¡NO NOS FELICITES, EL 8M CONMEMORAMOS!
Historia del surgimiento del 8M y análisis de su impacto en México.
8M
UN EJERCICIO DE MEMORIA POR LA VISIBILIDAD DE LAS MUJERES
Colaboración con: Adriana Robles Cacho
La raíz del surgimiento de la conmemoración del 8M prueba los caminos sinuosos de la lucha por la erradicación de las desigualdades estructurales que han afectado a las mujeres a lo largo de la historia. Sus antecedentes remiten a los movimientos de mujeres trabajadoras en países como Estados Unidos, Europa, Rusia y México, que defendían sus derechos laborales y cuya lucha expresa la explotación y dominio de la fuerza de trabajo productiva y reproductiva de las mujeres, de la que ha echado mano el sistema capitalista.
Si nos enfocáramos a mirar únicamente el 8M en un intento por acotar las grandes penumbras por las que las vidas de las mujeres han transitado, podríamos escudriñar con toda seguridad en el siglo XIX. En él encontramos la raíz de la industrialización y afianzamiento del sistema capitalista que integra el trabajo de las mujeres. Sin embargo, fue un “trabajo asalariado”, así, con comillas, pues la historia muestra que las mujeres siempre han trabajado no sólo en las tareas domésticas y de cuidados que nutren y posibilitan la vida en todo el mundo, sino que lo han hecho también ejerciendo un sinfín de actividades productivas dentro del ámbito de lo público y en las distintas estructuras económicas en las que respectivas sociedades han sido circunscritas por el sistema patriarcal a lo largo de la historia.
El 8M es, en inicio, un ejercicio de memoria colectiva, un acto que invita a recordar que el camino de combate y defensa por la obtención de derechos para las mujeres tiene historicidad. El acto de “conmemorar” es un exhorto a la activación del recuerdo, y en este caso específico, de un recuerdo colectivo que nos conduce a mirar y reconocer el largo y centenario camino que han recorrido nuestras antecesoras por expresar a la sociedad el deseo de vidas más dignas, igualitarias y justas para ellas y sus crías. Esto, a lo que llamamos deseo, es más bien el reclamo por la restitución de nuestra humanidad y los derechos que ella conlleva, es el reclamo por el reconocimiento de nuestro ser político y la exigencia al acceso a la igualdad de derechos con nuestros pares. La historia de las mujeres nos da cientos, miles, tal vez ahora ya millones de ejemplos de mujeres que han sido a lo largo de la historia focos de burla, anulación, encarcelamiento, asesinato, feminicidio. Nos da cuenta de las historias de “otras” congéneres, ancestras que han sido condenadas al ostracismo y a la disidencia social por el hecho de “estar fuera de lugar”; en específico de “su lugar”, de un espacio heterodesignado por un sistema patriarcal, mismo que no perdona y que ha castigado históricamente con vejación, ignominia y olvido la reivindicación de la humanidad de las mujeres.
Cuando buscamos un recuento de los antecedentes históricos de este día, el buscador nos arroja múltiples artículos que con frecuencia repiten los hechos de manera cronológica sobre el tema de las huelgas, el incendio de la fábrica Triangle y las iniciativas que movilizaciones internacionales ya llevaban a cabo en torno a la defensa de los derechos de las mujeres. Considero que si leyésemos en términos generales está información, un mensaje clave de esta cadena de sucesos sería la importancia que tiene la organización colectiva de las mujeres para la reformulación de su identidad y como un recurso de defensa a sus derechos.
La organización de las mujeres en agrupaciones colectivas fue el resultado de la reconfiguración identitaria que surge a raíz de la inserción formal de las mujeres en el ámbito laboral. De acuerdo con la historiadora Lucrecia Infante, es durante el proceso de industrialización gestado a raíz de la Revolución Industrial, que surge una reformulación de la subjetividad femenina, es decir, se integra el trabajo productivo de las mujeres durante el proceso de afianzamiento de industrialización en un quehacer hasta entonces “aparentemente” vedado a las mujeres, a saber: el trabajo asalariado. Este hecho se contrapone de manera simultánea al discurso de ordenamiento social empujado por la ilustración y el liberalismo que posicionaba a las mujeres en el ámbito de lo privado y doméstico y afianzaba su trabajo reproductivo sostenido por la apología del “rol maternal”. En este fenómeno se asimila, en inicio, la fragilidad del discurso dominante, en tanto al ordenamiento de los géneros y del deber ser desde la dicotomía público-privado. Y a la vez genera una transformación identitaria de las mujeres que ocurre de manera paralela a su inserción en el ámbito laboral. Teresa de Lauretis explica que este fenómeno sugirió “agregar la explotación a su tradicional opresión [le abrió también] el camino de la experiencia colectiva, y con ello, tanto a la generación de una conciencia específica sobre su condición de mujer, como a la posibilidad de cambiar, en una palabra transformar, dicha situación a través de la acción conjunta, es decir, la colectividad[1]”.
