El 2020: Año de las lumbreras violetas con pañuelo verde.
El feminismo en América latina ha cobrado una fuerza imparable. Es un incendio que de la pampa Argentina se extendió por las cordilleras de los Andes y con sus cantos de protesta contagió su calor a Centroamérica y, por supuesto, llegó a México para ser luz esperanzadora ante los horrores que produce el machismo. El…
El feminismo en América latina ha cobrado una fuerza imparable. Es un incendio que de la pampa Argentina se extendió por las cordilleras de los Andes y con sus cantos de protesta contagió su calor a Centroamérica y, por supuesto, llegó a México para ser luz esperanzadora ante los horrores que produce el machismo.
El 2020 pasará a la historia como el año del coronavirus, el año de la pandemia que nos hizo resguardarnos en casa, el año en el que los abrazos están prohibidos y las caretas forman parte del outfit. Pero también será el año de la marea verde y los pañuelos violetas. En el primer trienio de este año todo fluía aparentemente con normalidad: la normalidad machista de muertas y desaparecidas.
Sabíamos que el 8M (8 de marzo) sería distinto, esta vez tendría una carga más de melancolía e indignación. El feminicidio de Ingrid Escamilla nos había conmocionado. La forma en la que se dio a conocer la noticia fue sangrienta y dolorosa, y la respuesta fue el impulso de la llamada “Ley Ingrid”. Por medio de esta ley se impulsó la protección de datos de las víctimas, al evitar las filtraciones, por parte de servidores públicos, de imágenes, audios y videos del lugar y cuerpos del delito.
La ola de mujeres que salimos a las calles el 8M teníamos en la garganta el nombre de Ingrid. Nos dolía también el nombre de la pequeña Fátima y todas teníamos una historia de violencia compartida. Historias de nuestras madres, hermanas, amigas, hijas, de nosotras mismas. Compartimos en este legendario 8M la tristeza, la rabia pero también la fuerza. Por ello, el paro del día siguiente, 9 de marzo, fue y será un referente de la importancia que las mujeres tenemos en la sociedad, pero sobre todo fue un grito al mundo para que nuestra dignidad no siga siendo pisoteada.
Con el himno de América Latina: “El violador eres tú”, y con el himno nacional feminista: “Canción sin miedo”, hemos recorrido meses de desastre en el que comprobamos que el Estado represor es un macho violador. Hemos constatado que el violador es el presidente, son los jueces y la policía. Lo comprobamos en las palabras del señor presidente, Andrés Manuel López Obrador, cuando con descaro asegura que en la pandemia no aumentó la violencia familiar, contradiciendo la realidad que han vivido, y siguen viviendo aún, miles de mujeres en todo el país.
Sin embargo, pese a la violencia estructural, hemos caminado sin miedo. Los avances por el reconocimiento de nuestros derechos sexuales van a cuenta gotas, pero se harán marea. De eso no tenemos duda. En junio pasado, los ministros de la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia votaron en contra del proyecto que pedía la despenalización del aborto en Veracruz. Solo hubo un voto a favor de cinco, el del ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá.
La fuerza feminista ha incendiado cuadros y ha tomado sin temor plazas. Con caretas y al grito de “¡nos queremos vivas!”, hoy las instalaciones de la CNDH son verdes. Aun con la fuerza desmedida y de represión que se ha vivido en las protestas, tanto en la capital del país como en el Estado de México o en Cancún, no han podido ni podrán callar o manchar esta lucha.
Los avances en materia de prevención e impartición de justicia con perspectiva de género son lentos. Por ello, celebrar la aprobación de la “Ley Olimpia”, es tan trascendental. La violencia digital nos tomó como rehén y una compa poblana, junto con distintos colectivos y colectivas feministas, han logrado que sea visibilizada y no ignorada.
Los logros parecen pocos pero son pasos gigantes en la historia del feminismo. Esta cuarta ola ya no lucha por el derecho al voto ni por el acceso a oportunidades laborales. Parece que se ha convertido en una lucha por la vida misma, por no ser asesinadas, por no ser violadas o secuestradas, por que no se criminalice nuestra sexualidad. Esta cuarta ola es una ola de lumbreras violetas con pañuelo verde, que de a poco se convierte en marea de puro fuego.
