Entradas para dos, asiento para uno
¿Qué hacer cuando las palabras no son suficientes para expresar nuestro sentir? No hay religión ni filosofía alguna que alcance a constreñir nuestro ser. La esperanza yace, quizás, solo en la poesía.
Ladridos, voces distantes, murmullos de tiempo, largos silencios se prolongan como extensiones de una soledad ya asumida; jamás superada.
Es difícil escucharme si te pienso.
Cada polilla sobre las sábanas, cada grillo roto, cada palabra, espejo o aliento es una premonición amenazante, incomprensible…
Me sé títere de las nubes, me sé involuntaria a sentirlo y aún si pudiera elegiría descubrirlo.
Estoy atrapada en una película vieja, en una historia muda de guiños extraños y medias sonrisas.
Hay un letargo aplastante que llena mis días, es ésta la causa de mis cavilaciones o es la excusa que me invento.
Quiero renunciar a la poesía de las imágenes en blanco y negro, quiero enseñarle la lengua al silencio.
Voy a tomar la cámara, voy a salir al bullicio, a sumergirme en la ciudad humeante, a salpicarme con la chispa que desprenden los que van retrasados a cualquier parte.
Grabaré las historias de los que huyen, de los que arremeten, de los que vuelan; nunca las de los que esperan, tampoco la mía.