En el caso de México, la incursión de las mujeres en el trabajo asalariado se extendió por las industrias textiles, tabacaleras y del café. De hecho, desde el siglo XVIII varias miles de empleadas trabajaban en la Real Fábrica de Tabacos. Sin embargo, “para el siglo XIX, el censo realizado en la Ciudad de México registraba que, desde sus entonces 137,000 habitantes, las mujeres representaban el 32.4% de la fuerza de trabajo; y para 1857… más de 4,200 mujeres formaban parte del servicio doméstico[2]”.

También, desde la primera mitad del siglo XIX se había dado un afianzamiento de la industria textil en el altiplano de Puebla-Tlaxcala y en la segunda mitad del siglo se había dado un reordenamiento y expansión de dicha industria a costa de la pauperización laboral de los y las trabajadoras, excusando la imposición de un trabajo duro y miserablemente remunerado, con la promesa de la transformación urbana y el desarrollo social.
La organización colectiva de las mujeres en el país deriva, en inicio, de la inquietud en la defensa de su nueva posición social, es decir, del reconocimiento y resguardo de su empleo y del interés de manifestar sus inconformidades. Por ejemplo, en 1877 se registra una denuncia por parte de las tejedoras del Distrito Federal ante el escaso sueldo recibido: 16 centavos el día por doce horas y media de jornada laboral. Años más tarde, en 1888, las empleadas de la fábrica de tabacos “La ideal” reclamaban los tratos injustos y desiguales que recibían en su trabajo. A postrimerías de siglo, en 1896, una agrupación considerable de costureras pide al presidente Díaz mejoras salariales. “Pasarán muchos años para que, en agosto de 1934, este mismo gremio anuncie la constitución de la Sociedad Cooperativa de Costureras Mexicanas, con el objetivo de luchar por la emancipación de las mujeres que trabajan, de la inicua explotación de la que eran víctimas[3].”
Pongo este escueto panorama de los antecedentes mexicanos como muestra de la organización colectiva de mujeres que se llevaba a cabo también en nuestro país y no sólo en Europa, Estados Unidos o Rusia.
Sumada a la antesala de la influencia de los procesos de industrialización, se debe reconocer que el contexto internacional en el que se enmarca la conmemoración del 8M se circunscribe en torno a sucesos como la Revolución Rusa, la gran guerra, los movimientos de mujeres sufragistas, la presencia del socialismo y del sindicalismo. En el caso mexicano, la primera década del siglo XX se desenvuelve dentro del derrocamiento de Díaz, la Revolución Mexicana y los idearios políticos e ideológicos que emanaron de ella, así como la movilización colectiva de mujeres que cobra gran fuerza en la década de los veinte y que desemboca en el Frente Único Pro Derechos de la Mujer (FUPDM) hasta finales del cardenismo.
Es bien conocido que uno de los hechos históricos internacionales que fueron parteaguas para el 8M, es la organización colectiva de trabajadoras en Estados Unidos y sobre todo el incendio del Triangle Shirtwaist de Nueva York, acaecido el 25 de marzo de 1911. De hecho, apenas un año antes, en 1910, se había llevado a cabo la II Convención Internacional de las Mujeres Socialistas en Copenhague, en donde las ideólogas Clara Zetlin y Kathy Dunker, representantes del partido socialista alemán, habían promovido un Día Internacional de la Mujer Trabajadora, inspiradas y solidarias a la iniciativa hecha por las estadounidenses, entre quienes figuraba la migrante de origen ucraniano Theresa Malkiel, y quienes ya para el 28 de febrero de 1909 habían establecido el Día de la Mujer en su país de acogida. Sin embargo, a la lucha de Malkiel ya figuraban antecesoras de importancia como Elizabeth Cady Staton y Lucretia Mott, quienes en 1848 habían llevado a cabo la primera convención de las mujeres trabajadoras en Estados Unidos.
