La virginidad como medio de violencia contra las mujeres.
En pleno siglo XXI, millones de mujeres continúan siendo violentadas por no tener un sangrado vaginal al momento de tener su primer acto coital. Parece una exageración más de las feministas, pero desafortunadamente es parte de nuestra realidad. El mito de la virginidad ha estado presente en la historia de la humanidad, como un medio…
En pleno siglo XXI, millones de mujeres continúan siendo violentadas por no tener un sangrado vaginal al momento de tener su primer acto coital. Parece una exageración más de las feministas, pero desafortunadamente es parte de nuestra realidad. El mito de la virginidad ha estado presente en la historia de la humanidad, como un medio de control de la sexualidad de las mujeres, quienes tienen que limitar su deseo sexual natural para satisfacer las demandas sociales que hay sobre su cuerpo.
En México, para consagrar el templo de Huitzilopochtli en Tenochtitlan, el pan que se ofrendaba en sacrificio iba mezclado con la sangre de niñas y vírgenes. Con la conquista, los preceptos religiosos judeocristianos no cambiaron mucho la visión de pureza que se tenía respecto a la virginidad de las mujeres. Nuestras madres y abuelas todavía narran historias de control, humillación y violencia, hacia mujeres de sus generaciones, por no ser lo suficientemente puras al momento de contraer nupcias.
Estos relatos nos llegan hoy en día de voces de mujeres mexicanas que tenían que bordar, por meses, las sábanas que serían colocadas en su cama matrimonial en su noche de bodas; mismas sábanas, que serían expuestas al día siguiente frente a familiares y curiosos, para hacer el ajuste de la dote correspondiente en caso de que no hubiese sangre en ellas. Nuestras madres todavía relatan ejemplos de cómo había mujeres que, al no ser vírgenes, debían vestir el día de su boda con otro color de vestido, menos el blanco, porque ya no eran dignas de lucir el color de la pureza. Estos ejemplos muestran claramente la necesidad de humillarlas y señalarlas colectivamente, por su deshonra.

En el transcurso de la historia humana, el himen, una simple membrana que se ubica en la entrada vaginal, se ha convertido en un sello de honor femenino. Los textos sagrados de diferentes culturas así lo han determinado. Las Leyes de Manu, en el hinduismo, establecen que un hombre puede abandonar a su mujer en caso de que ella llegue “desflorada” al casamiento. El Antiguo Testamento, en el Libro de Moisés, contiene un reglamento parecido a las leyes que permite el matrimonio entre el violador y la víctima, donde un hombre tenía permitido tomar por la fuerza a una mujer virgen y después “reparar el daño” a la familia con cincuenta piezas de plata. Con la llegada de la figura de la inmaculada Virgen María, el culto a la virginidad hace su aparición en el Nuevo Testamento, mitificando a María como la mujer perfecta, por el hecho de ser virgen. En el Corán, podemos encontrar un sinfín de alabanzas a la virginidad femenina, al punto tal de recomendar a los hombres el matrimonio solamente con mujeres que pudieran demostrar esta honorabilidad.
Como podemos ver, el himen terminó convirtiéndose en un elemento fundamental para la valía de las mujeres y de sus familias. Por esta razón, cualquier ultraje a su virginidad es una mancha de honor familiar. Y es justamente por eso que en diferentes naciones millones de mujeres son asesinadas por causar este perjuicio a sus familiares. En la actualidad, hay asesinatos de mujeres por “crímenes de honor” reportados en países como: Brasil, Ecuador, Egipto, India, Israel, Italia, Jordania, Marruecos, Pakistán, Turquía, Uganda y Bangladesh. En Medio Oriente, los asesinatos de honor tienen la aprobación social, motivo por el cual los homicidas reciben penas mínimas.
Las pruebas de virginidad son consideradas como una violación a los derechos humanos de las mujeres, por organizaciones como Human Rights Watch. Sin embargo, son una práctica vigente. En México, principalmente en el entorno rural o indígena, todavía se realizan tactos vaginales para constatar que una mujer tenga íntegro el himen. En España existe una práctica parecida llamada “la prueba del pañuelo”, entre las comunidades gitanas. En Turquía continúan con la revisión de las sábanas nupciales.
Una forma que han encontrado las familias para “proteger” la virginidad de las mujeres ha sido casarlas a edades muy tempranas. Por eso, en África, América Latina y Asia, el matrimonio con mujeres menores de edad sigue siendo una práctica cotidiana. Finalmente, el método más doloroso para conservar la virginidad hasta el matrimonio continúa siendo la mutilación genital femenina. Cuando pensamos en este tipo de mutilación, de inmediato imaginamos que se habla de algún país africano, donde por supuesto es una práctica constante. Pero se nos olvida que durante los siglos XIX y XX la mutilación genital femenina era un tipo de “tratamiento” al que eran sometidas mujeres en Inglaterra, Estados Unidos y Alemania, para curar a aquellas con el diagnóstico de histeria femenina o que gustaban de la masturbación.
De esta manera, podemos ver cómo la virginidad es un constructo social que se ha afianzado a nuestras comunidades por medio de la religión y las costumbres. Un constructo que parte de la idea de que las mujeres deben ser puras y castas, para tener un valor. Un constructo que ha servido como medio de sometimiento, de violencia y de denigración de la sexualidad de las mujeres. Un constructo que nos han impuesto, que nos ha hecho creer que un pene puede determinar el grado de honor y respeto que merecemos. El mito de la virginidad es un tema sumamente complejo y extenso, por lo que les pido queridas lectoras, esperen la siguiente entrega donde hablaremos de la virginidad desde una perspectiva médica.