hombros.
一Pues mañana es el paro nacional y me dieron el día en el trabajo, así que no cuentes conmigo para nada.
Raúl frunce el ceño. Seguir peleando con ella es un arma de doble filo y una parte de él casi puede jurar que su esposa no habla en serio. Así que decide voltearse sobre la cama y acomodarse para dormir. <<Al rato se le pasa>>, piensa poco antes de quedarse dormido.
Suena la alarma. Raúl abre un ojo y busca a tientas el celular para apagar el molesto ruido de la madrugadora canción. Son las 6:30 a.m. Prende la lámpara del buró y se gira, al tiempo que estira el brazo hacia el lado izquierdo de la cama. Fátima no está ahí. En su lugar hay una hoja de papel donde se lee: “Hoy no estaré en casa. Te encargo a los niños”, en letras grandes y moradas. <<Si será cabrona.>>
一 ¡Fátima!一 Grita, mientras se baja de la cama.
Sale del cuarto y baja las escaleras hacia la sala comedor. No hay nadie, ni una luz, ni un ruido. Se asoma a la cocina, pero tampoco hay rastro de su esposa. <<Es solo una prueba estúpida. Se quieren hacer las importantes ‘nomás’, pero va a ver>>. Raúl sube las escaleras y camina por el pasillo hasta los cuartos de sus hijos. Abre una puerta, prende la luz y se acerca a la cama de Miguel.
一¡Hijo, levántate!一 Raúl sacude enérgicamente los pequeños hombros del niño hasta que éste abre sus ojos, desorientado. 一Ya va a ser hora de ir a la escuela.一
El pequeño Miguel se estira en la cama y se levanta de mala gana. Arrastrando los pies, se acerca a su closet para sacar el uniforme escolar. Raúl sale de ahí y atraviesa el corredor hacia el cuarto de su hija menor.
一¡Andrea, mi amor, ya levántate!一 Dice desde la puerta.
La niña rezonga y se acomoda en la almohada. A sus 6 años de edad es ‘calzonuda’ como ella sola. Raúl se acerca a la cama y la toma de la mano para sentarla. Andrea hace una mueca de dolor y abre los ojos.
一¡Ya desperté, ya suéltame!一 Dice, enojada. 一¿Dónde está mi mamá?一
一Vístete para ir a la escuela, ¡rápido!一 Dice él, dejando la habitación.
Raúl regresa hacia su cuarto con paso apretado y toma el celular de la mesa de noche. La hora marca cinco minutos para las siete. Va al cuarto de baño y abre la llave de la regadera. Mientras espera a que se caliente el agua, llama al celular de Fátima. Da tres timbrazos antes de que salte el contestador: “Lo sentimos, el número que usted marcó no está disponible o se encuentra fuera del área de servicio…”. Cuelga y vuelve a llamar. Contestador. Cuelga y vuelve a llamar. Contestador. << Carajo, Fátima ¿Qué te hace falta para ser una mujer normal? Tienes hijos, responsabilidades en la casa y un trabajo. ¿Es que no basta con eso? No, ahora también tenías que ser feminista>>.
El cuarto de baño comienza a llenarse de vapor, lo que lo devuelve a su realidad mañanera. Raúl se desviste rápidamente y se sumerge en las gotas de agua que caen sobre él. <<No es la esposa perfecta pero… yo no sé qué quiere demostrar yéndose. Si de vez en cuando cocinara, en lugar de sólo calentar los guisos que le manda su mamá. Y tal vez si pagara mis tarjetas a tiempo para que no nos cobren recargos. ¡Ah! Y si de vez en cuando no le “doliera la cabeza”, podríamos tener sexo como dios manda>>. Sus pensamientos fluyen con el agua, mientras se enjabona.

一¡Papáááá!一 El chillido de Andrea casi hace que se vaya de espaldas.
Raúl se quita el jabón lo más rápido que puede, se amarra una toalla a la cintura y sale del baño corriendo. Se encuentra con Andrea, que trae cepillo en mano, en la puerta de su cuarto
一Papá, ¿me puedes peinar?一 Dice la pequeña. Trae el chaleco escolar con las costuras hacia afuera.
一¡No!一 Grita Raúl, enojado, pues esperaba ver sangre o algo por el estilo.
Andrea hace pucheros y patea el piso. Al ver que Raúl no cede, las lágrimas empiezan a resbalar por sus mejillas. Su cara comienza a ponerse roja y se prepara para soltar un berrido. Raúl la mira confundido y enojado.
一¡Ya no llores Andrea, ahorita te peino! Solo déjame vestirme, por Dios.
Cierra la puerta de nuevo y camina hacia el closet. Abre las puertas en busca de una camisa planchada, pero no hay ninguna. <<¡’Uta! ¿No pudo planchar ni siquiera una camisa antes de largarse?>>. Resignado, toma una camiseta tipo polo y unos pantalones de mezclilla. Mientras se enfunda la ropa interior, vuelve a ver la nota de Fátima sobre la cama: “Hoy no estaré en casa. Te encargo a los niños”.
