La peor mamá del mundo.
— ¡Espera, espera! Laura, ¿cómo sigue tu abuela? — ¡Pues, más o menos! Ya se siente mejor, dice el doctor que su azúcar ya le bajó, pero lo que no le baja es la muina que trae atorada, bueno… ¡eso dice ella! — ¡Ay, caray! ¿Y eso? ¿Pus qué pasó? Doña Paula estaba muy bien,…
— ¡Espera, espera! Laura, ¿cómo sigue tu abuela?
— ¡Pues, más o menos! Ya se siente mejor, dice el doctor que su azúcar ya le bajó, pero lo que no le baja es la muina que trae atorada, bueno… ¡eso dice ella!
— ¡Ay, caray! ¿Y eso? ¿Pus qué pasó? Doña Paula estaba muy bien, la semana pasada la vi en misa como si nada, pus ¿qué le hiciste?
— ¿Yo? ¡Nada! En serio, más bien fue por lo de mi amá ¿apoco no supiste que volvió?
— ¿Tú mamá volvió? ¡No me digas! En verdad que no lo sabía. Pero… ¿dónde estuvo todo este tiempo? Y, después de tantos años ¿pa’ que regresó? ¿Qué les dijo?
— Pus así nada más. Llegó diciendo que había estado trabajando mucho y vivía en Guadalajara. Que había vuelto porque quería saber de mí y mis hermanos. Que todos estos años que había estado lejos, nos había extrañado mucho. Dijo que quería que la perdonáramos por dejarnos de pequeños, pero que no le había quedado de otra. Que si no se hubiese ido mi papá la habría matado a golpes. Nos dijo que ella entendía si no la queríamos ver, que éramos muy niños cuando se fue y por eso no había podido llevarnos con ella.
— ¡Pero eso no es pretexto para abandonar a sus hijos, Laurita! Como dice mi abuela: “ni las perras abandonan a sus crías”. Ella los dejó solitos con el borracho de tu padre y la gruñona de tu abuela, sin importarle que nadie les acercara siquiera una memela. ¡Perdón que te lo diga, pero eso no se hace! ¡Yo jamás abandonaría a mis hijos por ningún motivo! ¡Mi Dios está por testigo de que no lo haría nunca!
— ¡Pus no lo sé Josefa! Mi amá sufría mucho, cada que mi padre llegaba bebido, lo primero que hacía era molerla a golpes. Me acuerdo perfectito, aunque yo estaba muy escuincla, que nos hacíamos los dormidos mis hermanos y yo, porque mi amá nos decía que así no se iba a enojar, que dizque porque le molestaba el ruido. Y cuando él llegaba, ella trataba de darle de comer rapidito, tal como él quería, pero de todas maneras hiciera lo que hiciera, él terminaba pegándole por cualquier cosa.
— Bueno… pero ya sabes que así son algunos hombres. Por eso la bebida no es buena para ellos, ¡pero hazlos entender! ¡Es como si tragaran lumbre, carajo!
— No era solo la bebida Josefa, porque no sólo pasaba cuando estaba borracho. Le pegaba incluso cuando íbamos a casa de mis abuelos. Si él decía que ella estaba de holgazana, eran golpes. Si ella no hacía bien las cosas, era otra madriza. Si ella decía algo que no debía, la molía a palos de nuevo. Total, que todo el tiempo mi madre parecía piñata, como si sólo para eso sirviera, para que mi padre pudiese descargar su rabia con ella. ¿Y mis abuelos? ¡No hacían nada! Su hijo podía estar chingándola sin descanso y ellos se hacían los que no veían. Solo cuando ya amá ni se movía, lo detenían. Lo tranquilizaban para que la dejara, pus no querían que eso pasara a mayores.
— Bueno Laura, pero… ¿qué podían hacer Doña Paula y Don Roberto? Tus padres ya eran un matrimonio. Mis abuelos, por ejemplo, nunca se metían en los problemas de mis papás. Y mis viejos tampoco se han metido nunca en mis problemas con mi marido, esas cosas se arreglan entre casados ¡así es como debe de ser!
