¿Quién coño inventó que la menstruación es algo sucio?
Cada mes, las mujeres pasamos por lo que se denomina biológicamente como ciclo menstrual. Este es un proceso completamente natural donde se llevan a cabo una serie de cambios regulares en el sistema reproductor femenino. Estos cambios se acompañan de variaciones hormonales que hacen posible la gestación o la menstruación. En otras palabras, nuestro cuerpo…
Cada mes, las mujeres pasamos por lo que se denomina biológicamente como ciclo menstrual. Este es un proceso completamente natural donde se llevan a cabo una serie de cambios regulares en el sistema reproductor femenino. Estos cambios se acompañan de variaciones hormonales que hacen posible la gestación o la menstruación. En otras palabras, nuestro cuerpo se prepara cada mes para un posible embarazo, y cuando esto no ocurre se desprende la capa (mucosa) que recubre nuestro útero por dentro, el famoso endometrio. Con este desprendimiento aparece el sangrado vaginal, o como popularmente lo llamamos, nuestro periodo o regla.
Sin embargo, a pesar de tratarse de un proceso fisiológico de nuestro cuerpo, resulta que en diferentes momentos y contextos históricos, se ha calificado a la menstruación como algo sucio, tóxico, impuro, vergonzoso y que debe mantenerse en privado. Estas asociaciones han llevado a que el periodo femenino sea catalogado como algo incapacitante, patológico. Esta visión cultural se expresa en creencias negativas. La antropóloga Noemí Villaverde refiere que el «cómo percibimos la regla es algo claramente cultural. No deja de ser una construcción social, aun estando basada en algo biológico». *
Pero ¿cómo se convirtió en un tabú la menstruación? Para responder a esta pregunta es necesario echar un vistazo a nuestra propia historia. Se cree que el temor a la menstruación podría tener su origen más remoto en la prehistoria, cuando los primeros homínidos cazadores tenían miedo de que la sangre menstrual fuera un elemento que propiciara los ataques de animales, para ellos considerados como peligrosos, ya sea por su tamaño o ferocidad. En el siglo I d.C. Plinio el Viejo, extendió la idea de que la menstruación tenía ciertos “poderes” que podían ser empleados para hacer “el bien o el mal”, dotando así a la sangre vaginal de cierto aire de misticismo.
Existe evidencia de que en el siglo VI d.C. se practicaban ritos de purificación relacionados con la menstruación en la India, donde las mujeres tenían que bañarse en el río varias veces seguidas, frotarse estiércol de elefante y bañarse de nuevo; porque la sangre de la regla era un elemento que convertía a las mujeres en seres impuros para ciertos momentos o circunstancias. Así, esta idea de purificación, que también tiene cierta influencia judía, logró enraizarse en el cristianismo, donde las mujeres menstruantes tenían prohibido incluso recibir la comunión. Un texto del Antiguo Testamento, el Levítico, habla de la impureza de la mujer con la regla: «Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche”. Por supuesto que si comenzamos a rastrear la idea de la impureza de la menstruación podemos ubicarla en muchas religiones, más no sólo en las de origen judeocristiano.
Retomando el corte biológico, resulta verdaderamente paradójico que se relacione la menstruación con la suciedad, cuando de hecho es un proceso de limpieza uterina, gracias al cual el endometrio se desprende y se regenera. Y como toda secreción humana tiene un olor característico, la sangre menstrual por su tipo de pH tiene cierto olor metálico (debido al hierro), el cual no tiene nada de anormal ni es algo que tengamos que eliminar. Sin embargo, las empresas dedicadas a producir toallas sanitarias nos dicen constantemente en su publicidad que es algo que debemos también de ocultar, de ahí que nos ofrezcan productos perfumados con manzanilla o sábila, todo el tiempo. Y que sus toallas cada vez tengan diseños más discretos, para que con ello se pueda invisibilizar este proceso que cada mes nos acompaña, por lo menos durante un par de décadas de nuestra vida.
Lo anterior, ha contribuido a que la sociedad vea la menstruación como un motivo más para tener cierto rechazo a nuestro propio cuerpo y de ahí que se produzca esa necesidad de ocultarlo. Muchas mujeres tienen cierta repulsión a su propia sangre menstrual, pero no al semen o a la sangre de la nariz. Sería importante analizar cuáles fueron los aprendizajes que las llevaron a tener ese tipo de comportamientos. Aceptar nuestro cuerpo con todos sus procesos es un medio de empoderamiento que nos permite reconciliarnos con las características de lo femenino. Estigmatizar el periodo menstrual es aceptar que hay “algo mal” en nosotras, cuando en realidad la regla no es más que una muestra de que todo está bien en nuestro sistema reproductor.
Por esta razón, en la década de los sesentas surgieron movimientos feministas que abogaban por la reivindicación de la menstruación. Gionconda Belli, la poeta nicaragüense, escribía: “Tengo la enfermedad de las mujeres. Mis hormonas están alborotadas, me siento parte de la naturaleza”, como una forma de cambiar el discurso negativo sobre el periodo menstrual. Para contribuir a este cambio en la manera de ver nuestra regla es importante, en primer lugar, hablar de ella. Reconocer y exigir respeto a lo que conlleva: la sangre y el malestar físico que producen nuestros cuerpos. Dejar de considerarla como un motivo de burla o de vergüenza.
Además, también implica un ejercicio educativo. Es imprescindible explicarles a las niñas, antes de que lleguen a la pubertad, en qué consiste la menstruación. Con la finalidad de que no genere algún tipo de evento traumático, principalmente por el desconocimiento sobre su cuerpo y sus emociones. Con el debido reconocimiento de que la menstruación es un proceso que cada mujer experimenta de manera diferente y que cada una tiene la libertad de vivirla según su propio criterio. Finalmente, es importante dejar de ver la menstruación como una patología, no estamos enfermas por sangrar, lo hacemos porque así funciona nuestro organismo. El periodo no se trata de “las lágrimas del vientre que no se ha podido embarazar”, esa es otra artimaña con la cual se pretende mantener la idea de que no estamos cumpliendo la máxima función de nuestro útero, que es la gestación. Y que es por eso pagamos el precio de rechazar la maternidad, con una cómoda cuota mensual. Denostar la menstruación ha sido un medio del sistema patriarcal para que las mujeres sintamos que nuestra inferioridad es producto de nuestra propia biología y con ello justificar la opresión histórica y social que se ha ejercido sobre nosotras y nuestros cuerpos.
* Noemí Villaverde. Una antropóloga en la luna. Las historias más sorprendentes de la especie humana. Ed. Oberon, España. 2017.