El trágico incendio de la Triangle Shirtwaist puso sobre la mesa una serie de condiciones de injusticia, discriminación, precariedad y maltrato que sufrían las mujeres trabajadoras de la industria textil en los Estados Unidos. Los dueños de las fábricas contrataban mujeres jóvenes y migrantes provenientes de Rusia, Bosnia, Europa del Este y Occidente, que sabían coser y planchar. Del desastre del incendio se cuantificaron cerca de 129 trabajadoras que fueron consumidas por el fuego. Los dueños de las fábricas fueron procesados, pero no convictos, saliendo libres mientras la prensa responsabilizaba del incendio a un trabajador que fumaba en esos momentos.
En algunas fuentes, el origen del 8M remite a un incendio previo ocurrido en 1857 en Nueva York, sin embargo, hasta el momento no hay pruebas documentales sobre este hecho, sino que en realidad lo que ocurrió dicho año fue “la realización de una marcha convocada en el mes de marzo por el sindicato de costureras de la compañía textil de Lower East Side, de Nueva York, que reclamaba una jornada laboral de solo 10 horas[4].”
Una década después, Ana María Portugal señala que ocurrió una huelga de planchadoras de cuellos en la ciudad de Troy en Nueva York, demandando mejoras salariales y formaron un sindicato, sin embargo, no tuvieron éxito en la obtención de sus demandas[5]. Aunado a los antecedentes estadounidenses, en el contexto internacional también encontramos como referente obligado la movilización y acciones que llevaban a cabo las mujeres rusas.
En 1913, en el último domingo de febrero, derivado de la crisis política que se vivía en Rusia y el mundo en la antesala de la primera gran guerra, las rusas se organizaron colectivamente en una protesta por la situación de precariedad que vivían y que seguiría agravándose en un ambiente bélico que derivó en la feminización del mercado laboral. Por ejemplo: entre 1914 y 1917 las mujeres obreras rusas representaban el 72% de la fuerza de trabajo agrícola.

Será el 23 de febrero de 1917 del calendario juliano, es decir el 8 de marzo del calendario gregoriano (que es el que nos rige actualmente), y bajo la consigna de “paz y pan”, que las rusas y sus crías ocupan las calles de Petrogrado. “Al día siguiente, las siguen los hombres, el movimiento se amplía rápidamente y el 2 de marzo el zar abdica. Se forma un gobierno provisional que el 20 de julio declara por decreto la condición de lectora y de elegible de la mujer, antes que Inglaterra (1918) y que en Estados Unidos (1920)[6].” Es decir, esta movilización colectiva originó la obtención del sufragio para las mujeres rusas.
Hacer este ejercicio de memoria nos conduce también a un pasado reciente del caso mexicano. La honra y recuerdo de la vida de cientos de mujeres trabajadoras de la industria textil que murieron aquella fatídica mañana del 19 de septiembre de 1985 y que más allá que por causas de la “obra de Dios”, como alegaban sus patrones, perecieron debido a la negligencia y oprobio en el que se encontraba su espacio y condiciones de trabajo.
Una de las sobrevivientes del terremoto, Guadalupe Conde, da su testimonio para El Universal:
“Se escuchaban lamentos, pequeños gritos. Sabíamos que había muchas compañeras ahí en los escombros. Al principio, entre nosotras tratamos de sacarlas, junto con los vecinos, pero llegó la policía y nos impidió hacer alguna maniobra”. Guadalupe comenta, aún con indignación, que lo primero que hicieron los patrones fue tratar de sacar las máquinas y los rollos de tela, antes que a sus empleadas. Lo que ellos querían y por lo que se preocupaban era por lo que decían que les pertenecía: las máquinas de coser y la tela[7]”.
