¿Qué es eso de la deconstrucción?
La deconstrucción es un término fácil de entender pero difícil de poner en práctica, pues conlleva un proceso de catarsis personal, de un autoconocimiento muy profundo y honesto.
«Lo femenino en el patriarcado no sería lo que las mujeres son,
sino lo que los hombres han construido para ellas.”
Luce Irigaray
El constructo social del género, así como las estructuras heteronormativas, han provocado que hombres y mujeres se miren y acepten como seres binarios, sin que haya cabida a la diversidad y complejidad que nuestra naturaleza humana nos regala. Debido a que se nos ha criado bajo los más estrictos cánones de la superioridad biológica masculina y la fragilidad femenina, hemos tenido como resultado hombres y mujeres que se desarrollaron en medio de complejos y estereotipos que responden mayoritariamente a los estándares heteroimpositivos.
Por desgracia, lo anterior afecta directamente al sexo que socio-históricamente se ha considerado débil, al que por siglos fue visto como el segundo sexo, es decir, a las mujeres. Las conductas patriarcales, accionadas por su hijo predilecto: el machismo, son el distintivo por antonomasia de los constructos sociales del género. Por lo que todo lo atribuido a lo masculino y lo femenino conlleva una aceptación implícita en la sociedad, bajo la reiterada amenaza de que aquello que no cumpla con la heteronormatividad será juzgado y muy probablemente anulado.
De ahí la importancia de romper con el constructo social de género, que ha provocado que miles de mujeres sufran violencia de algún tipo, que ha generado hombres frustrados con su fragilidad y ha desembocado en seres humanos que desconocen la empatía. Al hecho osado de romper estereotipos, creencias lascivas y costumbres denigrantes que se traducen en diversos tipos de violencia, se le llama deconstrucción.

La deconstrucción consiste en cuestionar las reglas, enseñanzas y normas que socialmente se nos han impuesto, así como llevar a cabo un proceso de autoreflexión que busca anular las conductas que nos han discriminado y estigmatizado. Consiste en acabar con los micromachismos y por ende dejar de normalizar su práctica, realizada no sólo por hombres sino también por muchas de nosotras. Para la deconstrucción es necesario confrontar nuestros privilegios y costumbres, que van desde creer que el rosa es un color femenino y el azul es sólo para los varones, hasta pensar que la plenitud de la vida del ser humano se alcanza con el matrimonio y la procreación de hijas e hijos.
Realmente se escribe más fácil de lo que se realiza. El hecho de ser feministas no supone que ya estamos deconstruidas. La deconstrucción es larga y no va en una línea recta, tiene sus altibajos. Cuando aceptamos, sin cuestionar, lo que nuestras familias nos han enseñado, cuando permitimos conductas machistas de nuestras parejas, cuando replicamos conductas patriarcales con otras mujeres, estamos retrocediendo en nuestra deconstrucción. Pero cuando ponemos en tela de juicio lo que nos enseñaron en la escuela, cuando optamos por creerle a las víctimas antes de juzgarlas, cuando decidimos mantener la mente abierta frente a realidades distintas, entonces nos estamos deconstruyendo adecuadamente.
Valga decir finalmente que no hay una única vía para la deconstrucción. Cada persona, hombre y mujer, encuentra su propio camino, pues es un derrotero personal, crítico y reflexivo. La deconstrucción es un proceso incómodo y doloroso porque nos pone frente a lo políticamente correcto, ante lo socialmente aceptable y eso en muchas ocasiones implica la desilusión de un mundo que no es ni binario ni sencillo. Nos enfrenta a la complejidad pero también a la magnificencia de la humanidad.