Las mujeres trans
Se trata de la segunda parte del artículo sobre las mujeres trans en el deporte femenino. Aquí se aborda de manera más profunda el debate de la inclusión de las mujeres trans, poniendo especial énfasis en los elementos que deben cuestionarse sin negar los derechos de las mujeres y las alternativas que deben comenzar a gestarse desde los lineamientos propios de las competencias deportivas.
¿Un peligro para el deporte femenino?
Segunda Parte: El debate por la inclusión de las mujeres trans.
Si no has leído la primera parte, te invitamos a hacerlo ahora.
Para retomar el debate actual sobre la participación de las mujeres trans en las competencias deportivas femeninas, desde una perspectiva que nos conduzca a la identificación de posibles alternativas de solución de los principales conflictos, es necesario realizar un análisis objetivo, argumentado, desde un enfoque de género, de respeto a los derechos humanos y de no discriminación.
Dicho lo anterior, debemos considerar, en primer lugar, que la postura sobre la inconformidad de contiendas injustas, que una gran cantidad de mujeres ha denunciado, es completamente entendible y válida. Sí, lo es. Existen diferencias importantes entre los cuerpos de las mujeres transgénero y cisgénero (llamadas también solamente: trans y cis), ya que todas las atletas cuentan con variedades físicas y genéticas que determinan su desarrollo y posibilidad para destacar en el deporte femenino. La diversidad de cuerpos (en: peso, talla, complexión, tipo de musculatura, habilidades motoras y sensoriales, etc.), el desarrollo físico que han tenido en diferentes momentos de su vida, sus características genéticas potenciadas por los entrenamientos realizados y la ingesta de dietas específicas, son elementos incuestionables que determinan la trayectoria profesional de las deportistas. Y es por todo esto que, en principio, siempre hemos presenciado contiendas “injustas” en muchos deportes femeninos (y también en los masculinos), pues no se parte, nunca se ha partido, desde la igualdad absoluta de condiciones físicas para competir.
Hay una gran cantidad de casos donde se puede observar lo anterior. Por ejemplo, en las competencias de gimnasia, los cuerpos de las mujeres orientales les han permitido destacarse respecto a otras, ya que genéticamente poseen cuerpos que tienen una tendencia distinta en acumulación de grasa, con estaturas más compactas y complexiones menudas. Estos cuerpos les dan características particulares que les permiten destacar “naturalmente” de los cuerpos de otras mujeres con características físicas distintas, como las mujeres latinas (véase el caso mexicano de Alexa Moreno). Lo mismo ocurre en competencias donde la estatura puede jugar un papel muy importante para su desarrollo, como puede ser el baloncesto, deporte en el que las mujeres no europeas o norteamericanas, compiten pese a tener en su mayoría una desventaja evidente al poseer una talla (estatura) menor a la de sus rivales. En este mismo sentido, las contiendas en los Juegos Olímpicos de invierno parten de situaciones desiguales, ya que no es lo mismo tener la posibilidad de entrenar desde la infancia en escenarios parecidos a aquellos donde se realizan las competencias (en la nieve), que entrenar en escenarios donde sólo se pueden asemejar esas condiciones; de ahí que los deportistas que viven y han crecido en zonas geográficas más calurosas, les cueste más trabajo destacar en los deportes invernales, esto no por falta de capacidades, sino más bien por falta de condiciones apropiadas para su entrenamiento.

Ahora bien, si hacemos énfasis en los cuerpos de las mujeres trans, son evidentes las diferencias que existen respecto a los cuerpos de otras mujeres. Aunque dichas diferencias no responden exclusivamente a variedades anatómicas u hormonales, ya que, como lo hemos señalado en la primera parte de este artículo, sus cuerpos no son diferentes únicamente por la mayor o menor concentración de testosterona que tengan en sangre. Y esas diferencias en su corporalidad pueden traducirse en la presencia de ciertas ventajas físicas que, en algunos deportes, no en todos, pueden significar una mejor posición en los medalleros. Sin negar que también estas mismas características pueden derivar en desventajas para otros deportes.
