El Efecto Matilda y las mujeres olvidadas de la ciencia
Artículo donde se aborda lo que significa el “Efecto Matilda” y se menciona a manera de homenaje a algunas mujeres que han contribuido de forma importante en la ciencia, pero cuyo mérito fue robado por sus colegas hombres.
En el terreno de la ciencia, han sido pocas las mujeres que se han convertido en iconos o referentes históricos para la humanidad. Además de Marie Curie o Hipatia de Alejandría, no son tantas las que a través de la historia han recibido el reconocimiento preciso a sus trabajos y descubrimientos. Lamentablemente, sí abundan los casos de mujeres que han sido ninguneadas, que han tenido que luchar contra el sexismo y trabajar en condiciones miserables; para que al final de todo su esfuerzo, sus descubrimientos fueran atribuidos a sus colegas masculinos e incluso a sus maridos. El número de científicas premiadas con el premio Nobel desde que los galardones comenzaron a entregarse en 1901 es de tan sólo del 3%. Es decir, en 120 años poco más de veinte mujeres han sido premiadas en categorías científicas (Física, Química y Medicina).[1] Y esto no sólo es originado por las barreras que tienen las mujeres en el acceso a carreras universitarias de corte científico y de investigación, sino también, a los criterios cada vez más discutibles de la Academia Sueca.
Para la comunidad científica, la poca presencia de las mujeres en los galardones de alto nivel en ciencias es producto, además, de los prejuicios. El más conocido es el Efecto Matilda, que no es otra cosa más que la tendencia a menospreciar los logros científicos que han sido desarrollados por las mujeres y cuyo trabajo a menudo se atribuye a sus colegas masculinos. Este fenómeno fue por primera vez descrito por la sufragista y abolicionista Matilda Joslyn Gage, en su ensayo que lleva por título La mujer como inventora[2]. La ciencia ha estado plagada de “Matildas” quienes, a pesar de su enorme esfuerzo, han sido olvidadas y con las cuales tenemos una enorme deuda histórica. Es por eso que en Femísticas les hacemos un sencillo, pero muy sentido homenaje. Acompáñanos a conocer la historia de algunas de las mujeres que, gracias a sus hallazgos científicos, han dado luz a la humanidad.
Rosalind Franklin y las bases para entender la genética.
Rosalind Franklin nació el 25 de julio de 1920 en Londres, proveniente de una familia judía dedicada a la banca. Desde muy pequeña, Rosalind decidió enfocarse en la ciencia y pese a no contar con el apoyo de su padre, quien como la sociedad de la época pensaba que las ciencias no tenían espacio para las mujeres, se graduó como biofísica en la Universidad de Cambridge. Poco tiempo después de terminar con sus estudios universitarios decidió mudarse a París para trabajar en el Laboratorio Central de Servicios Químicos del Estado. Ahí aprendió la técnica de Rayos X, que más tarde le sería de gran utilidad. En este laboratorio colaboró con su colega Maurice Wilkins, con quien no tenía una buena relación, debido al constante sexismo y menosprecio del que era objeto por parte de él.
Pero fue precisamente Wilkins quién, en un seminario y sin previo consentimiento, compartió el trabajo de la joven Rosalind con sus amigos Watson y Crick. Entre el trabajo que les mostró se encontraba la imagen que llevaba por nombre “número 51”, donde se podía apreciar por primera vez la estructura de doble hélice del ADN. Y fue gracias a esa información que Watson y Crick publicaron su hipótesis en la revista Nature, mucho antes de que Rosalind pudiera hacerlo. Según ambos autores, el trabajo de está científica y sus colaboradores les sirvió de inspiración. Esa fue la única mención que tuvo Rosalind Franklin por mucho tiempo. A la edad de 37 años, Rosalind murió en el anonimato a consecuencia del cáncer de ovarios que le fue diagnosticado. Y cuatro años después, James Watson, Francis Crick y Maurice Wilkin recibieron el Premio Nobel de Medicina en 1962, por su descubrimiento de la estructura del ADN. Como es más que evidente, ninguno de los tres mencionó a Franklin en sus discursos de recepción del máximo galardón científico.

