El 8M iconoclasta
La iconoclasia es la ruptura con los símbolos de represión y sometimiento, a diferencia del vandalismo que es una destrucción sin fundamento, la iconoclasia tiene un sentido de reivindicación de la dignidad humana.
El pasado 15 de febrero del 2022, en la capital michoacana, un grupo de personas pertenecientes al Consejo Supremo Indígena de Michoacán, del cual son parte 65 comunidades originarias, decidieron derribar la estatua de Fray Antonio de San Miguel, por considerar que la estatua de ocho toneladas es «ofensiva y racista por referirse a la explotación y subordinación de indígenas por la corona española».
Es importante señalar que esta icónica escultura, oficialmente nombrada “Los Constructores”, tuvo la finalidad de enaltecer a Fray Antonio de San Miguel, quien ordenó la construcción del Acueducto en la antigua Valladolid, en el año de 1785, ocupando la mano de obra de indígenas purépechas que sufrieron malos tratos y trabajaron bajo condiciones inhumanas.
Habrá quienes consideren que este acto resulta perjudicial a la ciudad de Morelia e incluso a la historia de nuestro país, pero escuchar las voces de los pueblos originarios nos permite comprender la afrenta que genera un monumento dedicado a un personaje que sometió a la comunidad purépecha. Hay quienes podrán asegurar que son actos de vandalismo, por esa razón es importante conocer la historia de nuestros monumentos, estatuas, o cualquier ícono que haga parte de la historia de la humanidad. Con el conocimiento de estos símbolos tendremos en consideración la carga antropológica, social y política que poseen.
Actos como los anteriores, lejos de vandalismo, bien se les puede considerar como iconoclastas. Lo iconoclasta, del griego Είκονοκλάσμος / Eikonoklasmos, se refiere a la transgresión de lo sagrado. Lo iconoclasta es la ruptura con los símbolos de culto, oficiales o no, que al mismo tiempo representan represión y sometimiento para un sector poblacional. A diferencia del vandalismo que es una destrucción sin fundamento, la iconoclasia tiene un sentido de reivindicación de la dignidad humana.
Para las mujeres que hemos sido silenciadas durante siglos, las marchas de los últimos años, abanderadas por la marea verde y por el grito de “¡No nos maten!”, han sido lúdicas y disruptivas. El feminismo es, en sí mismo, iconoclasta y tiene un objetivo profundo que radica no sólo en derrumbar los símbolos que ha generado un Estado patriarcal, sino en hacer escuchar la voz que mantuvieron amordazada durante siglos.
El 8M del 2017 en México trascendió por ser el año de la primer marcha feminista de esa magnitud en la capital del país. Desde ese día la consigna fue “¡Ni una menos!”, haciéndose más fuerte la exigencia en el 2019, año en el que la iconoclasia dio pie a los escandalosos titulares de los principales diarios Mexicanos: Excélsior: «Vandalizan Ángel de la Independencia durante marcha de mujeres»; Milenio: «Encapuchadas realizaron pintas en el Ángel de la Independencia»; El Universal: «Así quedó el ángel de la independencia tras marcha femínista».
Los titulares anteriores dejan claro el desconocimiento de la lucha y más aún, acentúan el machismo que existe ante las protestas de las voces feministas, voces que desde siempre han sido incómodas. Para el año 2020, el feminicidio de Ingrid Escamilla y el de la pequeña Fátima detonaron una marcha que inundó las calles de la ciudad de México y de las diferentes capitales de nuestro país. El 8M desde entonces dejó de ser sólo consignas y se convirtió en un campo de sororidad y un grito en contra del sistema patriarcal.
Quienes se atreven a cuestionar y señalar la iconoclasia femínista como vandalismo, ignoran a las sufragistas anglosajonas, pioneras de los panfletos con letras de exigencia a un sistema que se empeñaba en ignorar su condición como ciudadanas. Ellos, los puristas de la libertad de expresión, invisibilizan la lucha histórica de las mujeres que a contracorriente han logrado la reivindicación de nuestros derechos. Para las feministas del siglo XXI, nuestra bandera esmeralda es la insignia de la insurgencia, los cantos que con rebeldía entonamos el 8M serán históricos para que no se olvide el nombre de cada desaparecida y cada víctima de la violencia patriarcal.
Cada 8M seguirán siendo decorados monumentos con la tinta del derecho a la libertad de vivir sin miedo. Aquí, en medio de las plazas indiferentes a las injusticias, seguirá resonando nuestro grito que les recordará que jamás volverán a tener la comodidad de nuestro silencio. Que mientras se pondere con mayor valor las imágenes cuasi sagradas del patrioterismo oficialista que una sola vida de una mujer asesinada por razones de género, entonces nosotras seguiremos rompiendo imágenes, transgrediendo su culto, violentando los símbolos; seguiremos siendo iconoclastas.