— Y, entonces, ¿qué hubiera pasado si la mataba? Con su silencio tampoco ayudaban a nadie. Ellos podían ver que la tenía a chingadazos, golpe tras golpe y parecían mudos. A su hijo no le decían una sola palabra. ¡Ah, pero sí se sentían con derecho de reprender a mi amá! Yo me acuerdo clarito de que varias veces después de que mi padre le pegaba, todavía ella tenía que aguantar el sermón de sus suegros, que entre regaños le aconsejaban que se portara bien, que fuera una mejor esposa y que aprendiera cuál era su lugar en la familia. A final de cuentas, yo creo que mi amá se hartó de todo eso, se cansó de aguantar, se cansó de las golpizas y de la mala vida. Tal vez no encontró otra forma de acabar con todo eso y el miedo la hizo correr, el miedo a que un día de tantos, entre tantas madrizas iba a terminar muerta. ¡Yo creo que por eso se fue muy lejos!
— Sí, estoy de acuerdo contigo en que tu papá no era ningún santo. Pero ¿por qué tu mamá no se los llevó a ustedes? ¿Por qué no cargò con sus niñitos? ¡Eso hacen las verdaderas madres! Se los hubiese llevado, como doña Casilda, ¿te acuerdas? Cuando dejó al marido, se llevó toda su piocha de escuinclitos, aunque sea comiendo frijoles, pero al menos madre no les faltó.
— Pus sí, supongo. Aunque no habría sido fácil. Imagínate, éramos cinco niños. Mi hermano Santiago, el mayor, apenas tenía nueve años, todavía no tenía ni fuerzas pa´ trabajar. ¿Dónde la iban a recibir con tanto niño? Mi madre no tenía a nadie, sus apás ya eran finados y no tenía hermanos. Que yo sepa sus parientes más cercanos eran unos tíos, ¿tú crees que la iban a recibir con tanto chamaquito? Y pus la verdad, a nosotros no nos pegaba mi apá, sólo se ensañaba con ella, hasta parecía que le tenía tirria. A lo mejor mi amá pensó que nosotros no corríamos peligro, que al final de cuentas nos íbamos a quedar con la abuela Paula. ¡Y tal cual, eso fue lo que pasó! Despuesito que se fue mi madre, mi apá nos fue a dejar con mis abuelos, que dizque porque él no sabía qué hacer con nosotros. Y seis meses después ya estaba viviendo con la Raquel.
— Yo siento como que la estás disculpando, Laura y la mera verdad, no se lo merece. ¿Apoco ya se te olvidó que cuando se fue, tu abuela comenzó con su enfermedad? ¿Qué tu papá empezó a beber más y por eso se accidentó? ¿O se te olvidó que tú terminaste cuidando a tus hermanitos más pequeños, cuando tenías tan solo siete añitos? Y todo ¿por qué? Por la desobligada de tu madre que los dejó. ¿Ya olvidaste todo eso?
— ¡No, no se me olvida Josefa! Todo el tiempo he escuchado a mi abuela decir que por el coraje que hizo cuando se fue mi amá, le dio la diabetes, por eso nunca la va a perdonar, eso lo repite una y otra vez. Pero lo que dices de mi apá, ¡eso no es verdad! El señor ya tomaba mucho desde antes de que ella se fuera y por andar en sus parrandas fue que tuvo ese accidente. Además, eso fue bastantes años después de que mi madre nos dejara, ¿no te acuerdas de que Santiago ya estaba en el Gabacho? ¡Que fue por eso que no pudo llegar a darle sepultura!
— ¡Ah, sí cierto! ¡Tienes razón! ¡Pobre del finado, al menos ya descansa en paz!