El escenario que una tragedia como ésta dejaba a la vista era, sin duda, la prueba de las redes de corrupción que se entretejían en torno a la industria textil en México para la segunda mitad del siglo XX. Sandra Lorenzano comenta:
“Decenas de miles de mujeres trabajaban en maquiladoras, muchas de ellas clandestinas, sin prestaciones de ningún tipo, con sueldos bajísimos, sin seguro social, en condiciones insalubres. Muchas de ellas estaban sentadas más de diez horas diarias entre la máquina de coser sin percibir siquiera el salario mínimo, y además, se llevaban trabajo a casa para hacer a destajo y ganar algo más de dinero[8].”
La cuenta de las mujeres que perecieron es aún imprecisa. Se calculan alrededor de 800 a 1600 trabajadoras que quedaron sepultadas entre los diversos talleres que se encontraban circunscritos en el centro de la ciudad, desde San Antonio Abad, José María Izazaga, Mesones, Pino Suárez y Boturini. Se han recopilado testimonios en los que se cuenta que al igual que en el caso de las trabajadoras de la Triangle en Nueva York, en la Ciudad de México del ‘85 hubo supervisores que impidieron la salida de las trabajadoras durante el percance, así como la evidente negligencia de los patrones y autoridades, quienes se enfocaron en recoger y salvar los rollos de tela, las maquinarias y las cajas fuertes, en lugar de rescatar a las mujeres.
Aunado a esta tragedia humana se sumó la del desempleo. Más de cuarenta mil mujeres quedaron sin trabajo, así como la nula liquidación e indemnización tanto para las trabajadoras que habían sobrevivido como para las familias de aquellas que perecieron. A este escenario se sumaba el hecho de que la gran mayoría de estos talleres textiles de la Ciudad se encontraban en la clandestinidad.
Una vez más, la organización colectiva de mujeres convocó a unirse, primero en un campamento sobre Tlalpan para ayudar a sus compañeras y familias, y después a la promoción y organización de un sindicato. Su petición original se enfocó en la defensa de sus trabajos así como al tema de las indemnizaciones. Se conformó entonces el Sindicato Nacional de Trabajadoras de la Industria de la Costura, Confección, Vestido, Similares y Conexos. Obtuvo su registro el 21 de octubre del año del temblor. El sindicato logró agrupar a más de cinco mil trabajadoras, consiguió miles de indemnizaciones para las víctimas y el contrato colectivo con ochenta y cinco fábricas. Pero sobre todo hizo que las costureras se convirtieran en un referente ético para la sociedad mexicana.
Cabría recordar en este ejercicio nombres como los de Concepción Guerrero Flores, Evangelina Corona Cadena y Guadalupe Conde, sólo por mencionar algunas de las artífices de la creación del Sindicato. Aunque este ejemplo pareciese un caso del pasado, 32 años después, justamente otro 19 de septiembre, ahora del 2017, otro sismo obligaba a recordar que persiste el problema de la negligencia de patrones y autoridades. En el centro de la ciudad pervivían talleres clandestinos en los que nuevamente se cobraron la vida de empleadas, ¿de cuántas? Nunca hubo una certeza en ello.
“El 20 de septiembre, la Brigada Feminista, que llegó al lugar del desastre desde el primer día, envió un boletín pensado y escrito con cuidado: no se presentaba ningún elemento de la historia como “cierto” y denunciaba la falta de atención de las autoridades para el rescate. “Desconocemos las condiciones laborales exactas de quienes trabajaban en este edificio, pero sabemos que no existe una planilla registrada (…) Sabemos también que esta mañana, el dueño de la maquila declaró pérdida total[9]”.

Así pues, en este 8M convido a que miremos esta oleada de masificación del feminismo que está ocurriendo en nuestro país, como un acto que dibuja un hartazgo extendido sobre las condiciones de violencia y desigualdad que recaen sobre nosotras y que parecen inacabables en pleno siglo XXI. En este ejercicio pasado-presente, es importante que reconozcamos como sociedad que en la actualidad la violencia y la desigualdad siguen atravesando la vida y las cuerpas de las mujeres, consumiendo la vida de 11 mujeres mexicanas cada día. Miremos el hecho de que en el país prevalece aún la feminización de la pobreza[10], y una serie de desigualdades que se expresan tanto en la vida cotidiana como en el aspecto laboral, acceso a la salud y justicia, educación, a la paridad y la igualdad de trato en los cargos públicos.