Sin embargo, una vez que hemos aceptado la presencia de una amplia gama de cuerpos en las competencias deportivas, ¿sería prudente considerar a la diversidad corporal de las atletas trans como el principal enemigo del deporte femenino? Si esto es así, ¿por qué no se han señalado enérgicamente las desigualdades entre otras competidoras con diferencias de estatura o complexión física? ¿Cuál es la razón por la que nadie protesta en competencias donde son evidentes las diferencias físicas entre unas mujeres y otras? Y más importante aún, ¿por qué sólo tomamos como argumento esas diferencias en la corporalidad cuando se trata de comparar los cuerpos de las mujeres trans con los cuerpos de otras mujeres? Pareciera que existen otros elementos de fondo al expresar nuestra molestia, cuando utilizamos la diversidad corporal como argumento contra la desigualdad en el deporte femenino sólo en ciertas ocasiones, mientras la ignoramos y justificamos en muchas otras situaciones.
Las diferencias corporales no son, en sí mismas, el problema. Las diferencias se vuelven un problema cuando no hay mecanismos suficientes para su regulación, es decir, para la mitigación de escenarios que puedan dejar en desventaja a algunas competidoras. Se entiende el descontento de atletas y de agrupaciones feministas ante competencias desiguales; sin embargo, considero que la molestia se encuentra mal enfocada. Porque en lugar de atacar directamente a las mujeres trans con discursos de odio se debería de canalizar ese descontento para exigir a las organizaciones deportivas que implementen los mecanismos necesarios para permitir la inclusión de las mujeres trans, sin que eso afecte a las demás participantes. Estas exigencias tendrían un gran sustento en la lucha que han emprendido históricamente las mujeres por la apertura de espacios propios en el deporte, en contra de la discriminación ejercida desde la dominancia de lo masculino y el reconocimiento a sus derechos.
La exigencia de igualdad de condiciones debe existir para visibilizar las necesidades de evolución que ya deberían de estarse pensando en las competencias deportivas. Si nadie se queja de escenarios desiguales, se repetirán situaciones injustas que deben de ser reguladas para que puedan poco a poco eliminarse. Por lo tanto, se pueden considerar como benéficas las críticas en la forma en cómo se ha incluido a las mujeres trans en el deporte femenino; pero estas críticas deben dirigirse a las entidades que organizan, implementan y regulan las competencias deportivas. No contra las mujeres trans, que finalmente compiten siguiendo las reglas que ya han sido establecidas previamente, que se les han impuesto y que ellas aceptan con el objetivo de ser incluidas. Muchas de ellas, para poder participar, se ajustan a los estándares que les exigen las corporaciones deportivas, incluso a pesar de que eso implique generar algún tipo de daño o modificación en su cuerpo, como consecuencia de procedimientos quirúrgicos o tratamientos farmacológicos que les permitan cumplir con los requisitos para su registro.
El enojo y el descontento son entendibles, los discursos transfóbicos no lo son. Menciono esto porque las expresiones que se han suscitado a raíz de la polémica generada en competencias donde las mujeres trans han logrado posicionarse en el deporte femenino, se han dirigido principalmente a resaltar los rasgos “masculinos” que persisten en estas atletas como algo negativo. Sin querer, o tal vez con toda la intención, algunas feministas han reproducido los mismos argumentos que el patriarcado ha utilizado por años para cuestionar las habilidades de las mujeres en el deporte. Comentarios hacía las deportistas trans como el de “es que todavía tiene pene”, “también sale con chicas” o “son hombres mediocres que compiten en las contiendas femeniles para poder ganar”; son reproducciones de los patrones que también las mujeres han aprendido del sistema patriarcal para cuestionar y demeritar a las personas que se consideran “inferiores”. ¿Qué diferencia hay entre las críticas a las primeras mujeres deportistas que eran rechazadas socialmente por ser demasiado “masculinas”, con los linchamientos actuales a las mujeres trans por mantener cierto grado de “masculinización”?
