Judith, la valiente.
Crónica sobre la vida de Judith, una chica valiente y aguerrida. Una mujer que logró sobreponerse a la violencia, al racismo y a la xenofobia que sufrió de niña. Es el testimonio de una amiga que hoy la extraña y que a la distancia se siente orgullosa de ella.
Judith y yo éramos amigas, nos conocimos en cuarto grado de primaria cuando me mudé por enésima vez de casa. El trabajo de mi padre le exigía cambiar constantemente de domicilio, así que mi familia era una especie de moderna cofradía de gitanos. Fue por esa razón que llegamos a radicarnos en San Mateo, un pequeño pueblo pintoresco, un tanto “alejado de la civilización”.
El día que conocí a Judith me acerqué a ella porque de alguna manera creí que podríamos compartir nuestras soledades. Yo era la “niña nueva”, la extraña que no tenía amigos y que nadie conocía. Para muchos de mis compañeros yo hablaba de forma “rara” y decían que hasta mi apariencia física era “diferente”, como si se tratase de algo negativo. Así que al llegar a ese lugar me sentí aislada, me sentí ajena; algo en el aire de ese pueblo me recordaba constantemente que yo no pertenecía a él.
Pero el caso de Judith era peor. Ella era una niña pequeña, morenita, de cabello largo, rizado y negro, que combinaba perfectamente con sus ojos oscuros. Una chica menudita, muy callada y al mismo tiempo muy inteligente. Por lo que ella misma llegó a contarme, supe que ella y su mamá habían llegado a ese lugar tres años antes que mi familia. Llegaron huyendo, o mejor dicho escondiéndose, de un padre violento que había amenazado a su madre con matarla si algún día ella lo abandonaba. Al parecer ese señor pensaba que la mamá de Judith tenía la obligación de permanecer a su lado sin importar el hambre, los golpes y las humillaciones.
En fin, la vida las llevó a buscar refugio en San Mateo, que como ya he dicho antes era un pueblo “alejado de la civilización”. Repito esto porque eso era lo que me decía mi madre cuando intentaba explicarme por qué la gente de ese lugar tenía ciertas “costumbres”. La verdad es que, pese al enorme esfuerzo de mi mamá por maquillar la realidad, los habitantes del pueblo tenían comportamientos xenofóbicos y racistas. Logré ponerle esos adjetivos a la “poca civilización” que de niña mi madre no sabía explicarme o no quería darle nombre. ¿Por qué digo que eran xenofóbicos y racistas? Porque reproducían cierto malestar y odio por aquellas personas que no habían nacido ahí o por aquellas personas cuyo tono de piel contrastaba con la de ellos. Así que, si no eras nativo de San Mateo, nunca dejabas de ser un extranjero. Y si tu piel era más oscura, te trataban como si fueras diferente e inferior.
Mi familia nunca dejó de ser considerada como extranjera, pero nuestro tono de piel se parecía a la de ellos, así que por lo menos eso nos daba cierto respiro. De igual forma Judith y su mamá eran ajenas a ese pueblo, pero su color de piel tampoco se parecía a la gente que vivía en San Mateo; su piel era más oscura y sus rizos las diferenciaban desde lejos de los otros habitantes del poblado. La mamá de Judith trabajaba en un taller de costura todo el día para poder mantener a su pequeña y enviarla al colegio. Mis padres decían que ellas eran dos mulatas muy valientes que se esforzaban por salir adelante solas. Lamentablemente el pueblo no pensaba igual que mis padres.
En San Mateo todo el pueblo parecía verlas como personas anormales. En algunas ocasiones escuche a otros adultos referirse a la mamá de Judith como una “negra endemoniada». La juzgaban por abandonar al marido, por ser una madre soltera y también por lo que ellos denominaban su “moral dudosa”. Judith me contó en una ocasión que su madre había golpeado al señor con el que trabajaba porque ese tipo había querido tocarla sin su consentimiento, y por supuesto se quedó sin empleo. Y a pesar de que ella hacía lo posible por mantener su distancia con otros hombres del pueblo, éstos la seguían, la agredían, la acosaban y siempre intentaban sobrepasarse con ella. Hoy sé que eso es un clásico comportamiento machista de aquellos varones que creen que ser madre soltera es sinónimo de ser una “busca hombres”.
Judith vivía con todo eso y con las burlas constantes en la escuela. Nuestros compañeros se mofaban de ella por ser negra, por ser una “bocona”. Cuando estaba con ella las agresiones las compartíamos por ser diferentes. Pero no dejo de pensar que a ella la trataban de una forma más despectiva, por su color de piel, por sus rasgos físicos. Con el tiempo crecimos y el cuerpo de Judith comenzó a cambiar más rápido que el mío o el de otras de nuestras compañeras. Esos cambios intentaba disimularlos con ropa holgada, pues comenzó a sentirse observada no sólo por los chicos y chicas de nuestra edad, si no también por los adultos.

