¿Soy la tóxica de la relación?
En últimas fechas, el término “tóxica” o “tóxico” se ha popularizado de forma abrumadora. Es sin duda el adjetivo calificativo que nos deja ver lo fácil que es detectar conductas nocivas en una relación de pareja, pero al mismo tiempo nos demuestra que muchas personas, a pesar de estar conscientes de ello, permiten o reproducen conductas dañinas.
Mía: así te llamas.
¿Qué más harmonía?
Mía: luz del día;
mía: rosas, llamas.
¡Qué aroma derramas
en el alma mía
si sé que me amas!
¡Oh Mía! ¡Oh Mía!
Tu sexo fundiste
con mi sexo fuerte,
fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
mía hasta la muerte?
Rubén Darío.
En últimas fechas, el término “tóxica” o “tóxico” se ha popularizado de forma abrumadora. Es sin duda el adjetivo calificativo que nos deja ver lo fácil que es detectar conductas nocivas en una relación de pareja, pero al mismo tiempo nos demuestra que muchas personas, a pesar de estar conscientes de ello, permiten o reproducen conductas dañinas.
Las mujeres tóxicas y los hombres tóxicos se caracterizan por afianzar conductas de posesión con sus parejas: llamadas constantes, revisar los mensajes de whatsapp, el clásico stalkeo de redes sociales, la prohibición de tener ciertas amistades, etcétera. Todo ello con el fin de estar seguras y seguros de que nuestra relación no está siendo afectada por infidelidades. Pero el trasfondo es mucho más que sólo el sentido enfermo de la propiedad carnal.
Paradójicamente, que encierran estas conductas son inseguridades en nuestra persona, que tienen origen en un sinfín de escenarios, los más comunes: crecer en un ambiente familiar donde los abusos emocionales y físicos eran una constante, ser testigo de las infidelidades cometidas por alguno de nuestros progenitores o familiares, y por supuesto las experiencias vividas en carne propia. Estas últimas son las que dañan nuestra autoestima, el ser víctima de una infidelidad nos produce cuestionamientos en nuestra imagen, en nuestros sentimientos y lamentablemente esa pérdida de autoconfianza se ve reflejada en las conductas aprehensivas para reafirmarnos que somos dignas del amor de nuestra pareja.
De tal suerte que el adjetivo “tóxica” o “tóxico” es la imagen fiel de las conductas destructivas que genera el machismo, pues el hombre que tiende a ser infiel lo hace con el objetivo de probar su virilidad, repercutiendo en nosotras con inseguridades que destruyen nuestra confianza.

Ahora bien, es obvio que las conductas vistas por los hombres en su infancia son las mismas que vemos las mujeres, con la diferencia de que ellos las traducen en la saciedad del ego viril y las toman como ejemplo para ser el prototipo de hombre con fama de mujeriego. Sin embargo, no reparan en que estas acciones también los lastima y les siembra inseguridades, mismas que tratan de sanar tiendo aventuras al por mayor, aprendiendo en el camino a ser profesionales en la manipulación emocional, para lograr que la parte afectada tenga sentimientos de responsabilidad emocional, e incluso culpa. De tal manera que la toxicidad tiene como fin fortalecer el sentido de pertenencia, de sabernos suyas porque así lo aprendieron desde su infancia, en contraste con nosotras que deseamos sabernos únicas en su lista de propiedad.
Por desgracia, es fácil identificar qué nos ha llevado a ser mujeres y hombres tóxicos, lo complicado radica en querer dejar de ser un agente activo o pasivo de esas conductas, porque para muchas personas es preferible lo nocivo a la soledad. Así que la próxima vez que te aceptes como una tóxica o un tóxico cuestiona de dónde surgió esta discapacidad emocional para que no permitas ningún tipo de daño físico o psicológico.