Las mujeres, seres diseñados para servir.
Entre las grandes demandas actuales del movimiento feminista a nivel mundial encontramos la de la distribución equitativa del trabajo entre hombres y mujeres. Esto suena constantemente en los discursos y en las recomendaciones que organizaciones como ONU Mujeres realizan a los Estados miembros con la finalidad de cumplir uno de los objetivos de la Agenda…
Entre las grandes demandas actuales del movimiento feminista a nivel mundial encontramos la de la distribución equitativa del trabajo entre hombres y mujeres. Esto suena constantemente en los discursos y en las recomendaciones que organizaciones como ONU Mujeres realizan a los Estados miembros con la finalidad de cumplir uno de los objetivos de la Agenda 2030, ese que habla sobre la construcción de un mundo equitativo. Sin embargo, entre cocinar, limpiar, cuidar de otros (personas enfermas, infantes y adultos mayores) las mujeres pasan gran cantidad de horas diarias trabajando sin ningún tipo de remuneración, lo que se refleja en hasta 2.5 veces más trabajo doméstico y de cuidado que los hombres[1].
Esto resulta alarmante cuando nos percatamos que si las mujeres dedican más horas de su vida al trabajo no remunerado, entonces tienen que dedicar menos horas al trabajo remunerado o combinarlo con éste. El trabajo no remunerado permite sufragar el costo en cuidados que sustenta a las familias, apoya a las economías y permite suplir las carencias materiales que puedan presentarse en los hogares. Y a pesar de todo eso, pocas veces se reconoce como “trabajo”, ya que en un mundo capitalista como en el que vivimos, lo que no produce “flujo de dinero” parece no tener valor. Y aunque es cierto que no hay un flujo de dinero desde una perspectiva de obtención de un salario por jornada laboral, la realidad es que el trabajo de cuidado no remunerado y el trabajo doméstico representan entre un 10 y un 39 por ciento del producto interno bruto mundial, lo cual puede pesar más en la economía de un país de lo que pesan la industria manufacturera, el sector del comercio o el del transporte[2].
Y en este mundo donde miles de mujeres laboran sin recibir a cambio un ingreso económico, vemos cómo la brecha salarial se mantiene como el producto entre los ingresos desiguales por la división sexual del trabajo, por la doble jornada laboral femenina y la respectiva disminución de poder adquisitivo. La división sexual del trabajo contempla tanto el trabajo remunerado como aquel que no lo es, y lo entendemos como la división en función de los roles de género tradicionalmente asignados. En este sentido, vemos que socialmente las actividades domésticas y de cuidado han sido asignadas a las mujeres. Ejemplo de esto, fue la declaración que hace unos meses en una de las mañaneras hiciera el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, al señalar que la actual pandemia de Covid-19 no representaría un mayor problema en el cuidado de los enfermos, ya que “la tradición en México es que las hijas son las que más cuidan a los padres, nosotros los hombres somos más desprendidos, pero las hijas siempre están al pendientes de los padres, de los papás, de las mamás”, cita literal del mandatario mexicano”[3].
De más está señalar la falta de consciencia por parte de la clase política en materia de género, lo cual es el resultado de la ostentación de poder en este sistema patriarcal, del que son herederos los representantes de los Estados, como el presidente de México. Este sistema patriarcal ha implantado una ideología que establece que los inferiores nacieron para servir. Para comprobar esto basta con dar una mirada a nuestra historia y podremos observar que el papel de servicio siempre ha estado reservado a los esclavos, los sirvientes, los menores, las razas sojuzgadas y las mujeres. Las labores impuestas desde el poder se observan como meras obligaciones que para perpetuarse se reconocen como habilidades menores inherentes a su condición de oprimidos.

De esta manera, vemos que la mujer, al ser considerada un ser inferior en nuestra sociedad machista, ha quedado definida como un ser destinado al servicio de los demás. Y a diferencia de otras entidades oprimidas, que pueden recibir algún tipo de remuneración (aun la más miserable), las mujeres no deben aspirar a más que cumplir con la misión asignada desde el poder, que es servir a todos los que la rodean.
