Crecí odiándome mujer
Texto autoreflexivo sobre la naturaleza del ser mujer, sobre las complejidades que eso conlleva y sobre las imposiciones sociales a nuestro sexo, nuestro género y nuestro cuerpo.
Colaboración con Stephanie Quiroz Román
A finales del siglo XX un aclamado psicoanalista llamado Sigmund Freud presentaba una conferencia magistral en la que el tema central era “la feminidad”; en su búsqueda por entender a aquellos seres “misteriosos e incomprensibles”, teorizaba que las mujeres vivimos en persistente envidia por el falo que no poseemos.
Para el psicoanálisis, la hegemonía del falo, propia de lo masculino, brinda simbólicamente un estatus privilegiado (presuponiendo que hay un solo sexo significante y significable) a los varones, que no les obliga a buscar más medios por los cuales tomar identidad: “tienes pene, estás completo”.
Claro que la autora de estas líneas nada conocía de esa teoría a los 7 u 8 años, pero aunque no se aprendía de manera literal, las experiencias a las que se exponen las niñas de esa edad marcan una imagen distorsionada de lo que somos.
Recuerdo que tuve una infancia privilegiada que no estuvo regida con estereotipos: tuve tanto muñecas como carritos, ayudé a cuidar a mis hermanas y también a reparar el automóvil, vestía bellos vestidos y también ropa cómoda para salir a divertirme. Y aunque en mi hogar nunca sentí que hubiera algo mal en mí, el primer choque de género fue en la escuela cuando me dijeron por primera vez que “parecía niño”. Esa simple frase cambió radicalmente la manera en que me percibía; porque, además, parecer niño era bien recibido, aplaudido y respetado.
Los comentarios sobre si era marimacha no se hicieron esperar. Pero lo que pasaba en el exterior era insignificante con respecto a lo que estaba construyéndose dentro de mí, estaba creciendo odiando parecer mujer. La RAE define el odio como una aversión, y es que odiaba ser sensible, odiaba parecer delicada, odiaba ser atractiva, odiaba hablar bajito y suave, odiaba obedecer mansamente, odiaba ser cursi o romántica, odiaba ser limpia. Y lo que más me dolió: ーy aún me persigue en forma de culpa que he de saldarー odiaba parecerme a mi mamá.
Las mujeres tenemos la presión de buscar la racionalidad y autonomía para completar eso que “nos hace falta” para ganar el respeto social de los hombres. Durante la fase del espejo, nos convertimos en una amalgama contradictoria de lo que vemos en nuestro padre, madre, abuela, abuelo, maestros, maestras; resultando una identificación equivocada de la imagen reflejada y de los ideales del “yo”. Y así salimos al mundo, usando nuestras identificaciones parciales y distorsionadas de quienes somos.
He de confesar que incluso llegué a pensar que algunas mujeres avergonzaban nuestro género siendo tan débiles, ¿débiles según qué medida? Según las fantasías sociales del imaginario de lo que es una mujer buena y una mujer mala. Porque, claro, lo que somos está basado en lo real, imaginario y simbólico, más la suma de todos los aprendizajes sociales de roles de género.
Me llevó varios años, muchas lecturas feministas e incluso terapias psicológicas para sanar mi aversión por la feminidad, para dejar de ver la feminidad como la negación o ausencia de la masculinidad; de construir mi imagen como mujer desde “la falta”. Y empezar a reconstruir y revalorizar mi propia imagen, y no desde la perspectiva de los naturalistas que pretenden reducirnos a una categoría especista de las que pueden parir.
La feminidad es un cúmulo de características diferentes y positivas que los enfoques masculinos dominantes han tratado de ocultar, minimizar o ridiculizar. ¿Qué es entonces la feminidad? Es todo y nada, al final del día son comportamientos impuestos que separan las relaciones humanas, porque el ser cariñosa o no (por ejemplo), debe ser una expresión del ser, no una conducta esperada.
¿Y cómo podemos generar una revolución capaz de eliminar radicalmente la construcción del género y la heterosexualidad cuando las interacciones sociales en lo micro y macro perpetúan estas mismas cadenas? Como todo gran viaje, siempre se inicia con el primer paso: reconocerme como un ser valioso y suficiente, abrazar mis diferencias, acercar a las infancias la educación en valores humanistas, con perspectiva de género, destruyendo los estereotipos, y evitando la categorización dicotómica, permitiendo la aceptación de conductas sin que medie el género.
Abrazar mi feminidad es perdonarme por cada ocasión que me castigaba por llorar frente a otra persona, culpando a mi sexo; por cada ocasión que juzgué a mis brazos y piernas por no seguir un ritmo y velocidad para competir; por cada ocasión que dije en voz alta y burlona: “¡no quise ser mujer y Dios me dio dos grandes razones para recordarlo cada vez que me veo al espejo!”; por cada ocasión que me sentí castrada.
“Nosotras, mujeres poderosas y sagradas, declaramos en esta noche consagrada que nuestros cuerpos sólo nos pertenecen a nosotras. Elegimos a quien amar y con quién compartir la confianza. Caminaremos sobre esta tierra con gracia y respeto. Siempre nos enorgullecerá nuestro intelecto. Honraremos nuestras emociones para elevar nuestros espíritus. Y si un hombre nos menosprecia… ¡le demostraremos la puerta!”
Anne with an E.
Felicidades Stephenie es un buen análisis del trastorno que vivimos a causa del cuerpo que se exterioriza sin ropa ni prejuicios (el de los hombres) creyendo que la rajada es un corte de cuando nos quitaron el falo.
A mi el machismo me afecto en ser introvertida y reprimida para no afectar la percepción de las personas hacia mi, lo cual culpo a la fecha en tener limitaciones para socializar y convivir con hombres y mujeres, con hombres por el que pensaran y en mujeres porque me toco la educación de la competencia. Un gran saludo Sthep, felicidades por tu artículo tienes mi admiración!
Querida Itzú, agradezco enormemente que te tomaras el tiempo de comentar el articulo y que además alegres mi alma con estos tan bellos comentarios. Siento mucho que de pequeña no hayas disfrutado el resultado de la lucha feminista. Y espero te alegre saber que nunca es tarde para tomar lo que se nos ha arrebatado.
Te abrazo con cariño donde estés.