Mileva Maric, la sombra detrás de Einstein.
Si le preguntáramos a todas las personas que conocemos sobre cuál es el más grande científico que recuerda, de la gran mayoría surgiría el nombre de Albert Einstein. Sin embargo, pocas personas referirían la importancia que tuvo su primera esposa en sus descubrimientos: Mileva Maric. Ella fue una científica serbia nacida en 1875, que conoció a Einstein cuando ambos estudiaban en el Instituto Politécnico de Zurich, por ahí del año de 1896. Pronto se volvieron inseparables, y como consta en la correspondencia que intercambiaron, Maric le guiaba en sus estudios constantemente.
Mileva Maric era una mujer organizada, metódica y poseía un intelecto muy singular que le permitía tener las mismas calificaciones que Einstein, incluso lo superaba en algunas disciplinas. Trabajaron conjuntamente en muchos proyectos, sin embargo, pese al esfuerzo equitativo, las publicaciones de sus artículos se hacían a nombre de Einstein. Como fue el caso de un artículo sobre la capilaridad, propiedad de los fluidos respecto a la tensión superficial, firmado únicamente con el nombre de Albert Einstein. Según algunos expertos, la idea de firmar solamente con el nombre de Einstein fue conjunta, ya que Mileva quería apoyar a su esposo para hacerse un nombre y con ello pudiese tener mejores alternativas de empleo que serían benéficas para los dos. Sin embargo, otros historiadores sostienen que fue una decisión tomada por el prejuicio que podría haber acarreado para Einstein la co-publicación con una mujer. Ambos continuaron trabajando en conjunto, hasta 1914, cinco años antes de su divorcio. Y pese a que Mileva participó activamente en la mayoría de sus investigaciones, tras su separación ella se quedó en el anonimato, mientras Einstein se consolidó como el mejor físico del siglo XX.
Lise Meitner, la olvidada madre de la fisión nuclear
Meitner es una de esas mujeres extraordinarias que han sido silenciadas por la historia. Nació en 1878 en Austria, en el seno de una familia judía. Fue una de las primeras mujeres en asistir a la Universidad de Viena. Se doctoró en 1906 y a partir de ese momento se trasladó a Berlín, para colaborar con el investigador Max Plank. Fue en ese sitio donde conoció a Otto Hahn. Lise era una mujer talentosa que tuvo que trabajar en un sótano a causa de los prejuicios y machismo de su época. En 1913, se convirtió en la primera mujer ayudante de un científico, con una remuneración inferior a la de su compañero Hahn, quien tenía asignadas las mismas tareas, pero era varón.
En 1938, orillada por el ascenso del régimen nazi, tuvo que huir a Suecia donde continúo trabajando en sus investigaciones sobre la radioactividad, periodo en el que colaboró con Hahn a distancia. Para el año de 1942 recibió la oferta para trabajar en el “Proyecto Manhattan”, que tenía como objetivo la creación de la bomba atómica, arma con la cual se buscaba terminar con el régimen nazi. Sin embargo, Meitner no aceptó. Lise no quería tener nada que ver con una bomba y luchaba para que sus investigaciones fueran empleadas únicamente en proyectos pacíficos.
Tal decisión trajo consigo consecuencias. Otto Hahn fue galardonado con el Premio Nobel de Química en 1944, mientras que Meitner quedó excluida, a pesar de que fueron nominados conjuntamente en 1939. Hahn no mencionó en ningún momento a Meitner, después de recibir el premio olvidó los treinta años que trabajaron en conjunto. A pesar de no tener el reconocimiento por parte de la Academia Sueca, Meitner se convirtió en un referente científico tras la Segunda Guerra Mundial. Fue nombrada mujer del año por el Presidente de los EEUU Harry S. Truman y en su honor se dio nombre al elemento químico “meitnerio”, al cráter lunar Meitner y al asteroide 6999 Meitner.
