Las pequeñas princesas del patriarcado.
El comportamiento femenino, desde nuestra infancia y hasta que el cronómetro detiene los latidos de las funciones biológicas, es un comportamiento a título de reverencia, de obediencia y construcción de la identidad de género. Es necesario comprender que el sexo, en estricto sentido, hace referencia al asignado biológicamente, mujer/hombre; y que la identidad de género…
El comportamiento femenino, desde nuestra infancia y hasta que el cronómetro detiene los latidos de las funciones biológicas, es un comportamiento a título de reverencia, de obediencia y construcción de la identidad de género.
Es necesario comprender que el sexo, en estricto sentido, hace referencia al asignado biológicamente, mujer/hombre; y que la identidad de género es producto de las exigencias y cánones establecidos por la sociedad.
La identidad de nosotras comienza a cuestas. Cubiertas con una manta rosa damos nuestros primeros respiros, para luego ser torturadas con peinados creativos que provocan dolores de cabeza. Somos condicionadas a jugar con instrumentos de esclavitud culinaria y atesoramos las muñecas, que son el pacto con una maternidad anticipada. Somos, desde nuestra niñez, las pequeñas princesas del patriarcado.
Así, las princesas del patriarcado deben cuidar de no mostrar sus pequeñas cuerpas; cuidar el vestido para no mostrar los calzoncillos; el juego rudo no es una opción porque estar limpias y peinadas es prioridad. Todo ello nos dará feminidad. Quienes no lo hagan se arriesgan a ser las machorritas, las feitas.
De ahí que la identidad de lo femenino sea una construcción social que se va sembrando, que es inherente a la carencia de un falo, y siempre tiene una sola impronta: llenar las expectativas de los varones.
Por eso, las niñas jugamos con la debilidad como si fuera un atributo. Las mujeres que no son delicadas son incómodas e incluso ofensivas. El sexismo nos invade con la elección de las emociones, según el sexo. Las niñas pueden llorar y hacer rabietas, mientras que los niños deben ser fuertes y poco expresivos.
Las princesas pueden pedir, lo merecen. Claro, si son bellas y delicadas. Si no cumplen los requisitos patriarcales, las princesas corren el riesgo de ser expulsadas del reino de los privilegios fálicos.
Quizá por ello, en su mayoría, las mujeres tratamos de alcanzar el ideal masculino de bondad y de belleza, para no sentirnos segregadas, porque ser apartadas de este reino fálico conlleva al repudio. Hay privilegios que los varones nos otorgan en pago a nuestro esfuerzo por conservar la feminidad.
Y de los privilegios que nos regala el reino fálico, hablaré en mi próxima entrega.
