¿Qué onda con la responsabilidad afectiva?
Hace algunos años los matrimonios heteronormados se daban el lujo de preparar las bodas de plata, oro y lo que le sigue. En las casas de las abuelas aún cuelgan de las paredes las fotos de la unión que han durado toda una vida, de 35 a 50 años y contando. Una vida llena de…
Hace algunos años los matrimonios heteronormados se daban el lujo de preparar las bodas de plata, oro y lo que le sigue. En las casas de las abuelas aún cuelgan de las paredes las fotos de la unión que han durado toda una vida, de 35 a 50 años y contando. Una vida llena de hijos que hoy tienen hijos que juegan en el jardín de la mujer que supo conservar unida a su familia.
En la estampa de una familia tradicional se ocultan escenarios escalofriantes que ignoramos por egoísmo y que pocas veces damos la importancia que deben tener. Me ha bastado conversar con las mujeres mayores que me rodean para saber que esas familias que tanto se vanaglorian de ser la base de la sociedad (es misma familia que las y los más conservadores piensan, no debe invadirse por las familias homoparentales) han sido sostenidas por el autoabandono y flagelación emocional de las mujeres.
Detrás de la unión vitalicia en el matrimonio hay mujeres que han tenido que remar a contracorriente, en su cronología sentimental se pueden contar infidelidades conocidas, otras sólo sospechadas, pero todas ellas sufridas y afrontadas en soledad. La idiosincrasia mexicana nos marca una máxima: “Él es tu marido, dios te lo mando y es tu cruz”. Hoy este dicho parece una mala broma, pero con seguridad que muchas de nuestras madres y abuelas lo padecieron o siguen padeciendo.

El ser vistas como objetos del vínculo matrimonial y no como sujetos hizo que los hombres encontraran en nuestro vientre un autómata benjaminiano que cocinaba y lavaba a cambio del paseo dominical en el atrio de la iglesia. Claro, eso para las afortunadas, porque también hay historias en las que las mujeres fueron abandonadas perpetuamente o por lapsos, y que terminando el período time ghosting de sus maridos, debían recibirlos sin tanto drama. Peor era quedarse sola.
La responsabilidad afectiva no es un tema que a nuestros abuelos les preocupara, el amor contenido y apegado al sentirse materanados era suficiente para conservar su equilibrio sexo-emocional, mientras que su compañera vivía en un desborde sin límites que con el paso del tiempo transmutó en autobandono emocional, anteponiendo las apariencias para conservar el núcleo familiar.
Por ello, hablar de responsabilidad afectiva con mujeres que vivieron en un estado de interdicción emocional parece un terreno desconocido, porque pocas fueron las que compartieron lecho con un hombre que no basara su querencia en el amor ególatra.
Ahora bien, en nuestros días este concepto puede salvarnos de seguir la línea de sostener relaciones sentimentales con personas que no tengan responsabilidad afectiva. Y es que ésta implica tener presente que todo acto conlleva consecuencias y uno debe hacerse cargo de ellas. La responsabilidad afectiva, en este sentido, supone que si uno está en relación con otra u otras personas, todo acto que realice va a tener una consecuencia en esa o en esas personas. Es, a final de cuentas, un acto de empatía.
Nuestras ancestras sufrieron las consecuencias negativas (depresión, abandono, baja autoestima) de esa responsabilidad afectiva, mientras que nuestros ancestros (muchos de ellos, al menos) se han ido sin mayores consecuencias, pues para sus parámetros patriarcales todo estaba dentro de lo normalmente permitido (tener más de una familia, ser un violentador emocional o físico, irse “por los cigarros”, etc.).
Sin duda, esta resignificación en la dignidad emocional debe ser una brújula para las que somos testigas del desastre que causa un irresponsable emocional, pero también debe ser una bandera de lucha y conquista por la memoria de nuestras ancestras, para quienes la responsabilidad afectiva fue una tierra desconocida.