¿Qué saben ellos?
Hace frío en la habitación. El suelo está empañado por la humedad. Desde que llegó no ha levantado la vista. Se está más segura mirando las líneas en el piso que las caras de los que murmuran a sus espaldas. Encorva su cuerpo y se encoje. No es por el frío, sólo quiere desaparecer. –Los…
Hace frío en la habitación. El suelo está empañado por la humedad. Desde que llegó no ha levantado la vista. Se está más segura mirando las líneas en el piso que las caras de los que murmuran a sus espaldas.
Encorva su cuerpo y se encoje. No es por el frío, sólo quiere desaparecer. –Los hospitales siempre son inexpresivos–, piensa. –En los hospitales siempre hay dolor–, y esta vez, adentro dolerá más que afuera.
Mira su teléfono. Él aún no contesta el mensaje y hace ya tres semanas que lo recibió. –¡Ese chiquillo es un mierda!–, es la frase que siempre usa su madre para referirse a Daniel. Tal vez sea mejor que no la acompañe, su ausencia es la reafirmación de su decisión. –Yo no tengo nada que ver con eso. Sabrá Dios quien te habrá hecho esa barriga–.

Mañana en la escuela todos lo sabrán. Las profesoras le darán un sermón en el pasillo desde su altar moral, pero sus compañeros le gritarán –¡puta asesina!– sin reparos. ¿Y qué saben ellos? ¿Saben que es su primer novio? ¿Saben que le pidió una prueba de amor? ¿Qué saben ellos de lo que siente?
No ha tenido demasiado tiempo para pensarlo, pero un hijo, un hijo sin padre, un hijo en un alquiler, un hijo con una madre que nunca será abogada, un hijo con una madre que no sabe serlo.
Camina despacio. Aunque intente disimularlo sus manos tiemblan. Es tiempo. Tiene miedo, es lógico. Su madre la toma del brazo y la mira con esos ojos que dicen todo: –Vamos. No es momento de llorar. Serás una excelente madre en el futuro, pero con 16 años no, todavía no–.