¡No necesito tu validación masculina!
La validación masculina es una herencia de los roles de género que han silenciado la verdadera opción y pensamiento de las mujeres.
Para la historia de la humanidad, la voz femenina fue por siglos apenas un sollozo en las cavernas. Nuestra opinión fue reducida e invisibilizada. La razón: las mujeres representamos debilidad e impureza. Ser personas menstruantes ha sido el motivo más ilógico pero mayor difundido, para vernos como histéricas, sensibles y sucias.
Decía Arthur Schopenhauer, filósofo alemán del siglo XIX, que las mujeres son animales de pelo largo e ideas cortas. Invalidar nuestro pensamiento tuvo como resultado silenciar nuestras ideas. Pocas mujeres hay en los libros de historia a causa de este pacto patriarcal a favor de la mordaza de las Evas.
Lo anterior es una reacción natural ante la evidente amenaza de la luz de nuestro pensamiento, que tuvo repercusiones en la hegemonía patriarcal de toda la historia. Eurípides, poeta trágico griego del siglo V a.C, es un vocero del temor a la feminidad pensante. “Aborrezco a la mujer sabia. Que no viva bajo mi techo la que sepa más que yo, y más de lo que conviene a una mujer. Porque Venus hace a las doctas las más depravadas”, decía.

Justo así, depravadas y atrevidas, fueron y hemos sido catalogadas las mujeres que nos negamos a la obediencia de las reglas patriarcales. El pensamiento no deconstruido, con base en la violencia estructural, ha buscado la aprobación de su verdugo, el miedo a la invalidez y desaprobación, son los síntomas que nos sembraron con el paso de los siglos.
Una masculinidad hegemónica puede relacionarse con el mantenimiento de una estructura social autoritaria, que incluye los roles de género tradicionales, como la superioridad de los hombres sobre las mujeres, y que aquellos que no cumplen con este criterio sean considerados débiles o femeninos, como los homosexuales[1].
De tal suerte que complacer a los hombres se convirtió en una costumbre necesaria. La validación masculina gira en torno a la aceptación de las conductas que patentan los roles de género, despreciando a quienes no siguen estos roles y teniendo como consecuencia la discriminación.
Validar nuestras actitudes e ideas fue la condición que el machismo decretó para darnos libertad de expresión a las mujeres. Quizá por ello cuando adolescentas y no deconstruidas dijimos frases como: “Prefiero tener amigos hombres, con ellos me entiendo mejor”, se malinterpretó como un ataque intrínseco entre el sexo femenino.
Y claro, la validación masculina tiene en nuestras cuerpas a su víctima principal. Con motivo de ser aceptadas en un mundo donde el ojo masculino es el juez de lo bello y de lo feo, hay quienes ponen como prioridad la aprobación de terceros, que su salud o comodidad. Es preferible pasar frío en un antro por tener un escote pronunciado y una minifalda arriba de las rodillas, que ser la amiga que nadie saca a bailar; es mejor sufrir ocho horas en tacones de diez centímetros que ser la compañera de oficina que arruina su outfit con zapatos bajos.
Por otro lado, cuando lo femenino no pide aceptación y aprobación de lo masculino genera incomodidad y somos señaladas como las machorras, las locas o las putas. Así que si te incómoda, pero tu «antes muerta que sencilla» te pide uñas largas y faldas cortas, recuerda: no eres tú, es la exigencia social de la validación masculina. Si crees que tener marido y ser madre es importante para darle gusto a tu familia, recuerda: no eres tú, es la validación masculina.
Así pues, se hace necesario deconstruirnos para no tener que buscar la benevolencia del opresor y hallar nuestra feminidad disruptiva. Si usas pestañas postizas, vestidos cortos, o buscas una pareja diez años mayor que tú, que sea por voluntad emancipada y no por heridas de la infancia y discapacidad de validación implantada.
[1] https://www.redalyc.org/journal/679/67962600007/html/ «Validación de un inventario de roles de masculinidad hegemónica en varones colombianos»