Si te lanzan piedras, sólo sonríe
Sus ojos guerrean con esa media sonrisa, piensan que aun y cuando tu saludo devela complicidad, nunca entenderás realmente lo que es ser travesti. Se escucha el taconeo sobre los adoquines que enrumban a la iglesia mayor, toma el sentido inverso y enfila hacia el boulevard. Son apenas las seis de la mañana y la…
Sus ojos guerrean con esa media sonrisa, piensan que aun y cuando tu saludo devela complicidad, nunca entenderás realmente lo que es ser travesti.
Se escucha el taconeo sobre los adoquines que enrumban a la iglesia mayor, toma el sentido inverso y enfila hacia el boulevard. Son apenas las seis de la mañana y la dama luce maquillaje de cabaret. Lleva las cejas muy arqueadas y el pelo tan largo como le permiten los años. La barba canosa se empeña en salir pese al rasurado constante.
Los hombres la abuchean a su paso, aunque los abanique con coqueteo le parece de mal gusto tanto chiste grosero. En estos casos sabe que caminar erguida y pavonearse con orgullo es la salida más digna.
Entra en la antigua casa Mursulí y comienza su faena: barrer cada rincón, dejar el suelo del portalón hecho un espejo. Afuera, sentados en los banquitos del parque, esperan los niños para tomar sus clases de dibujo y música. A ella le gusta trabajar aquí, está en el centro de todo y desde la Casa de la Cultura se respira mejor la energía de la ciudad.

Sancti Spiritus es una villa de gente de campo, de hombres rudos y mujeres conservadoras, de misa los domingos; pero Malú se ha labrado el cariño de todos porque esa costumbre suya la de crecerse ante la adversidad. Ante eso no queda sino aplaudir.
Si superó los 70’s y el destierro familiar, si usó los vestidos y desfiló en los shows trans, si estuvo en la cárcel y salió más decidida, si consiguió trabajo decente negándose a no quitarse los aretes, ¡que cosa!, ¡si se hizo mujer aun naciendo hombre! ¡Qué no podrá hacer Malú!
Nadie crea que porque sea esta una historia optimista no hay dolor en sus líneas: el rechazo, las burlas, la soledad y hasta los golpes son secuelas que ni el maquillaje puede ocultar.
Tal vez no figure entre las estatuas de los espirituanos que vigilan eternamente el boulevard, pero estoy segura de que nadie olvidará nunca a la dama con medias de encaje, a la que responde a los chiflidos con una media sonrisa; y lo más curioso de todo es que nadie la recordará como Ricardo sino como Malú.