Súbito
Crónica sobre violencia intrafamiliar y los traumas que sufren los niños pequeños al presenciar las discusiones paternales.
Lleva el paso rápido y los zapatos sucios, grita desde la reja, pero nadie escucha. En tres zancadas llega hasta la puerta. Agita las llaves con ademán exagerado. Entra sin sacudirse los pies en la alfombra, entra y en la casa todo se paraliza.

El niño está en la sala, sentado en el suelo con las manos embadurnadas de pintura; frente a su cuerpo un dibujo: un día soleado, figuras humanas, un perro, quizás, es difícil saber qué dibujan los niños. El portazo lo estremece, se pinta la nariz sin darse cuenta. Papá está en casa, dice mientras corre a enseñarle el trabajo de toda una mañana. ¿Dónde está ella? Lo interrumpe antes de que pueda mostrarle nada, el dedito señala un pasillo largo que lleva a una cocina estrecha y oscura.
Vuelve a sentarse, esta vez en el sofá. Enciende el televisor y por encima de las voces fingidas se escuchan las voces reales. ¿Por qué no abriste la puerta? Coño, que uno llega cansado y ni siquiera tienes hecha la comida. ¡Yo quisiera saber qué tú has hecho hoy!
Las palabras van in crescendo, el pequeño aprieta la boca, pinta de negro todo el papel, pinta en círculos, pinta sin formas. Un plato cae y con él un cuerpo. Se para y el suelo parece hundirse, alargarse, se le mojan los ojos, no sabe bien por qué, pero se lanza a ese pozo frente a sus ojos.
Tres minutos… Despierta aturdido, siente el pantalón mojado, alza la vista. Lo encuentra allí, imponente, majestuoso como un monte, el sofá.