La menopausia como símbolo de la caducidad femenina
“No sé cuándo dispuse rebelarme. No aceptar que sólo se me concedieran como válidos los diez o veinte años con piel de manzana sentirme orgullosa de las señales de mi madurez”. Gioconda Belli. Desde la infancia, las mujeres aprendemos que nuestro cuerpo debe ser atractivo y que tiene fecha de caducidad. Partimos de la idea…
“No sé cuándo dispuse rebelarme.
No aceptar que sólo se me concedieran como válidos
los diez o veinte años con piel de manzana
sentirme orgullosa de las señales
de mi madurez”.
Gioconda Belli.
Desde la infancia, las mujeres aprendemos que nuestro cuerpo debe ser atractivo y que tiene fecha de caducidad. Partimos de la idea generalizada de que poseemos un cuerpo imperfecto, que requiere de múltiples arreglos. Nos sometemos a dietas extenuantes, dolorosas cirugías, utilizamos instrumentos de tortura como las fajas asfixiantes o las zapatillas. Todo ello para perfeccionar nuestro cuerpo y que de esa manera, a través de nuestra belleza, obtengamos un poco de reconocimiento y valor social. Interiorizamos esta necesidad de perfección a un punto tal que vivimos agotadas y frustradas intentando satisfacer los estándares normativos de belleza. Decía Rosario Castellanos, en su ya clásico Mujer que sabe latín, que pasamos la mayor parte de nuestra vida preocupadas por nuestra apariencia, lo cual es una de las mejores jugadas del patriarcado, ya que una mujer agotada difícilmente tendrá la fuerza para luchar.
Y es que, en nuestras sociedades, la belleza de las mujeres se asocia a su estatus, al hecho de ser triunfadora, de poseer una alta autoestima, de ser elegante. En otras palabras, se enaltece la figura, la delgadez y la juventud como criterios de belleza femenina y elementos imprescindibles para el éxito. Sin embargo, estos elementos tienen fecha de caducidad, ya que una vez que se deja de ser joven, las mujeres simplemente dejan de ser consideradas atractivas y exitosas. El gran problema de estas ideas es que las mujeres pasamos la vida insatisfechas con nuestro propio cuerpo, torturándonos diariamente por los kilos y las arrugas de más.
Y esta situación se torna mucho más compleja con el paso de los años. Una vez que alcanzamos las primeras tres décadas de vida, llega el bombardeo social dirigido a nuestro cuerpo “maduro”. Un cuerpo con menos elasticidad, en el que es más complejo esconder las estrías y la celulitis. Un cuerpo donde se comienzan a marcar las líneas de expresión y los “gorditos”. Un cuerpo que comienza a alejarse de la maternidad y que, por lo tanto, empieza su decadencia, pues poco a poco se va desprendiendo de su principal función biológica, que es la de procrear. Después de los treintas nos repiten constantemente que debemos aplicarnos infinidad de artículos de belleza para mantener la piel tersa, sin manchas y tonificada. Nos venden la idea de que tenemos que hacer lo necesario, para recuperar nuestra apariencia juvenil.
Así, para cuando llegamos al climaterio, las mujeres inconscientemente terminamos aceptando que nuestro tiempo funcional ha finalizado. Nuestra juventud se ha escapado junto con la posibilidad de ser madres. Una vez que se ha esfumado el periodo menstrual, se nos escapan las posibilidades de ser atractivas y deseadas. Por ello, muchas mujeres se perciben acabadas e inservibles al concluir su cuarta década de vida, pese a que le restan por lo menos 3 décadas más (tomando en cuenta que la esperanza de vida es de más de 73 años para las mujeres en el mundo). Por lo que, a pesar de longevas, sólo nos es permitido disfrutar de las primeras décadas de nuestra existencia, con plenitud y autosatisfacción.
En la India, hasta hace algunos años se quemaba vivas a las viudas, junto con el marido fallecido. Esto, además de medieval, era un acto simbólico para todas las mujeres. Pues la funcionalidad de su vida también dependía de la existencia del marido. En nuestro país pasa algo similar con las viudas. Aunque no se les inmola o entierra el mismo día que su difunto marido, una vez que éste fallece, ellas terminan convirtiéndose en entes acabados. Hay comunidades rurales en México, principalmente en los estados de Chiapas y Oaxaca, donde las viudas no pueden volverse a casar y en casi todos los lugares existen fuertes críticas sociales hacia las mujeres que después de fallecido su esposo deciden continuar con su vida, volviéndose a casar o viviendo con alguna nueva pareja sentimental.
Así pues, podemos ver cómo, por siglos, a las mujeres se les ha adoctrinado que una vez que su periodo deja de presentarse, su aportación social también las abandona. Esto porque no existe un modelo que separe a la mujer que da la vida, de la mujer que simplemente vive por el puro placer de existir, despojada ya de su función de hembra reproductora de la especie.