Como diría Raquel Ramírez Salgado, el feminismo es colectivo. Nuevas formas de acción y de intervención se han ido reconfigurando en estos años. Tras la pandemia del 2020 hay una proliferación de agrupaciones y colectivas de mujeres de la sociedad civil que expresan diversas demandas e intereses que se circunscriben a sus necesidades. Mujeres que se organizan desde las periferias, donde los mismos territorios nos contraponen una serie de dificultades que se suman a los obstáculos estructurales del patriarcado. También hay mujeres que participan desde cargos institucionales, académicos y en puestos públicos o aquellas que se definen como radicales, lesbofeministas o autónomas y que han generado estrategias de acción diversas a través de la creación de nuevas narrativas dentro del activismo, el arte, la escritura, la música y el humor. El uso de la tecnología y las redes sociales se ha transformado en derroteros de comunidad, con todo y lo complejo a lo que desafortunadamente nos orillan las dinámicas que éstas mismas han generado, tales como discursos de odio, infodemia, y una purpurización del movimiento. Toda esta sinergia nos arropa a las mujeres en este 2022 y, en mi opinión, nos debiese obligar a profundizar en estos ejercicios de memoria para evitar la superficialidad y la romantización del movimiento. Los ejercicios de memoria nos conducen a interiorizar, profundizar y comprender que los procesos de construcción y restitución de derechos y libertades para las mujeres y las niñas ha sido el producto de senderos pedregosos que han cobrado la vida de cientos de mujeres y niñas en nuestra historia.
Este 8M también es reconocer a nuestras antecesoras como parte de nuestra genealogía y que gracias a ellas se ha posibilitado la libertad de acción y derechos que hemos logrado. Y lo enuncio así porque, como vemos en los escuetos ejemplos que esbocé, la libertad y la dignidad como condición de vida para las mujeres no es todavía una realidad.
Este ejercicio de pasado-presente, de rememorar y no olvidar, es un acto inacabable en el que todas las mujeres del mundo estamos construyendo historia y convirtiéndonos en referentes, ¡no lo olvidemos!
[1] Lucrecia Infante. Lo personal es político. Las mujeres en la construcción del ámbito público. p. 61.
[2] Ibíd. p. 63.
[3] Ibíd. p. 68.
[4] Ana María Portugal, “8M”. STUNAM. En: https://stunam.org.mx/8prensa/supmujer/supmujer5/supmujer5-1.htm
[5] Ibídem.
[6] Francois Navailh. “El modelo soviético”. p. 285.
[7] Pedro Villa y Caña. “Había muchas compañeras ahí entre los escombros”.
[8] Sandra Lorenzano. “Bordad la memoria del temblor”.
[9] Emmanuela Borzacchiello. “Memoria a partir de un sismo: La fábrica de Chimalpopoca”.
[10] Y no solo en México sigue habiendo una feminización de la pobreza, la Organización de las Naciones Unidas arroja que en el mundo “El 70% de los 1.300 millones de personas que viven en condiciones de pobreza son mujeres. En las áreas urbanas, el 40% de los hogares más pobres están encabezados por mujeres.”
Bibliografía:
Borzacchiello, Emmanuela. “Memoria a partir de un sismo: La fábrica de Chimalpopoca”. Memoria. Revista crítica militante. 20 de octubre del 2017. https://revistamemoria.mx/?author=135
Federici, Silvia. Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Ed. Tinta Limón, Buenos Aires.
Infante, Lucrecia, Adriana Maza y Martha Santillán. Lo personal es político. Las mujeres en la construcción del ámbito público. México, Siglos XIX y XX. Ed. Nueva Alianza, México, 2016.
Lorenzano, Sandra. Bordad la memoria del temblor. Ed. Oltreoceano. 2016.
Naciones Unidas. Día Internacional de la Mujer, 8 de marzo. https://www.un.org/es/observances/womens-day/background
Navailh, Francois. “El modelo soviético”. Historia de las mujeres. Tomo V. Ed. Taurus, España. 2018.
Villa y Caña, Pedro. “Había muchas compañeras ahí entre los escombros”. El Universal, 18 de septiembre del 2015.Wallach Scott, Johan. Género e Historia. FCE/UACM, México. 2012.