Mujeres mexicanas, entre santas y putas.
Vivimos en una nación donde las mujeres buenas, son las santas; y las mujeres malas son las putas. Extremos de una misma realidad en la que tienden a encasillarnos según la conveniencia de la sociedad o del inquisidor en cuestión.
Vivimos en una nación donde las mujeres buenas son las santas; y las malas son las putas. Dos extremos de una misma realidad en la que se tiende a encasillar a las mujeres según la conveniencia de la sociedad o del inquisidor en turno. Y para muestra de lo que aquí afirmo, basta un botón. Al analizar la cultura mexicana, Rosario Castellanos decía que en nuestro país existen tres figuras míticas de la mujer: la Virgen de Guadalupe, la Malinche y Sor Juana Inés de la Cruz.1
La primera de ellas, la Virgen de Guadalupe, es la mujer buena por antonomasia, la santa, la madre, la protectora; a ella acuden los afligidos, los enfermos, los tristes y los que atraviesan por las más graves dificultades. No sorprenden las centenas de peregrinaciones que cada doce de diciembre llegan a la Basílica del Tepeyac. Miles de personas acuden a cantarle y agradecerle las bendiciones recibidas. México es un país guadalupano hasta el tuétano, la virgen morena es la figura más querida y solicitada en tiempos adversos, por unos hijos que veneran su pureza, su amor de madre, pero sobre todo, su aura de virginidad. De ahí que el modelo de la mujer buena sea el de la mujer virgen.
Para demostrar lo anterior, basta con ver el enojo provocado por el cuestionamiento sobre la pureza de la madre, en un país mayoritariamente católico y guadalupano. Según Octavio Paz, no hay ofensa más grande para un mexicano que una mentada de madre2. Se valora a las vírgenes, a las mujeres sin mancha, a aquellas que colocan su pureza, su virtud, por sobre todas las cosas. En otras palabras, en México, el valor y respeto hacia las mujeres está directamente relacionado con su maternidad y con su sexualidad, o con ambas.
Por otro lado tenemos a la Malinche. Una figura que ha encarnado históricamente la traición y la maldad. Dentro del ideario popular, ella fue una de las principales causantes de la conquista de México, por su ayuda brindada a los españoles durante ese momento histórico. Es importante resaltar el enorme desconocimiento que gran cantidad de los mexicanos tienen respecto a su propia historia, pues no sólo no existía una nación mexicana, en el sentido que le damos actualmente, sino que, además, Malintzin era una esclava que vio la oportunidad de sobrevivir en un mundo dominado por los hombres, gracias a su habilidad como traductora. Camilla Townsend3, hace una maravillosa novela histórica, donde rechaza los mitos que se han construido alrededor de Malintzin, contrastándolos con fuentes históricas, y nos muestra a la mujer indígena cuya adaptación y resistencia le permitieron ser un elemento crucial para la historia del país.

Sin embargo, popularmente se utiliza su nombre, de forma despectiva, para denominar a aquel o aquella que traiciona su patria. Podemos verlo en ejemplos tan simples como apoyar al equipo contrario con el que juega la Selección Mexicana de Fútbol, y ser tachado de malinchista. Pero al hacer un análisis más profundo sobre las causas del enojo hacía la Malinche, vemos cómo éste se relaciona con su sexualidad, al permitir la mezcla, el mestizaje. Los que piensan que sostuvo relaciones sexuales con Cortés (básicamente se refieren a él) por su propia voluntad, la odian por que al entregar su cuerpo entregaba también su patria; y aquellos que consideran que pudo ser forzada, la rechazan por ser la violada, la ultrajada, la chingada, para volver nuevamente con Paz. Y eso es algo que tampoco se perdona. Las mujeres que son víctimas de este tipo de actos quedan estigmatizadas, y eso es suficiente para re-victimizarlas.
Entonces, si hacemos el ejercicio teórico de trasladar las características de Malintzin a las mujeres mexicanas actuales, vemos cómo no se respeta ni valora a aquellas que han sido ultrajadas sexualmente, porque al entregar su cuerpo, incluso de forma involuntaria, se han convertido en seres carentes de pureza; y una mujer que no es pura, no puede ser santa. La vida de las mujeres, y su valor como personas, no puede separarse de su sexualidad. Tenemos que serle fiel a nuestro pueblo, hasta en lo más íntimo de nuestros cuerpos.
Y finalmente, para terminar la tríada propuesta por Castellanos, cuando hablamos de Sor Juana partimos de que ella ocupa un lugar particular en el ideario mexicano; pues tiene rasgos de los dos polos que hemos analizado. Por un lado, es considerada por muchos como la mejor escritora mexicana, la maestra de las redondillas, que sin importar las circunstancias hizo hasta lo imposible para producir su obra. Su legado para el pueblo mexicano es de gran valor cultural, poético, pero también filosófico. Una mujer que decidió internarse en un convento, con tal de no casarse y tener la oportunidad de dedicarse a escribir.
No obstante, a pesar de que Sor Juana es aceptada como una mujer excepcional — incluso por aquellos que solo han leído alguno de sus sonetos —, no se escapa del todo de la dicotomía entre ser santa o ser puta. Sor Juana cuestionaba los cánones religiosos, el poder que había dentro de la iglesia, la segregación de las mujeres en los conventos y hasta el papel de la mujer de su época. Y sin embargo, lo hacía desde sus vestiduras conventuales, desde su voluntaria abstinencia sexual, desde su matrimonio con Dios; características que han exaltado múltiples autores como medio para legitimar su valía y aceptación. Incluso, hay algunos biógrafos que han tratado de resaltar sus dones en la cocina, como si esa cualidad, sumada a su amor por Dios, abonara en algo a su obra, ya de por sí gigante y capaz de sostenerse por sí misma.
Con base en lo antes dicho, podemos ver cómo se les exige a las mujeres mexicanas cumplir con ciertas características para que la sociedad, nuestra sociedad, nos considere merecedoras de respeto y de derechos. Aquellas que se acerquen más al estereotipo de la santa, serán aceptadas bajo las costumbres sagradas de nuestra cultura. Aquellas que se atrevan a salir de los estándares establecidos y a vivir su sexualidad libremente, tendrán que llevar consigo el estigma de la puta, pues en nuestro país no eres otra cosa si no te conservas exclusiva para una pareja o un esposo. Pero, incluso aquellas mujeres consideras como excepcionales, deberán cumplir con ciertos requisitos sociales para que se les pueda tratar como mujeres merecedoras de derechos y reconocimiento; para lo cual tendrán que apoyarse de su apego a la religión, de su destreza en los quehaceres domésticos, de su maternidad o de un limitado ejercicio de su sexualidad. De lo contrario, sin importar la magnitud de sus aportaciones al mundo, ser consideradas profanas nunca sacras.
1 Rosario Castellanos. “Otra vez sor Juana”. En Juicios sumarios, Obras II. FCE. México, 1998.
2 Octavio Paz. El laberinto de la soledad. FCE. México, 2014.
3 Camilla Townsend. Malintzin. Una mujer indígena en la Conquista de México. Ed. Era. México. 2015.