Es este sentido que quiero recomendarles una maravillosa novela de una de las autoras favoritas de Femísticas: la nicaragüense Gioconda Belli, donde se retoma precisamente el tema de la menopausia, y que lleva por título El intenso calor de la luna. En esta obra podemos encontrar un fragmento bastante ilustrador de la forma en cómo el climaterio impacta de manera negativa en las mujeres, cuando podría ser de una forma distinta. La ginecóloga Jeanina Piñeiro, uno de los personajes del relato, le dice a la protagonista de la historia lo siguiente:
“¿Te das cuenta, Emma, de que los años fértiles terminan más o menos a los cincuenta, pero que – estadísticamente- la mujer tiene una esperanza de vida mayor que el hombre? ¿No te suena que la Naturaleza nos está diciendo algo, compensándonos en cierta manera por esos años que no pudimos dedicarnos a nosotras mismas?”.
Emma es una mujer que ha comenzado con los bochornos propios de los cambios hormonales que acompañan a la menopausia y se siente preocupada por esta nueva etapa de su vida, en la cual, según lo que ha aprendido en su entorno, ha dejado de ser mujer y está por convertirse en un ser asexual. Su médica intenta explicarle de diferentes maneras que si bien es cierto que en ese momento de su vida se presentarán diversos cambios, éstos no tienen por qué ser negativos. Por el contrario, pueden ser una oportunidad para disfrutar de su vida, una vida que ya no es dependiente de la maternidad y en la cual ha dejado de ser la prolongación de otros. “Es como si la propia naturaleza estuviera consciente de que no nos pertenecemos en la época de la fertilidad y nos diera el tiempo para alcanzar la plenitud.”
Este texto tiene mucho sentido ya que una vez que el periodo de una mujer finaliza, también finaliza su dependencia a la anticoncepción, a la maternidad. No es el final de su vida, es el inicio de una nueva faceta. Sin embargo, muchas mujeres pasan esos años dedicando sus energías a lamentarse por “dejar de ser mujeres”. Esto es una trampa, la última gran trampa del patriarcado, que nos ha hecho creer que la menopausia nos convierte en seres asexuados, invisibles y casi inservibles. Una vez despojadas del único valor que nos ha concedido la sociedad, el de la maternidad, esa imposibilidad física golpea fuerte nuestra propia identidad y el valor que nosotras mismas nos otorgamos.
Algo que como médica se ha vuelto prioridad para quien escribe estas líneas, con las pacientes que cursan el climaterio o la menopausia, no es el hecho de eliminar los bochornos o indicarles tratamientos farmacológicos como si se trataran de caramelos. Considero más importante que mis pacientes comprendan que la menopausia es un tránsito hacia ellas mismas, hacia una persona que existe fuera de los esquemas de feminidad establecidos. Todas las mujeres llegaremos a ese momento porque el envejecimiento es una realidad para todos y todas. Pero todas las mujeres deberían saber que se trata únicamente de una faceta más, una faceta que no depende de bailar la danza del apareamiento o del sangrado, una faceta donde no se deja de ser mujer. La menopausia puede ser una etapa de plenitud, de consolidación de metas y por supuesto de vivir una sexualidad plena ya sin el lastre de los embarazos no deseados. Aceptar la menopausia como algo natural, no patológico y propio de nuestro género, es otra forma de rebelarnos a la caducidad que el sistema le ha establecido dictatorialmente a nuestro cuerpo.
Para finalizar, un poema, también de nuestra querida autora:
No la conozco
pero, hasta ahora,
las mujeres del mundo la han sobrevivido.
Sería por estoicismo
o porque nadie les concediera entonces
el derecho a quejarse
que nuestras abuelas
llegaron a la vejez
mustias de cuerpo
pero fuertes de alma.
En cambio ahora
se escriben tratados
y, desde los treinta,
empieza el sufrimiento,
el presentimiento de la catástrofe.
El cuerpo es mucho más que las hormonas.
menopáusica o no,
una mujer sigue siendo una mujer;
mucho más que una fábrica de humores
o de óvulos.
Perder la regla no es perder la medida,
ni las facultades;
no es meterse cual caracol
en una concha
y echarse a morir.
Si hay depresión,
no será nada nuevo;
cada sangre menstrual ha traído lágrimas
y su dosis irracional de rabia.
No hay pues ninguna razón
para sentirse devaluada.
Tirá los tampones,
las toallas sanitarias.
Hacé una hoguera con ellas en el patio de tu casa.
Desnúdate.
Bailá la danza ritual de la madurez.
Y sobreviví
como sobreviviremos todas.
Gioconda Belli