El servicio que prestan las mujeres es muy variado, pues incluye las labores domésticas, proveer cuidados de enfermería e incluso el trabajo sexual (conyugal o no). También son servicios que no cesan, pues independientemente de sus actividades fuera de su hogar, muchas mujeres tienen que dedicarse en sus “horas libres” a realizar las actividades que no pudieron hacer mientras se encontraban en su jornada laboral remunerada. Esto se llama doble carga laboral, que no es otra cosa más que el trabajo que soportan actualmente las mujeres quiénes, además del empleo, asumen las tareas domésticas y el cuidado de la familia, sin que otras personas compartan dichas responsabilidades.
Todas y todos conocemos a mujeres que gracias a la apertura del mercado laboral tienen alguna actividad u oficio remunerado, el cual realizan en jornadas acordes a la legislación de su país (en México se supone que son 8 horas al día). Pero que, además, son madres que llegan corriendo a sus hogares para cuidar a sus hijos y a eso todavía se les suma actividades propias de su casa (lavar trastes, cocinar, limpiar, etc.). En estas condiciones de vida resulta sumamente difícil que las mujeres puedan tener un desarrollo profesional pleno, mejorar sus ingresos, ser autónomas económicamente; y por supuesto, no conflictuarse constantemente con su maternidad.
Y aunque Naciones Unidas y otras organizaciones sean puntuales en señalar estas desigualdades, así como la necesidad de que exista una redistribución del trabajo entre hombres y mujeres, resulta que para el poder patriarcal, esto no necesariamente es una prioridad. El poder mira los trabajos desarrollados por las mujeres como se ven los leños que arden en una chimenea: “no tiene mayor mérito que proporcionar bienestar ni son merecedores de reconocimiento alguno porque se consideran hechos para ese único fin: dar calor a la vida de sus eternos amos”[4]. Y es que si retomamos la frase anterior de Anilú Elías, resultaría bastante ilógico para la humanidad, desde su posición de poder (entendiendo como poder a la capacidad de imponer a otros su voluntad, según Max Weber), reconocer la función que los leños tienen en nuestras vidas. Pues de la misma forma, para los privilegiados del patriarcado, les resulta ilógico que las mujeres reclamen derechos y reconocimiento, pues tan solo cumplen con la función social de servir, para eso fueron creadas y hasta en los textos sagrados lo señalan.
En resumidas cuentas, pareciera que para el sistema patriarcal en el que nos encontramos inmersas, la misión en la vida de las mujeres queda cumplida al servir a sus superiores, los hombres. Por ello, no les parece relevante que se hable sobre el trabajo no remunerado y mucho menos de la redistribución del trabajo doméstico. Desde las estructuras de poder, nos observan como grupos de exageradas que no se sienten satisfechas con nada. Si desde las cúpulas que ostentan el poder ya nos “dieron la oportunidad de trabajar” ¿por qué no cumplimos con las labores que como mujeres nos corresponden también? Para el patriarcado no se trata de indiferencia y mucho menos de crueldad, simplemente desde su perspectiva, las mujeres son seres invisibles, hechas para servir a sus amos. Esto es el orden “normal” de la vida, por eso los amos ni siquiera necesitan agradecer a quienes les sirven y mucho menos reconocerlas.
[1] ONU Mujeres. “Redistribuir el trabajo no remunerado”. 2016. https://www.unwomen.org/es/news/in-focus/csw61/redistribute-unpaid-work
[2] ONU. “El empoderamiento económico de la mujer en el cambiante mundo del trabajo”. Informe del Secretario General, E/CN.6/2017/3, diciembre de 2016. https://www.un.org/ga/search/view_doc.asp?symbol=E/CN.6/2017/3&referer=/english/&Lang=S
[3] Animal Político. “ Feminismo quiere cambiar el rol de las mujeres pero por tradición las hijas cuidan de los padres en México: AMLO.” Revista digital. México, 2020. Consultado en: https://www.animalpolitico.com/2020/06/amlo-feminismo-cambiar-rol-mujeres-padres/
[4] Anilú Elías. La rebelión de las mansas. Ed. Octavio Antonio Colmenares y Vargas. México, 2011. p. 58.