El Machismo, hijo predilecto del patriarcado
El machismo es el resultado de la forma de organización falocentrista, es su obra maestra. El machismo nace desde épocas primitivas, es por antonomasia el hijo predilecto del patriarcado.
El machismo es, por antonomasia, el hijo predilecto del patriarcado. Tiene como base de su organización una estructura social dedicada a complacer al hombre en todos los sentidos, abandonándonos a las mujeres y dejándonos siempre en el último peldaño.
Definamos machismo y su objetivo
El machismo es la conducta soberana de los hombres confiados en su naturaleza, en el poder heredado por su padre, el patriarcado. Vaya, es la superioridad de –ellos– sobre nosotras, otorgándonos el título de objetos y nunca de personas con todas sus capacidades que ello implica.
De la superioridad ganada por su naturaleza nacen concesiones que influyen en creencias, prácticas, formas y conductas de todas las sociedades, teniendo como primer objetivo la invisibilización de las mujeres de forma continua hasta normalizar su exclusión.
Hemos confrontado al enemigo íntimo
Para el filósofo francés, Gilles Lipovetsky, las mujeres hemos pasado por los siguientes tres paradigmas: Primero hemos sido desvalorizadas y despreciadas. En segundo lugar hemos sido exaltadas, creando con esto un acto de agradecimiento a nuestros amos. El tercer paradigma es la mujer indeterminada o posmujer. De esta manera, según Lipovetsky, esta tercera mujer, ya no es definida por la mirada del hombre. [1]
De acuerdo a lo anterior, podemos entender que las mujeres de este siglo hemos comenzado una deconstrucción de esa visualización que el machismo nos había conferido por siglos. Y por ello, las reacciones ante la evidente confrontación han dejado de ser solo normativas pasivas, para transformarse en violentas y destructivas.
En esas reacciones violentas existen diversas caras, algunas caras son románticas y galantes que incluso nos hacen pensar que tenemos privilegios y comodidades que amablemente los hombres nos regalan, otras caras son desgarradoras y letales, de ellas tenemos cifras que no alcanzan para dar justicia a las miles de muertas y desaparecidas.
El resultado de normalizar esas conductas, es la existencia de una sola mujer que no haya sido víctima de una de esas terribles caras que usan los hijos del patriarcado.
De tal suerte, que la inminente necesidad radica en que los privilegiados por su sexo dejen de argumentar la inexistencia de un Estado patriarcal y comiencen a reflexionar y a cuestionar su posicionamiento de poder, con miras a dejar a un lado la normalización de conductas degradantes y justo de esta infinidad de conductas que hemos normalizado hablaremos en nuestra siguiente entrega.
[1] Lipovetsky, Gilles. «La tercera mujer: permanencia y revolución de lo femenino». 5ta. ed. Barcelona, Anagrama, 2006.