一¡Papáááá!一 Grita Miguel al otro lado de la puerta. 一¿Qué vas a hacer de desayunar? ¿Dónde está mamá?
<<¡El desayuno, chinga!>> Mira el reloj de pared que marca las 7:30 hrs. Brincando, termina de ponerse los pantalones y se acerca a la puerta. Cuando abre, Andrea sigue ahí.
一Pásate pues, pero rápido.
La niña corre y se sienta en la orilla de la cama.
一Quiero dos colitas.一 Dice, dejando el cepillo junto a ella.
一Te voy a hacer lo que me salga, que yo no sé peinar.
Andrea voltea enérgicamente su pequeño cuello con una mirada acribilladora. <<Para qué quiero a Fátima, sí aquí está su doble>>, piensa. Diez minutos y varios jalones de cabello después, hay dos colitas medio chuecas en la cabeza de Andrea, que se baja de la cama con un brinquito y corre a buscar su mochila. Raúl se enjuaga el gel de las manos en el lavabo y las pasa por su cabeza en un intento fallido de acomodarse un poco el encrespado pelo. Regresa al cuarto, se pone calcetines y tenis, toma su celular, su cartera y las llaves de la camioneta y corre escaleras abajo. Los niños lo esperan ya en la puerta. Él abre y hace la seña para que salgan.
一No hemos desayunado.一 Dice Miguel, mirando a su papá, pero caminando hacia la camioneta.
一Ya no hay tiempo.一 Responde él, ayudando a Andrea para que vaya más rápido y cerrando la casa tras de sí.
El carro de Fátima está en su espacio del estacionamiento. Raúl prefiere pasarlo por alto, se sube y enciende la camioneta, saliendo casi inmediatamente del cajón. Enfila por las avenidas en silencio, pensando en que ya va muy tarde y que tiene mucha hambre. También se le pasa por la cabeza que jamás había notado todo ese ajetreo en las mañanas. Fátima levanta, viste y peina a los niños antes de vestirse ella, y todavía hace de desayunar para todos antes de irse a trabajar. El pensamiento se ve desplazado cuando ve la entrada de la escuela. Un maestro sonriente hace la seña para que baje la velocidad, y cuando está completamente parado, abre la puerta.
一Señor Raúl, que sorpresa verlo por aquí. ¿Su esposa también se “puso en huelga”?一 Dice socarronamente mientras ayuda a los niños a bajarse.
Raúl asiente sonriendo, pero no es una sonrisa real. Está rígida y se ve fingida, como quien hace algo que no quiere. El maestro mantiene su irónica mueca de sonrisa.
一Qué bueno que usted sí puede con sus hijos y se hace cargo de ellos.一 Dice el maestro, quien cierra la puerta del carro y guía a los niños a la entrada.
Raúl se queda en una pieza. <<Pues sí son mis hijos, pero traerlos a la escuela no es mi trabajo>>. Duda un momento y luego se pone en marcha hacia su trabajo.
一¡Jefe! ¡Qué bueno que llegó! Tenemos un problema.一 Le dice Jaime, uno de sus obreros. 一Laurita no ha llegado y la oficina no está abierta. La cafetería tampoco abrió, que porque según hoy las mujeres no trabajan. Tenemos como 30 minutos esperándolo aquí afuera.
Laurita es la secretaria, la única persona que tiene llaves, además de él. Abre la oficina y los obreros empiezan a entrar y a organizarse. Raúl pasa a su oficina para calzarse las botas de seguridad, entonces la ve: Sobre el escritorio de Laurita, una hoja blanca doblada. Se acerca y la toma. “Hoy no estaré en la oficina”, se lee, escrito en las mismas letras moradas de la carta de Fátima.
<<¡Maldita sea! ¿Y quién va a contestar el teléfono? Yo no voy a pelearme con los clientes. ¿Y la facturación?>>
Y así empieza el día en su negocio. Entre los obreros y la organización de los materiales, Raúl tiene que correr de vez en cuando a contestar el teléfono de la oficina. Un par de veces tiene que poner en espera a los clientes para poder hacer las cotizaciones con calma, y recibe regaños de muchos hombres cuyos pedidos no han llegado a tiempo por culpa suya. Todo el día tiene que hacer listas y verificar que los muchachos carguen los camiones para hacerlos llegar a tiempo y en más de una ocasión los clientes que van a comprar ahí en la tienda lo entretienen con pedidos pequeños. Cuando le piden facturas, prefiere sólo pedir los datos y decirles que se las hará llegar lo más rápido que se pueda a su correo.
Cuando menos piensa, ya son las 3:00 p.m. y la hora de ir por los niños a la escuela se ha pasado. Decide cerrar el negocio, sólo en lo que va por ellos y los deja comiendo, así que saca a todos los obreros y les pide que vuelvan a las 4:00. Acelera por todo el trayecto hacia la escuela, y cuando por fin ve la puerta, la ve cerrada. Se estaciona y se baja a tocar. El mismo maestro de la mañana le abre la puerta y sonríe aliviado al verlo. Los niños salen detrás de él y abrazan a su papá. Raúl, por primera vez en lo que va de día, se siente sereno.