Marianne Grunberg-Manago, una simple becaria
Nacida en San Petersburgo el 6 de enero de 1921, hija de padres dedicados al arte que decidieron emigrar a Francia cuando Marianne tenía menos de un año de vida. Su madre había terminado sus estudios en Arquitectura, algo verdaderamente excepcional para las mujeres rusas de principios del siglo XX. Marianne realizó un doctorado en el laboratorio de Biología Marina de Roscoff. En el verano de 1954, un año más tarde de empezar su beca en el laboratorio de Severo Ochoa, la investigadora rusa descubrió una enzima procedente de extractos de la bacteria azotobacter vinelandii. Esta nueva enzima podía catalizar la síntesis de cadenas de polinucleótidos a partir de nucleótidos.
Así fue como Severo Ochoa y Marianne Grunberg-Manago consiguieron algo completamente innovador para su época: gracias a la enzima descubierta por Marianne lograron sintetizar por primera vez una cadena de ARN in vitro. En 1959 Severo Ochoa recibió el Premio Nobel de Medicina por este descubrimiento y lo compartió con su primer becario, Arthur Kornberg. Aunque en el discurso de recepción Ochoa menciona a Marianne, en ningún momento ni él ni el Comité del Nobel otorgan al trabajo de la investigadora el considerable mérito que realmente merecía.
Nettie Stevens y el descubrimiento de los cromosomas sexuales.
Nacida en Estados Unidos en el año de 1861, Nattie Maria Stevens realizó una exhaustiva investigación con insectos cuya principal conclusión revolucionaría el mundo de la ciencia: la existencia de dos tipos de cromosomas, el X y el Y, los que determinan el sexo de un ser vivo, algo que a principios del siglo XX era completamente desconocido. Su investigación además proporcionó las evidencias necesarias sobre cómo es que se obtienen los rasgos hereditarios.
Sin embargo, para su mala fortuna, publicó su trabajo casi al mismo tiempo que un prestigioso colega suyo, de nombre Edmund B. Wilson. Y fue este caballero quien se llevó todo el mérito en una época en donde valía más un hallazgo si era publicado por un hombre, que por una mujer. Wilson reconoció en la revista Science que sus descubrimientos coincidían en gran medida con los de su compañera Stevens, pero durante muchos años fue él quien apareció como el auténtico descubridor para la comunidad científica. Y a pesar de que no se le reconoció en su momento a Stevens sus trabajos, actualmente es considerada una de las más grandes genetistas de la historia.
Así entonces, como es evidente, el patriarcado se muestra, una vez más, intransigente ante los logros de las mujeres. Y es que estos mismos logros representan una amenaza al sistema hegemónico que durante prácticamente toda la historia ha permeado. En el momento en el que las mujeres demuestran y exponen su capacidad intelectual, teórica y académica, vulneran los privilegios de género y las prerrogativas que han tenido históricamente los varones, por el sólo hecho de ser varones. Sirva este breve artículo no sólo para hacer un reconocimiento a estas valientes mujeres, invisibilizadas por la historia, sino también para levantar un grito de protesta contra este sistema que nos condena a ser las olvidadas, las segundas, las menores.
[1] Sofía Solórzano. “Científicas que han ganado el premio Nobel”. La República. Colombia, 2020. https://www.larepublica.co/globoeconomia/en-la-historia-solo-22-mujeres-han-ganado-un-nobel-de-medicina-fisica-o-quimica-3071040
[2] Matilda Joslyn Gage. “Woman as an Inventor”. The North American Review. EUA, 1883. pp.478-489. https://www.jstor.org/stable/25118273?seq=1#metadata_info_tab_contents