División sexual del trabajo: el caso mexicano.
La división sexual del trabajo en México se ha visto acrecentada a partir de la pandemia del Covid-19. Una de las consecuencias de ésta ha sido el aumento en la carga laboral de las mujeres. Carga que, considerando la normativa social de la mujer como ama de casa, ensancha la brecha laboral entre sexos.
Una constante antes y después de la pandemia por COVID-19.7
Escrito por: María Ángeles Macías
En marzo del 2020 la emergencia sanitaria por el SARS-COV-2 obligó al gobierno mexicano a declarar la pausa temporal de actividades económicas no esenciales. Esto afectó gravemente a la economía nacional, incrementando las brechas sociales y de género ya existentes. Las mujeres se han visto claramente perjudicadas debido al cierre o paro temporal en sus centros de trabajo, que de por sí conllevan una discriminación salarial de género, además del aumento en la carga de trabajo por actividades de cuidado del hogar, que han incrementado con el confinamiento.
En primer lugar, hay que decir qué es y en qué consiste la división sexual del trabajo. Entendamos este concepto como la manera en que una sociedad distribuye el trabajo con base en el sexo (hombre y mujer). A éstos se les asignan roles y actividades que se consideran más apropiados para sus capacidades físico-biológicas, lo que divide al trabajo en productivo y reproductivo. El primero pertenece a la esfera pública, es remunerado y atribuido a los hombres, el segundo pertenece a lo privado, no es remunerado, ni reconocido y es asignado social e históricamente a las mujeres.
En segundo lugar, hay que definir qué es el trabajo no remunerado. Se entiende por éste a todas aquellas actividades por las que no se recibe ningún beneficio económico (salario), y que en en un sistema patriarcal son realizadas por mujeres. Estas actividades comprenden distintas tareas como: limpieza del hogar, cocinar, administración de gastos, la crianza de hijas e hijos, cuidado de ancianos o personas con alguna discapacidad o enfermedad, y un largo etcétera.
En México, la introducción de las mujeres al campo laboral, desde años anteriores a la pandemia, ha sido menor con respecto a los hombres. De acuerdo con datos del CONEVAL[1], en 2018 la población femenina ocupada era del 52% y 83% la masculina. Y datos más recientes proporcionados por la Encuesta Nacional de Empleo y Ocupación (ENOE, Primer trimestre del 2021), indican que el número de mujeres ocupadas asciende a 20.3 millones, cifra menor por 1.5 millones al mismo período del 2020. En cuanto a los hombres ocupados, estos ascienden a 32.7 millones.
Lo anterior hace evidente que las mujeres son drásticamente superadas por sus pares varones, en cuanto a ocupación laboral remunerada se refiere. La siguiente gráfica, realizada con datos del INEGI[2], lo demuestra:
En México, “Los subsectores feminizados se encontraban en el sector manufacturero, comercio al menudeo, servicios educativos, servicios médicos y hospitalarios, servicios personales, preparación de alimentos y bebidas y trabajadoras domésticas”[3]. Cada uno de estos sectores tiene sus particularidades. Las trabajadoras manufactureras han perdido su empleo a causa del freno en la cadena de producción y el cierre de fábricas. El desempleo ha generado menores ingresos que se traducen en una menor demanda de bienes y servicios, que ha repercutido en el comercio al por menor y el sector servicios. Para las empleadas domésticas, el confinamiento hace imposible que su trabajo sea realizado a distancia, lo que ha implicado su despido.
Por otra parte, el sector salud y educativo no ha tenido que lidiar tanto con el desempleo, de hecho el primero ha requerido más trabajadoras y trabajadores, dada la emergencia sanitaria. Ambas actividades son altamente feminizadas, en el sentido de que son ocupadas primordialmente por mujeres. De acuerdo a la CEPAL[4], en América Latina el 70.4% y 73.2% del personal educativo y de salud, respectivamente, son mujeres.

Para las trabajadoras de hospitales, su cercanía a pacientes COVID-19 las expone al virus y con ello a ser personas vulnerables. Asimismo, la carga de trabajo es más grande. Para las docentes, el traslado de las clases presenciales a lo virtual ha requerido el uso y dominio de herramientas digitales, además de contar con el equipo para impartir sus clases. En ambos casos, las mujeres han de conciliar su tiempo de trabajo remunerado con las actividades de cuidado que pueden tener en casa, y hallar además tiempo libre para ellas.
Ser económicamente activa, para las mujeres, ha implicado una carga de trabajo doble, ya que deben asumir el trabajo remunerado y el doméstico, lo que implica un mayor desgaste físico y emocional, así como asumir el riesgo de no permanecer en su fuente de trabajo, por tener que dar prioridad a la atención de la familia. Esta distribución desigual de las tareas del hogar responde a la división sexual del trabajo y a la normatividad social impuesta. No hay ninguna naturaleza innata a las mujeres que las condicione a llevar a cabo, de mejor manera, deberes domésticos o el cuidado de otras personas. Sin embargo, así ocurre. Y este fenómeno, a final de cuentas, también es producto de un sistema patriarcal que establece el rol de la mujer como la ama de casa, la cuidadora, la educadora y la que ha de velar por el bien familiar desde la (in)comodidad de la casa.
[1] CONEVAL.”Pobreza y género en México: Hacia un sistema de indicadores información 2008-2018.” 19 de junio, 2020. https://www.coneval.org.mx/SalaPrensa/Comunicadosprensa/Documents/2020/Comunicado_05_DIA_INTERNACIONAL_DE_LA_MUJER.pdf
[2] INEGI. “Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo”. Primer trimestre de 2020 y primer trimestre de 2021.
[3] Luis Monroy. Efectos de la pandemia de COVID-19 en la situación laboral de las mujeres en México. COPRED. México. 2020. pp. 25-26.
[4] CEPAL. “La autonomía económica de las mujeres en la recuperación sostenible y con igualdad.” 10 de febrero, 2021.