— ¡Si es que puede descansar, digo yo! Y pus, en mi caso, yo era la mayorcita de mis hermanas, decía mi abuela que por tener una mala madre me tocaba terminar de criarlos. Y no fue nada fácil, ¡tienes razón! Porque chillaban a cada rato. Sobre todo la Tere, que todavía no cumplía ni un añito, todas las noches se quedaba dormida con los ojitos hinchados de tanto llanto llamando a su amá. Por eso ella no se acuerda de nada, ni de los maltratos, ni de los gritos, y por eso le tiene tanto rencor a la “señora esa”, como ella la llama. La Tere dice que no quiere verla, ni hablar de ella, que es la peor madre del mundo, porque nunca estuvo a su lado y porque la abandonó.
— ¡Y tiene razón en estar tan encabritada! ¡Imagínate! Así de la nada dejó a su criatura sin destetarla siquiera. ¡Peor que si fuera un animalito!
— Pero… ¿qué podía hacer? ¡Dime Josefa! ¿tenía que aguantarse hasta que el día menos pensado, después de una madriza, terminará matándola? ¿Qué opciones tenía? A mi madre nadie la ayudaba, nadie la protegía, a nadie le importaba lo que le estuviera pasando. Tere nació mucho antes de lo que debía, porque mi padre hasta embarazada le pegaba a mi amá, con ese parto casi se muere de una hemorragia, eso dijeron los doctores. ¿Qué podía hacer ella? ¿Rezar acaso? No sabes cuantas veces la escuché pedirle a Dios que hiciera algo, que por favor cambiara a mi apá, que la ayudara. Pero ¿sabes qué? Dios tampoco hizo nada, hasta él le dio la espalda y la dejó sola en su infierno.
— ¡Ay, Laura! Hablas como si tú mamá fuera la única mujer a la que le ha tocado un marido difícil. Y no por eso andamos abandonando a nuestras crías. Ahí tienes a Doña Luisa, a Carmen o hasta tu misma abuela. Todas cargamos con nuestra cruz, así nos tocó vivir. Algunos esposos son menos malos que otros, pero al final de cuentas todos tienen sus detallitos. Mira nada más el mío, nunca me ha chingado, pero el muy cabrón va a gastarse el dinero de sus hijos con cualquier güila que se encuentra. ¿Y por eso lo voy a dejar? ¿Por eso voy a dejar sin padre a mis hijos? ¿Por eso voy a abandonar a mis crías? Pues no, lo único que podemos hacer, es ser buenas madres, para que algún día cuando nuestros hijos crezcan, se sientan orgullosos de nosotras y agradecidos. Por ellos se aguanta todo, eso es lo que hace una buena mamá, se sacrifica por sus criaturas, deja el alma por ellos si es necesario.
— ¡No lo creo Josefa, yo no podría! Si de eso se trata todo esto, prefiero no tener marido ni hijos. Si voy a tener un marido como mi padre, mejor prefiero quedarme a vestir santos. Yo sé lo que todos piensan de mi amá, pero también sé que no saben todo lo que tuvo que soportar, ¡el maldito infierno que era su vida antes de irse! Por eso ayer que regresó y que quería hablar con nosotros, ¡yo sí me acerqué a ella! La abrace, porque en verdad me dio gusto verla. A pesar de todo lo que viví cuando se fue, yo siempre le rezaba a Dios por ella y le pedía que estuviera bien, porque en el fondo de mi corazón prefería que estuviera lejos de nosotros, para que ya no sufriera más. Cuando sentía que le tenía un poquito de rencor, recordaba las tantas veces que la veía en el suelo llorando después de que mi padre la madreaba hasta cansarse; y para serte sincera, terminaba alegrándome de que se hubiese ido.
Ayer que la tuve frente a mí, me puse muy feliz, ¿sabes por qué? ¡Porque estaba viva! Porque estaba viéndola de nuevo, con esos ojos aguados de tanta lágrima, que siempre me venían a la memoria. Estaba ahí diciéndome que me quería y que me había extrañado. Yo sé que tal vez si se hubiese quedado la habríamos enterrado hace mucho, así que verla viva después de tantos años, para mí, sólo significa que valió la pena que se hubiese ido, aunque todos digan que ha sido la peor mamá del mundo.

Hijole, se me erizo la piel con este relato. Que duro y que triste!