Sobre la desaparición forzada en Argentina
La mayoría de los desaparecidos políticos en Argentina nunca llegan a contar su versión, de modo que sus últimos pasos navegan entre la especulación y la historia. Al salir del centro de detención clandestino Nora Strejilevich se propuso hablar, escribir, gritar su experiencia como víctima de la dictadura, así fuera lo último que hiciera en vida; sentía el deber de darle voz a miles de inocentes que hasta la fecha siguen en condición de desaparecidos.
Nora Strejilevich, Una sola muerte numerosa
Los regímenes autoritarios del siglo veinte entendieron el potencial para expandir el terror si se apropiaban del espacio público –desde propaganda estatal, hipervigilancia, hasta represión, hostigamiento o desapariciones forzadas–. Las ciudades latinoamericanas de la década de los sesenta y setenta estaban sofocadas por el miedo y la amenaza latente en las calles de muchos centros urbanos, sobre todo para quienes defendían una ideología o formaban parte de una etnia alejada de los intereses hegemónicos. De forma que salir a la calle portando una causa se convertiría en un acto de rebeldía contra el aparato estatal.
El terrorismo de Estado, en el caso de Argentina, se caracterizó por la legalidad de sus actos de violencia, actos y acciones ejercidos por grupos parapoliciales y de fuerzas militares bajo la tutela de un gobierno que buscaba a toda costa erradicar cualquier conducta calificada como subversiva. En la línea del tiempo, el año de 1976 fue para la democracia argentina un ahogo que duraría varios años de angustia y con efectos irremediables en la memoria colectiva.

La escritora argentina Nora Strejilevich fue una de las miles de víctimas secuestradas por la dictadura argentina en la década de los setenta. En 1996 publicó su propia desaparición con un testimonio que, en lugar de ser una evidencia informativa, construye una realidad a través de la memoria, con el fin de unir los pedazos de una experiencia quebrada. En la obra Una sola muerte numerosa la autora retoma cartas, poemas, documentos oficiales, juicios, interrogatorios y entrevistas de solicitud de asilo político para narrar la herida y la subsecuente cicatriz que dejó la dictadura argentina en aquellos que lograron salir y sobrevivir.
El testimonio de la autora empieza con el secuestro y la desaparición de su hermano Gerardo y de sus primos, familiares que, hasta la fecha, explica la autora, siguen en condición de desaparecidos. Sin embargo, la historia se vuelca cuando la autora comienza a narrar su propia desaparición. Ella describe la tortura física, mental y sexual que sufrió en el centro de detención clandestino Club Atlético de San Telmo, y se extiende con el exilio y su lucha por solicitar asilo político en diferentes países. Así, Strejilevich remite al lector a su propia memoria individual para reconstruir la experiencia colectiva de muchos que no llegaron a contar su testimonio.
El tema de las desapariciones atraviesa a la autora íntimamente y uno de los elementos característicos de esta narración vivencial es que la experiencia traumática de la autora parte de su lugar como mujer. Sus palabras sobre la dictadura se vinculan con la persecución y desaparición de sus familiares mujeres directas y subraya que los genocidios perpetrados por el Estado, en la historia del siglo veinte, son producto de una “genealogía del mal”. El testimonio de Strejilevich está impregnado de la enunciación de Primo Levi: contar experiencias de aquellos que no pudieron contarlas y convertir en palabras el horror sistemático.
Una sola muerte numerosa no es, sin embargo, una declaración de hechos, es más bien una polifonía de notas, recuerdos y experiencias que arranca con su propia desaparición: “Mi nombre se agita salvaje a punto de ser vencido. Los domadores me ordenan saltar del trampolín al vacío. Me empujan. Aterrizo en el piso de un auto. Lluvia de golpes: […] Soy un juguete para romper1Strejilevich. Una sola muerte numerosa. p. 7.”. Las palabras de Strejilevich no vacilan en las diversas escenas de tortura, al contrario, su testimonio opta por reforzar con detalles cada herida marcada por los militares como respuesta ante el afán del verdugo por borrar la memoria y desarticular el discurso de quienes salían con vida. Escribe que: “Tenía claro que iba a empezar a hablar desde el preciso instante en que pasara la puerta de ahí. Y fue lo que hice. Desde que salí empecé a hablar. Y hablé, hablé sin parar, hasta hoy. […]2Ibíd. p. 17”.
Es interesante notar que el testimonio de Strejilevich se relaciona con el género literario en el que han destacado mujeres militantes de toda Latinoamérica. Mujeres como Rigoberta Menchú, con Me llamo Rigoberta o Si me permite hablar de Domitila Barrios de Chungara, pusieron sobre la mesa experiencias íntimas, traumáticas y desgarradoras, y las transformaron en actos políticos. En este caso,como una voz de oposición contra la dictadura de Videla en Argentina. Todo lo que fuera subversivo era enemigo del orden social, por lo que la estrategia de control militar resultó en la desaparición de 30 mil personas, dicho por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. El sistema no distinguía entre mujeres embarazadas, bebés, estudiantes, artistas, periodistas, judíos, académicos, políticos de oposición o activistas; todo aquel que expresara una mínima incredulidad sobre el régimen, se lo tragaba el sistema del terror.
La estructura de este libro es similar a la literatura autobiográfica contemporánea, no hay una cronología exacta y la memoria personal se entrelaza con conversaciones entre seres queridos y testimonios de otros sobrevivientes a las desapariciones estatales. Recordar el secuestro, la tortura, el exilio, la historia familiar, la búsqueda de su hermano Gerardo, la desaparición forzada en Argentina y la solidaridad con otras víctimas fue, para Strejelevich, su forma de sobrevivir. Este libro nos pone en contacto con lo más extremo del sufrimiento humano de la mano con la resistencia y la supervivencia, y pone de relieve la incomprensión de los desaparecidos. Un desaparecido político es una incógnita, no es un asesinado ni un superviviente, no hay un cuerpo que reclamar ni un testimonio que escuchar; es una persona que no está ni viva ni muerta, está desaparecida.