Globalización, género y desarrollo. Mujeres y el caso Texaco en Ecuador.
Una mirada de alteridad Autora: Karla Riera Betancourt Las categorías género, globalización y desarrollo son categorías que conllevan implícitamente interrelaciones de poder que nos permiten cuestionar si el desarrollo de economías periféricas, como las de Latinoamérica y el Caribe, son realmente una reproducción de un modelo occidental o buscan un equilibrio social y de género….
Una mirada de alteridad
Autora: Karla Riera Betancourt
Las categorías género, globalización y desarrollo son categorías que conllevan implícitamente interrelaciones de poder que nos permiten cuestionar si el desarrollo de economías periféricas, como las de Latinoamérica y el Caribe, son realmente una reproducción de un modelo occidental o buscan un equilibrio social y de género.
Lo que me conduce a cuestionar si el desarrollo occidental y capitalista al que hemos apostado años atrás, y que lo seguimos haciendo con los modelos neoliberales, es compatible con los pensamientos que buscan reafirmar su existencia, examinando algo más allá de lo que llamamos Tercer Mundo, como el Sumak Kawsay. [1]
El presente artículo pretende acercar al lector o lectora al tema de desarrollo, globalización y género, desde la perspectiva Latinoamericana, y pone en consideración los parámetros de inclusión de los derechos colectivos en la constitución ecuatoriana y las paradojas que rodean esa inserción, así como la afectación de las lógicas desarrollistas que aquejan a mujeres por su obligada participación en el sistema capitalista a través de la industria extractiva, particularmente dentro del caso Texaco.[2]
El caso Texaco se ha considerado como el peor desastre petrolero en el mundo y tuvo lugar en el oriente ecuatoriano. Texaco empezó a explorar los campos de petróleo en el norte del oriente de Ecuador a partir de 1964. Entre el año 1972 y 1992, la empresa extrajo miles de millones de barriles de petróleo del territorio ecuatoriano y “durante el proceso vertió 19 mil millones de galones de residuos en la región y derramó 17 millones de galones de petróleo en tierras ecuatorianas.”[3]
Esta tragedia ambiental dio inicio a un largo proceso de resistencia social. Por lo que el gobierno ecuatoriano, después de la demanda impuesta por los pueblos y comunidades amazónicas del Ecuador a Chevron en el año 2003, consideró llevar a cabo un referéndum, en el año 2008, para visibilizar las voces de estas comunidades mediante la implementación del Sumak Kawsay como política estatal.
A partir de este último año, la cosmovisión del mundo andino comenzó a ser parte de la Constitución ecuatoriana, como voz y segmento de las decisiones del territorio nacional. Sin embargo, después de la implementación del Sumak Kawsay (buen vivir), Sumak Allpa (tierra fértil) y Sacha Runa Yachay (conocimiento ancestral)[4], se dio inicio a una etapa en la cual se develaba cómo la visión occidental choca con el modelo de complementariedad de las comunidades indígenas.
Esta disonancia salió a la luz cuando el gobierno nacional declaró que la naturaleza y la cosmovisión andina debían ser tomadas en cuenta como parte transversal para el desarrollo del país. No obstante, en este caminar constitucional se perdió de vista que el proyecto de desarrollo, fomentado en el Gobierno de Rafael Correa, apostaba mayoritariamente por la industrialización y explotación de los recursos naturales.
Es así que la paradoja del desarrollo fue mucho más notoria ya que, por un lado la naturaleza cuenta con derechos, pero por otro también pasa a ser sujeto de explotación, por lo que se pierde, entonces, el sentido de complementariedad. Así entonces, “la naturaleza dejó de ser entendida como sujeto”[5] y se apostó, en mayor medida, a la industria extractiva.
La tan mencionada inclusión se convirtió así en promesas engañosas, puesto que los territorios continúan, hasta el día de hoy, marginalizados y son parte de un modelo de explotación de modernidad destructiva y violenta. A la naturaleza y el mundo indígena se los toman en cuenta sólo desde una visión de alteridad, que lo único que ofrece es su propio territorio, que resulta ser no más que el objeto de explotación dentro de una economía capitalista, moderna, globalizante y desarrollada con una visión eurocéntrica y occidental.
En este sentido, las mujeres, los niños y en general, todos aquellos cuerpos marginalizados que forman parte del territorio invadido por Texaco son los que sufren el abandonado, la explotación y la pauperización de sus condiciones de vida. Son los cuerpos feminizados los que soportan el letargo de una colonización moderna. Son esos cuerpos los que ayudan a mantener la economía capitalista. Son ellas las que, con su mano de obra barata, sostienen a la industria petrolera. Son ellas quienes, a pesar de no querer trabajar para estos espacios de decadencia social y ambiental, lo hacen por la necesidad de sobrevivir.
