Los días de la tierra.
En nombre del Austrianuafricanus Devoto de lo absurdo, fiel de las estatuas Antepasado vuestro de los nuestros, Te cántico las cánticas del Armagedón, Con voz piadosa a la orilla del Gólgota, Sollozo y aclamo también entre sínico alborozo Los altares para el cerdo, construidos con sus manos fatuas Ellas no calman la tristeza de sus…
En nombre del Austrianuafricanus
Devoto de lo absurdo, fiel de las estatuas
Antepasado vuestro de los nuestros,
Te cántico las cánticas del Armagedón,
Con voz piadosa a la orilla del Gólgota,
Sollozo y aclamo también entre sínico alborozo
Los altares para el cerdo, construidos con sus manos fatuas
Ellas no calman la tristeza de sus venas,
Hay resignación alterna a verlo perdido,
Casi todo hasta la memoria del perdón.
Sin mansedumbre de las historias
Reclamo a la poseedora de las estancias
Que es imposible, que no te/nos condene.
Me niego a creer en la debacle cuando hubo
Oro que la embelleció transformado
En muros plantados sobre sus plantas,
O rascacielos sobre ríos que se hicieron de alegría.
¿Acaso olvido de los ojos admirados
Ante su majestuosidad?
No pudo ser tan ruín la vaca glorificada
En las turbias aguas del Ganges.
No pudieron ser en vano los lamentos
Del muro lamentado en Jerusalén.
No pudo desaparecer Sixto IV
Con los arrepentimientos
Tirados, llorados y sacrificados pecados
En la plaza de San Pedro.
Pero si a acaso nos equivocamos
En arrancarte a tus crías regaladas,
Que apenas y desangramos en las carreteras
Una piedad arrodillada, te mereces
Aplausos y glorias a tus brazos
Prestados y quemados,
A las aguas endulzadas con nucleares
Y progresivos inventos un ruego,
Pero también te regalamos el silencio.
Con insistencia digo que fue en nuestra defensa
En nombre de la ciencia
Y el avance del progreso,
No por codicia o negligencia.
Toma con cautela
En éste, tu lecho fúnebre,
Mis palabras, que aquí los que no nacen
De nuevo somos nosotros,
Los cuerpos calcinados por tu fuego,
Lava de volcanes esparcida
En el aliento de tus aires.
Los indefensos somos la frágil humanidad,
Ante tu terrible complicidad con la luna
Que inunda el asfalto, agota y desborda
Los hilos dulces de tu sangre,
Los heridos en sus ladrillos
Somos la gente que queda debajo
De los edificios tras tus indolentes
Espasmos sin sentido.
Perdona los yerros de todos
Los pueblos, nosotros en el último réquiem
Sin esperanza de resucitar,
Te pronosticamos larga existencia,
Sin nosotros, o los otros,
Sí con ellos.