Las Marías
Escrito por Sara Romero Blancarte A las mujeres con poder, que sueñan con un mundo mejor. A las mujeres que se levantan de las adversidades, porque no importa lo que venga, siempre lucharan con los demonios, y los traumas que todas llevamos dentro. En el México del siglo XXI, lleno de esperanzas entre las nuevas…
Escrito por Sara Romero Blancarte
A las mujeres con poder,
que sueñan con un mundo mejor.
A las mujeres que se levantan de las adversidades,
porque no importa lo que venga,
siempre lucharan con los demonios,
y los traumas que todas llevamos dentro.
En el México del siglo XXI, lleno de esperanzas entre las nuevas generaciones y de las luchas feministas que recorren nuestro continente, se encuentran las Marías. Esas mujeres mexicanas que han sido llamadas despectivamente Marías como forma de generalizar a aquellas mujeres de piel morena, bajos estudios, de entornos rurales o barrios urbanos, y en la mayoría de las ocasiones de extracción indígena; atrapadas además en un limbo entre los estereotipos, los cambios y los contextos sociales, pues no encajan en ningún lado. No son mujeres modernas pero tampoco son antiguas, viven a la sombra de las luchas sociales y los discursos políticos. Son mujeres que, sin quererlo, yacen atrapadas en el patriarcado de antaño y en la inaccesibilidad de una sociedad consumista. Es sobre estas Marías, las que dejaron sueños, fantasías o que quizás nunca tuvieron oportunidad de soñar, sobre quien versan estas líneas. Sirvan ellas mínimamente para reivindicar su nombre, Marías.
En esta serie de entregas veremos las historias de cada una de esas mujeres, que reflejan frustraciones y paradigmas sociales. Se tratan de relatos de mujeres que algunas personas consideran trascendentales para nuestra historia, pero también de mujeres que para cierta gente pueden ser vistas como las sumisas de la edad media. Lo cierto es que en este siglo nos encontramos sólo a la mitad de la lucha feminista (si queremos vernos optimistas), por lo que las decisiones del movimiento y otras generaciones quedarán marcadas en la historia, como el recuerdo nublado de una época que nunca volverá a ser igual.
Se dice que se aprende por el ejemplo y en las Marías no hay excepción. María creció en un núcleo muy humilde o muy rico, la diferencia es casi nula como en la mayoría de las familias, pues fue educada para servir y ser ama de casa. Creció con juguetes de muñecas, trastecitos y toda la indumentaria de la casa en miniatura. Desde muy chica su único trabajo fue el de ser mamá y saber ser una doméstica, perdón, una ama de casa. Con colores llamativos y marcas de prestigio como la cereza del pastel. Con el paso del tiempo, María llegó a la pubertad y se percató de que tenía dos opciones: ser una puta reconocida o una sumisa y puritana. La realidad es que ambas opciones, en algún universo paralelo, la convertirían en presa fácil y objeto de los varones. María primero quiso seguir el estándar de la obediencia: recatada y con la falda de la escuela hasta el tobillo. Sin embargo, se percató que por un lado la señalaban de “apretada”, mientras que por el otro un montón de vagos sin nada que hacer la acosaban constantemente. Estos hombres la seguían en la calle y la imaginaban como una bibliotecaria del porno que tanto consumían, con su piel morena, sus lentes de pasta y sus calcetas blancas. Hasta que un día se hartó de ese acoso y decidió probar la otra cara de la moneda: la puta, la de falda arriba de las rodillas, que se maquilla y les guiña el ojo.
Al principio sintió miedo de ser atacada por los adultos que decían que era perfecta. Ellos mismos comenzaron a decir que María había perdido su camino, que era una lástima creerla lista si en realidad era del montón. El cambio fue casi inmediato, María pudo observar que cuando caminaba con seguridad, hasta los vagos que antes la acechaban seguían haciendo lo mismo pero ahora con inseguridad. Notó que ahora eran más guapos los pretendientes pero igual de inútiles. A grandes rasgos, seguía sin encontrar al “príncipe azul” del que tanto le habían hablado su madre y sus tías. Los únicos que tenían tiempo de ser cordiales, detallistas y serviciales con características principescas, eran esos inútiles vagos.
Ante tal situación y cansada de esperar, María terminó por ceder ante la presión familiar por no quedarse solterona y los piropos de un fulano que en ocasiones la hacían sentir incómoda, y se casó con un hombre prototipo, de esos que según los cuentos infantiles son protectores, siempres están al pendiente de la doncella, regalan flores y cantan canciones de amor. Pero que una vez que te detienes a analizar su funcionalidad, te das cuenta que no saben nada de los estudios y trabajan en lo que pueden, sólo para cumplir con su rol de proveedores. Su primer año de matrimonio fue como vivir en un sueño, por supuesto en la casa de los suegros, donde pasaba el tiempo lave y lave, feliz de cumplir con su educación de ama de casa.