一Papá.一 Dice Andrea. 一¿Por qué tardaste tanto? Tengo mucha hambre.
一Pensé que vendría mi mamá.一 Dice Miguel, por lo bajo.
Raúl no dice nada, sólo los mira con una sonrisa pequeña y triste. Extraña a Fátima. Todo es más fácil cuando ella lo arregla.
一¿Quieren hamburguesas para comer?一 Pregunta, y los niños asienten enérgicamente.
Tiene que volver a la oficina y quizá lo más fácil sea llevarlos con él, así que pasa por un McDonald’s antes y compra hamburguesas para los tres. Durante el trayecto ve caras largas, caras cansadas, caras agobiadas, y todas son de hombres. Quizá ve dos o tres mujeres por ahí, pero en general las calles están vacías.
<< ¿Y a dónde fueron todas?>>.
La tarde se va en más llamadas de clientes molestos, más pedidos, más problemas de cargas y más datos para facturación. <<Le voy a subir el sueldo a Laurita, un día de estos>>. Junto al escritorio, en una salita de espera, los niños comen, terminan sus tareas y duermen. Un par de veces preguntan si ya es hora de ir a casa, pero el trabajo no suelta a Raúl. Otro día, hubiera dejado todo en manos de sus obreros, pero no hoy.
Cuando por fin dan las 8:00 pm, apaga todo y lleva a los niños al carro. Se siente más agotado de lo habitual, sobre todo emocionalmente. Conduce a casa por el camino más largo que se sabe y le pide a Dios que ese día termine. Tan sólo quiere llegar a dormir, aunque sabe que eso quizás no sea posible. Probablemente tenga que llegar a hacer la cena y a meter a sus hijos a bañar. Se pregunta de dónde le salen fuerzas a Fátima para llegar a leer cuentos antes de dormir y todas esas cosas que hace. Estaciona el carro en el cajón correspondiente. El interior de la casa se ve oscuro y las esperanzas de Raúl se disuelven. Andrea se ha quedado dormida, así que se echa la mochila a la espalda y la toma en brazos. Miguel abre la puerta de la entrada con algo de dificultad y cuando entran, el entorno es distinto a lo esperado. La casa está cálida y huele a guiso de la abuela. La luz del fondo, la de la cocina, está prendida. Raúl y Miguel caminan a prisa hacia allá y cuando entran se paralizan: Fátima está cocinando. Se ve radiante, tranquila y fresca. Las bolsas bajo sus ojos desaparecieron y usa un bonito vestido azul, muy diferente a su habitual uniforme de trabajo. Voltea y les sonríe.
一¡Hola chicos!一 Dice acercándose a Raúl, para quitarle a Andrea de los brazos. 一¿Qué tal su día?
Andrea abre los ojos cuando siente el cambio de brazos y sonríe.
一¡Mamá! Qué bueno que volviste, mi papá no sabe peinar.一 Dice la niña con el ceño fruncido.
Fátima se ríe con ganas.
一Seguro que aprenderá.一 Dice, mirándolo.
Raúl se acerca sonriendo y negando con la cabeza. La abraza con fuerza.
一Una mujer cansada no sirve para nada.一 Susurra ella.
Raúl asiente sin soltarla.
Habían pasado dos meses desde el día del Paro Nacional y las cosas ya habían cambiado, al menos un poco. A Raúl le tomó un rato entender todo lo que le decía su esposa, pero le bastó un segundo tras volver a verla después de un día sin ella, para querer escucharla. Ella hablaba sobre las muertes de las mujeres, sobre cómo ser el sexo “débil” las hacía más propensas a un día no volver. Hablaba sobre la importancia de hacer que las autoridades hicieran algo respecto a todas esas mujeres que faltaban, y que esa podía ser la solución a los feminicidios en México.
La dinámica en casa también había cambiado; Raúl y Fátima se levantaban a la misma hora y, mientras uno cambiaba a los niños, el otro les hacía de desayunar, y se turnaban para llevarlos y recogerlos de la escuela. También empezaron a enseñar a los niños sobre pequeñas tareas domésticas, como tender sus camas y mantener sus cuartos limpios, y si lo hacían bien durante una semana, mamá y papá les compraban un juguete o un dulce. Todo había mejorado notoriamente, hasta un día en que Fátima no volvió del trabajo. Se esfumó en el aire, como el día del paro, sólo que esta vez no había sido a propósito. Su teléfono había sido apagado y nadie sabía dónde estaba.
Dos semanas después, su cuerpo fue encontrado con signos de violencia sexual y múltiples golpes, en un baldío cercano a su oficina. Su cuerpo fue identificado por Miguel, porque reconoció el vestido azul de su mamá. A partir de ahí, todos los días se volvieron un día sin Fátima.