Las mujeres del oriente ecuatoriano son utilizadas día a día para fomentar este sistema, pero su objetivo principal es “dirigir la mirada hacia la búsqueda de una lógica diferente”[6], que permita visualizar, pensar e imaginar mundos y conocimientos de otro modo. El pensamiento de las mujeres andinas conlleva una nueva lógica que impulsa “negar el proyecto de globalización en términos de la universalización de la modernidad capitalista, al menos en su forma neoliberal”[7].
Este tipo de cosmovisión, denominada como contrageografía de la globalización, es una propuesta teórica y práctica desde Latinoamérica, para hacerle frente al sistema económico capitalista. La implicación fundamental en esta lucha andina por proponer una política de la diferencia, se centra en que las mujeres están inmersas en esta cosmovisión comunal, o minka, que permite entender cómo es que esas implicaciones desarrollistas visibilizan a las voces femeninas, ya que la explotación del territorio beneficia, no sólo a una cierta clase social, sino también a ciertos cuerpos, pues como diría Butler, existen cuerpos que importan más que otros.
Las mujeres del oriente ecuatoriano sufren “el recorte de gastos de salud y educación que también impacta fundamentalmente sobre ellas, ya que son ellas las que deben asumir y financiar esas dimensiones de cuidado”[8], las cuales han sido olvidadas por el ente estatal.
En esta realidad, son las mujeres las que deben adaptarse a la demanda de mano de obra en la lógica de segregación funcional del sistema-mundo moderno y capitalista ligado a la industria extractiva. En este panorama, las mujeres amazónicas comenzaron a formar parte de la industria petrolera para solventar las economías de su hogar. Fueron ellas quienes, a partir de su trabajo, sacaron adelante la industria petrolera del país, y aún hoy, a pesar de las desigualdades laborales de género, lo siguen haciendo.
Algunos movimientos de mujeres han salido a la luz para denunciar esa marginalización ocasionada por un sistema estatal que permitió “una recolonización territorial, de pensamiento, estructural, jurídico, estatal y militar”[9]. Frenar una economía extractivista es muy difícil de lograr, pero mediante el empoderamiento de las mujeres por defender su vida, su territorio y el verdadero buen vivir, podremos imaginar formas alternas de economías, en las cuales mujeres y colectivos continúan cultivando ese deseo no globalizador y desarrollista de existir.

Consideraciones finales
El caso Texaco fue el inicio de una esperanza para incluir el Sumak Kawsay en la legislación ecuatoriana. Lo que inició como una forma de escuchar la voz del otro, reflejarlo y visibilizarlo, terminó en una asimilación cultural al modelo de progreso y desarrollo occidental. El Sumak Kawsay se incorporó en la Constitución ecuatoriana para hacerla más incluyente, pero la realidad fue absolutamente diferente y esos derechos aún continúan prescritos en papel.
La inclusión del buen vivir fue una táctica destacada que terminó homogeneizando las prácticas ancestrales e insertando a las comunidades y a las mujeres amazónicas en una racionalidad económica que les atribuyó pobreza, vulnerabilidad, e índices de calidad de vida desarrollistas y precarios. A fin de cuentas, se acabaron construyendo espacios recolonizados, en los cuales los cuerpos femeninos se ven perjudicados por las lógicas de marginalización.
La lucha por ese buen vivir es una lucha en colectivo, pues ya es hora de terminar con las lógicas de globalización y desarrollo que conllevan pobreza, precarización y pérdida de identidad cultural. Esto permitirá pensar en otros modos de conocer y ser en el mundo para interpelar y confrontar esa dominación global de un desarrollo acelerado y violento que no incluya una colonización y que nos permita imaginar la utopía de un mundo de la diferencia, en el cual las mujeres dejemos de sostener un sistema violento y desigual, sólo por la necesidad de subsistir.
[1]Expresión en quechua que representa a un movimiento político-social de tendencia indigenista y socialista, en las últimas tres décadas, en países como Ecuador y Bolivia. [2] Hoy, parte de la empresa Chevron. [3] Flavio. “Caso Chevron”. pp. 14-15. [4] Mejía. «Reconfiguración del capitalismo globalizado…”. p. 162.[5] Ibídem. [6] Escobar. «Más Allá del Tercer Mundo”. p. 93. [7] Ibíd p. 95. [8] Sassen. «Actores y espacios laborales de la globalización».. pp. 39-42. [9] Mina. «Luchas del buen vivir…”. p. 171.
BIBLIOGRAFÍA
Escobar, Arturo. «Más allá del Tercer Mundo: globalidad imperial, colonialidad global y movimientos sociales anti-globalización». Nómadas, No. 20, Abril, 2014.
Flavio, Gabriel. “Caso Chevron: más de lo mismo.” El Comercio, 16 de Junio de 2008.
Mejía, Marco Raúl. «Reconfiguración del capitalismo globalizado y resistencias desde América Latina». Nómadas, No. 43, 2015.
Mina Rojas, Charo, et al. «Luchas del buen vivir por las mujeres negras del Alto Cauca». Nómadas, No. 43, 2016.
Sassen, Saskia. «Actores y espacios laborales de la globalización». Papeles, No. 101, 2008.