Hasta que el fulano ese, de nombre Pedro, la golpeó borracho la primera vez. María embarazada no supo qué hacer, lloró toda la noche mientras Pedro dormía. Todo lo que María conocía y había aprendido desde niña estaba orientado a ser una buena ama de casa, jugando con comidita y bebés que ahora se convertían en su realidad. A la mañana siguiente María, dispuesta a reclamarle a Pedro su actuar, vióse desarmada por la gentileza y dulce voz de éste. Del Pedro violento ya no había ni rastros, ahora se encontraba frente a un Pedro arrepentido y dispuesto a hacer lo necesario para que lo disculpara. Un Pedro cualquiera que después de la golpiza la trataba como a una reina y que al verla llorar (sobre todo por el dolor que le causaban los moretones) le pidió perdón de mil maneras distintas, excusándose porque estaba borracho y no recordaba nada. Así pasó el primer incidente, el segundo y el quinto. María no sabía si era cierto que Pedro en verdad no era consciente de sus acciones cuando se encontraba borracho, pero cada vez se volvieron más constantes e intensos los maltratos.
Los golpes en el pecho de María, no se veían pero sí que le dolían. Algunos vecinos le decían que denunciara, que debía dejar a su marido. Pero María no sabía qué hacer, ella fue educada para ser ama de casa y una buena mujer no puede ponerse en contra de su hombre, le había dicho una de sus tías. Además, Pedro era quien la mantenía y llevaba dinero a casa, aunque no fuera mucho. Y ya con una criatura, ¿cómo podría denunciarlo, cómo podría dejarlo, cómo podría irse y estar ella sola con todo? María cumplía con lo que le tocaba como mujer: lavaba bien la ropa, planchaba y cocinaba delicioso. Pero parecía que Pedro no estaba consciente de todo lo que ella hacía. María se sentía como si estuviera en un agujero sin salida, donde nadie tenía la culpa.
La gente no entendía por qué no se salía de esa casa. Hasta que un día una “mala” amiga llegó a su hogar y le pidió una cerveza para las dos. La María asustada abrió los ojos y sorprendida de aquella acción dijo que no podría, que las cervezas de su refrigerador sólo eran de su marido. Eran intocables. Su amiga insistió y María decidió permitirse ese gusto. Así que estando las dos solas y cantando a gritos las canciones de Yeny Rivera comenzaron a beber, hasta caerse y vomitar. Después de mucho tiempo llegó Pedro, quien se comportó adecuadamente ante las visitas. Pero en cuanto la amiga de María se fue, le reclamó fuertemente a ésta y como era de esperarse la golpeó y la humilló por su comportamiento, ya que, en palabras de Pedro, “María era de lo peor”, pues sólo las mujeres indecentes bebían de esa manera.
Con la cara llena de lágrimas, María le reclamó todos los golpes del pasado y le dijo que ella los había soportado por la falta de consciencia, pero le advirtió que ésta sería la última vez. María se fue a dormir con la esperanza de que al día siguiente nada le doliera y que todo recuerdo de esa mala experiencia se hubiese esfumado. Sin embargo, para su sorpresa, al día siguiente recordaba todo y tenía dolores insoportables. Le dolía el brazo, la cara, el rostro y todo el cuerpo, pero también le dolía el alma. Por unos minutos se quedó mirando fijamente a Pedro y este la ignoró. Pedro todavía le reprochaba su libertinaje. Fue entonces cuando María comprendió que todos los golpes y humillaciones del pasado tenían que terminar. Ella se dio cuenta que le habían visto la cara, que Pedro siempre la había demeritado para que ella no pudiera alejarse. Se dio cuenta que cuando ella intentaba vender el Tupperware o el Avón, el que decía que era puro chisme y pérdida de tiempo era Pedro. Hasta ese momento, María decidió salirse de esa casa, con una maleta llena de ilusiones. Mientras caminaba a la salida con su pequeño hijo del brazo sentía que el mundo se le venía encima pues no sería fácil encontrar trabajo, lo más seguro es que solo le darían trabajo de barrendera porque no sabía hacer otra cosa.
María llevó su primera solicitud de trabajo a una tienda cualquiera, se sentía temerosa y sin darse cuenta parecía que intentaba disculparse por todo con todo el mundo. Cuando la contrataron, trabajó con gran entusiasmo. Fue una etapa muy difícil en su vida, porque tenía que trabajar y cuidar de su pequeño, sin ayuda. Sin embargo, también fue la etapa en la que se sintió más viva y más libre.
Es lamentable que la vida de María sea la realidad de muchas mujeres que no logran salir del ciclo de violencia, porque desafortunadamente viven con la esperanza de que el príncipe azul que las enamoró con mil detalles regrese. Pero en lugar de eso las humilla y golpea día a día bajo la excusa del alcoholismo. Existen muchas Marías que no consideran que ser ama de casa es un trabajo de tiempo completo sin paga, que si ellas fueran a una empresa o empleo podrían trabajar menos horas de lo que hacen en sus hogares y por un sueldo justo, pero sobre todo sin humillaciones. Por ella y por todas las Marías, para que no tengamos que escribir más estas historias de dolor y humillación.