Mi hada madrina envejece
Crónica y reflexión sobre el día de las madres

Ella se empeñó en hacerme el mejor delantal de la clase; le puso una cinta rizada, le bordó parches con figuras de mariposas y con mucha paciencia cosió los retazos de una camisa de trabajo para transmutarlos en una pieza digna de princesas Disney. Con el tiempo dejé de amar la perfección de aquellas muñequitas, dejé de pedir disfraces de bailarina y vestidos floridos los domingos; pero aunque hoy mire con extrañamiento aquellas fotos donde lucía las ropas que cosía mi mamá y no reconozca en mí la ilusión de ser princesa, puedo agradecer que conservo aún a mi madre, a mi Hada Madrina. 18 años más tarde veo todo lo que ocultaba la magia infantil: tiene los pies hinchados, las manos gruesas y tiritantes por la artritis, y hace mucho no consigue ensartar una sola aguja por ella misma.
No sé si algún día pueda yo tener eso que se requiere para la magia, para llenar a una niña de sueños con camisas viejas, para aprender a cocinar pese a detestarlo, para pintar con sólo 5 colores un cuadro de árboles verdes y cielos naranjas. No sé si pueda sacrificar así mi pasión por los libros y dejar de leer, dejar de escribir, dejar de dormir, dejar de ser mujer. Tal vez el feminismo avance lo suficiente como para que cualquiera pueda ser madre y mujer al mismo tiempo, para que se caiga el telón del cuento y una madre pueda ser bruja, astronauta, policía; para que pueda cometer errores, para que no tenga que ser perfecta, para que dejen de regalarle escobas, ollas y tazas; para que pueda dormir a sus anchas y no haga falta un domingo de mayo para descansar.
Tal vez, sólo tal vez, algún día ya no tengamos que celebrar las maternidades forzadas, obligadas, impuestas, ya no tengamos que aceptar como natural la maternidad, ya no veamos a la mujer como una simple fábrica de hijos. Tal vez.