Visibilizar la necesidad de competencias justas en el deporte femenino no justifica el rechazo a las mujeres trans. Denunciar la urgencia de protocolos de inclusión más adecuados para evitar la vulneración de las mujeres cis no significa promover la segregación de minorías en el deporte. Pensar que lo más adecuado para que las mujeres trans puedan competir de forma igualitaria es crear contiendas separadas sólo entre mujeres trans es, a final de cuentas, la misma lógica de razonamiento que las personas blancas sostenían sobre la inclusión de las personas racializadas y afrodescendientes. Atacar a las mujeres trans por poseer ciertas características que socialmente se han asociado a lo “masculino” es una reproducción de patrones discriminatorios comparados con la violencia patriarcal. Las feministas no deberíamos abanderar una lucha social por los derechos de las mujeres, invisibilizando o negando los derechos de otras personas, que han sufrido también los estragos de la violencia de género. Eso sería un acto que puede ser calificado hasta de hipócrita. Y esconder la transfobia por medio del discurso de “protección” a las mujeres “verdaderas”, a aquellas que han nacido con vulva, es una forma de vulnerar a otras personas por incomodidad, ignorancia o prejuicios.
Las mujeres trans no son quienes han establecido las reglas de juego en el deporte femenino para verse favorecidas. De hecho, en general, las MUJERES no hemos creado los lineamientos para la generación de competencias justas. Tal vez, la inclusión de las mujeres trans puede ser un elemento definitorio en el deporte actual, para cuestionar el binarismo de las competencias, para visibilizar las desigualdades que han impedido que las contiendas deportivas sean ejercicios verdaderamente sanos socialmente y para generar cambios en el deporte enfocados en la inclusión y el respeto a los derechos de todas, todos y todes.
Las organizaciones deportivas deberían de estar considerando modificaciones en la categorización de los atletas, que dejen de enfocarse en el sexo o en el género, y que se centren en las características físicas, genéticas y de desarrollo corporal. ¿Se imaginan competencias en donde independientemente de tu sexo se tome en consideración tus habilidades corporales? Eso podría llevar a la evolución del deporte binario (de “hombres y mujeres”) a contiendas mixtas donde cada una de las personas participantes puedan aportar diferentes elementos a sus equipos deportivos. Incluso esto podría significar un verdadero factor de cambio para que se dejen de monetizar más los deportes masculinos frente a los femeninos (y con ello se reduzca la brecha salarial) como ocurre actualmente con deportes profesionales como el soccer, el baloncesto, el béisbol o el fútbol americano.
Crear categorías como las del box, donde se considera el peso, la talla, la complexión y la fuerza muscular, podría ser funcional para algunos deportes donde el sexo de las y los atletas no es el único elemento definitorio en la contienda. Y de esa manera tendríamos competencias entre atletas cuyas características sean más similares y por ende menos injustas. Además, es importante tomar en consideración que no todos los deportes requieren una categorización particular, ya que hay algunos donde las destrezas pueden ser independientes de nuestro sexo o género, como por ejemplo el tiro con arco.
En definitiva, hay mucho que se podría hacer en el deporte para que se generen los cambios necesarios y tengamos contiendas más equitativas. Claro, no es nada sencillo, pues la humanidad tendría que modificar también el enfoque que le ha dado al deporte y los valores que se le han asignado. Pero en un mundo que evoluciona a pasos agigantados, con generaciones de personas que cada vez son más conscientes y respetuosas de la otredad, el deporte no puede quedarse estancado repitiendo patrones de antaño que cada vez son más arcaicos. La inclusión de todas las mujeres en el deporte puede dotar a las competencias de mayor pluralidad, de más cuestionamientos y por consecuencia de mejores estrategias que verdaderamente contribuyan a prácticas deportivas justas.
Las mujeres trans tienen derecho a participar en las contiendas deportivas, a hacerlo desde planos igualitarios en donde sus diferencias no sean motivo de vulneración de otras, pero que tampoco sean elementos de rechazo a su propio cuerpo. Su inclusión no debe entenderse como el borramiento de otras mujeres o de sus derechos, es un paso necesario en contra de la discriminación. Ellas no son el enemigo, el enemigo del deporte practicado por mujeres son los lineamientos en las contiendas que siguen privilegiando lo que socialmente se asocia a la masculinidad dominante y que demerita, niega o cuestiona las diferencias y el rechazo a lo femenino en todas sus expresiones. Mujeres trans y cis, MUJERES en general, deben ser incluidas, reconocidas y valoradas por sus aportaciones al deporte, más allá de lo que se espera y se cree que es propio de ellas.