Una tarde cuando volvíamos del colegio, nos dimos cuenta que un hombre nos seguía. Así que corrimos hasta mi casa y le contamos a mi mamá. Ella nos dijo que habíamos hecho lo correcto y que ella misma llevaría a Judith a su casa cuando su mamá llegara del trabajo. A partir de ese momento, mi mamá acudía por nosotras a la escuela y Judith se quedaba en mi casa hasta que su madre pudiese pasar por ella. En ese entonces no entendíamos por qué nuestras madres se habían alarmado tanto con ese hecho, pero ellas parecían tener ciertas razones para querer protegernos.
Sin embargo, su protección era limitada. Dentro de la escuela nada podían hacer para cuidarnos de las burlas o de las agresiones de nuestros compañeros. Judith y yo nos volvimos inseparables, siempre estábamos juntas. Hasta que un buen día Judith dejó de ir a la escuela. Al principio pensé que tal vez se había enfermado y por esa razón fui a buscarla a su casa. Ella me dijo que no volvería porque su mamá prefería que le ayudara con el trabajo. Además, me dijo que el profesor le había hecho daño y que por eso ella prefería no volver más. Nunca supe a qué se refería con eso de que el profesor “le había hecho daño”, no supo explicarme, pero me dijo que me cuidara mucho y que nunca me quedara sola con él. Una semana después de que le conté a mi mamá eso, mis padres decidieron que era el momento de volver a cambiar de casa y nos fuimos de San Mateo.
Desde ese momento dejé de saber de Judith. No supe más sobre ella o su mamá. Nunca volvimos a San Mateo y mis padres preferían no hablar de ese lugar. Lo único que llegaron a comentar es que habíamos salido de ahí para estar más tranquilos. Con los años fui olvidando muchas cosas de las que pasaron en ese sitio, me adapté a una nueva escuela y nuevos compañeros. Hoy creo que el cambio en verdad fue muy bueno para mi familia. Pero siempre me quedé con la duda de qué había ocurrido con mi gran amiga.
Ayer volví a ver a Judith. La vi dando un discurso en una plaza con una pañoleta verde que intentaba mantener en orden su alborotado cabello rizado. Ella lucía espectacular, es una mujer que irradia fuerza. Cuando me acerqué a hablar con ella me reconoció enseguida y me abrazó de inmediato. Después de una larga conversación supe que al poco tiempo que nosotros dejamos San Mateo, ella y su mamá también se fueron a la Ciudad de México. Gracias a eso Judith pudo comenzar una nueva vida alejada de toda esa discriminación por su color de piel y pudo recuperarse de lo que describió como “la parte más oscura” de su vida: la violación a manos de nuestro profesor. Me contó que su mamá intentó denunciarlo, pero en lugar de recibir apoyo comenzaron a recibir una serie de agresiones por parte de las gentes del pueblo, quienes no creían en absoluto que el maestro fuese capaz de tal acto. Así que después de todo eso decidieron huir de nuevo y comenzar desde cero otra vez. Hoy Judith se ve a sí misma como una feminista. Trabaja para un colectivo que ayuda a mujeres que, como ella, fueron agredidas por ser mujeres, por ser negras y por ser pobres. Hoy ella es una mujer valiente que se esfuerza porque no existan más San Mateos. Mi corazón se llenó de tanta alegría al volverla a ver, porque a pesar de todas las cosas malas que le ocurrieron, sé que ella logró sobreponerse y salir adelante a pesar de todo. Cuento su historia en Femísticas porque espero que muchas otras chicas como Judith puedan tener una mejor vida. Porque a pesar de que las cosas han cambiado desde que éramos niñas, no han cambiado lo suficiente. ¿Cuántas pequeñas como Judith habrán tenido que crecer en lugares violentos como San Mateo? San Mateo es, a final de cuentas, un pueblo cualquiera del país, donde abunda el machismo, el racismo, el clasismo y la xenofobia. ¿Cuántas habrán tenido que dejar la escuela? ¿Cuántas han sido violentadas por sus profesores? ¿Cuántas se habrán perdido en un mundo que siempre las señaló por sus diferencias? ¿Cuántas no encontraron la forma de superar tanta violencia? Espero que la historia de Judith pueda inspirarlas para luchar por un futuro mejor. Para mí, Judith siempre ha sido el mejor ejemplo de valentía. Hoy la miro y no puedo evitar sentirme orgullosa de la gran mujer en la que se ha convertido.