La cesta de la abundancia
Cae la tarde con su letargo somnoliento y Elena Macoso desanda las calles de Cabinda[1] para regresar a casa. Camina encorvada, arrastrando los pies en el suelo arenoso. Anda despacio, con el paso tímido y constante que se aprende en la vejez. Su cuerpo delgado apenas puede con la carga, se aferra a la soga…
Cae la tarde con su letargo somnoliento y Elena Macoso desanda las calles de Cabinda[1] para regresar a casa. Camina encorvada, arrastrando los pies en el suelo arenoso. Anda despacio, con el paso tímido y constante que se aprende en la vejez. Su cuerpo delgado apenas puede con la carga, se aferra a la soga que une su cabeza con la cesta repleta de bananas, como si pudiese sacar de las manos una fuerza distinta.
Elena es una mujer sencilla, una angolana que lleva en el rostro la historia de su tierra. Cada noche cuece el maíz en la paja, que cada mañana vende en la plaza Terra Nova. El milho es barato, pero el dinero alcanza para comprar bananas y revenderlas luego, no es suficiente para vivir, pero lo es para no morirse.

Hoy ha tenido suerte, lleva unas cuantas monedas guardadas en el pañuelo y una cesta lo suficientemente llena como para no ser golpeada al llegar a casa. Es casi una ley natural que un mal día de trabajo se pague con los puñetazos de un esposo ebrio, así ha sido siempre para ella y para las mujeres que conoce.
No puede quejarse, sabe que los moretones duelen, pero no sabe que está mal recibirlos; para ella son buenos tiempos. Recuerda la guerra, recuerda la sequía y aquellos años de sudar sobre cuerpos extraños por unos cuantos centavos.
Tiene un techo, seis hijos fuertes, aunque ocho fue el número de partos. Como comadrona de experiencia, a muchas vio morir en el acto, algunas junto a bebés tan delgados que fue mejor que no enfrentaran la vida, decía para sí. Se alegraba de sólo tener varones: las niñas pierden la inocencia temprano, nunca cobran mucho dinero y han de seguir órdenes del esposo toda la vida.
Elena es afortunada, pronto cumplirá 70 años y aunque hoy la frente le avisa con sudores lo que la columna grita con traquidos, es feliz de envejecer desandando las calles de Cabinda con la cesta siempre llena.
¿Que cómo sé esta historia? ¿Por qué tengo estas fotos? Las tomó mi padre, que no es fotógrafo sino médico, pero igual conoce de humanismo.
[1] Provincia de Angola, en el poniente africano
[2] Maíz, en portugués. La lengua oficial de Angola.