Crecerse con los golpes
Una crónica-entrevista que relata la infancia de una pequeña en un contexto de violencia intrafamiliar.
Entrevista a Melisa Cores, joven cubana que nos cuenta su historia.
Autora: Betsabé Torres Marrero
Tres cuerpos en una habitación: él, ella y la pequeña. Ella abre el clóset y arranca las ropas de los percheros para lanzarlas a una maleta abierta sobre la cama, tiene los ojos rojos, cansados. Él ruge y de su aliento etílico salen las palabras más crudas, proclama amenazas y a fuerza de gritos invoca toda la ira para sí. ¿La pequeña? La pequeña se retuerce una esquina, encoge los pies contra su pecho y se moja las manos de sollozos, de miedo.
–Si me vuelves a poner una mano encima, te mato– desafía a los ojos rabiosos y descubre a un hombre cobarde. Él la agarra del cabello, la impacta contra la pared y le restriega la cara en el concreto. Ve de soslayo a la infante aturdida y a tirones arrastra a la madre al salón de la casa. La niña se levanta, toma unas tijeras de la mesilla de noche, mira el metal entre sus manitas y corre a la sala. Allá una lluvia de cristales cae al suelo, la lámpara deshecha y ante los pequeños ojos nublados de llanto una pareja se disputa un cuchillo. –¡Corre a buscar a tu tío!– grita la madre que sostiene los puños cerrados de una bestia que alguna vez amó.
El comienzo
La historia de mis padres comenzó como cualquier otra: con dos jóvenes alegres que renunciaron a todo para estar juntos. Mi mamá estudiaba en el pedagógico, era una muchacha de campo; su vida en Güines era lo único que conocía. Mi papá era el aventurero, técnico de audio, siempre de una fiesta a otra. Ella de 25 y él de 38, las diferencias comenzaron en la edad y poco a poco se convirtieron en mundos chocantes.
¿Cómo surgen los problemas entre ellos?
Papá siempre fue alcohólico: él bebía todos los días, cuando bebía se ponía muy agresivo. Si algo le molestaba discutía y si le molestaba mucho, golpeaba.
La madre no trabaja, o tal vez trabaja demasiado: limpia, friega, lava la ropa, cuida a la hija y calienta el agua para cuando el esposo llegue. Él pone el dinero, ella pone la vida; él se premia con alcohol, a ella la castigan.
La primera vez que se separaron estaba embarazada de mí; tenía cinco meses. Tuvieron una de sus grandes discusiones, él la golpeó muy fuerte en la espalda y ella se fue de la casa. Regresó porque estaba enamorada, porque tenía miedo de pasar el embarazo sola, de que yo naciera sin un padre, porque al final siempre se quedaba para las disculpas, para las promesas de un cambio que nunca sucedió. Y a partir de ese día el irse y regresar se convirtió en algo rutinario. Hizo y deshizo maletas, en cada viaje iba dejando un poco de ella.
¿Cómo recuerdas a tu mamá de esos años?

Como una mujer humillada, siempre ninguneada por su esposo, amenazada. Lo más triste es que quienes la querían intentaban ayudarla, le aconsejaban que se separara, pero se sentía tan impotente ante sus problemas, tan pequeña, que esperaba el cambio. Se convencía a sí misma de que todo se resolvería.
¿Le reprochas su cobardía?
Mami creció sin una figura paterna, abuelo murió cuando ella tenía tres años. No quería lo mismo para mí, y pese a todo, Oscar era un padre cariñoso. Tenía miedo al cambio y lo que eso podía afectarme: desde el sustento económico hasta mi relación con él. Me cuenta cómo sufría al verme llegar de la escuela; iba siempre a ver si la botella que él guardaba estaba llena o vacía, no lo recuerdo ya, pero ella sí.
La parte más débil de la cuerda
¿Cómo es para un niño ver pelear a sus padres? ¿Alguien se lo pregunta? A los hijos no les está permitido enfadarse, ellos no pueden escoger un bando, quedan siempre en medio, donde quedan los que callan y aguantan. No importa quien lleve razón o quien sea la víctima, ellos sólo pueden apretar los ojos, porque no les está permitido enfadarse.
Siempre discutían, los motivos eran lo de menos. Yo era muy niña, no me daba cuenta. La primera vez que fui consciente de una pelea tenía cinco años, lo recuerdo nítidamente, me gustaría no hacerlo.
Luego de ese altercado se separaron, como lo hicieron en ocasiones posteriores, pero esa en específico fue muy traumática para mí. Mi mamá y yo nos fuimos a vivir a Güines, yo comenzaba la primaria en aquella época y me fue muy difícil adaptarme a todo lo que estaba sucediendo. A mi papá nunca le gustó que saliera a la calle o a jugar con otros niños. Según él me protegía, al final el daño me lo hacían en la casa.
¿Qué hacías cuando los veías pelear?
Permanecía muy quieta, en una esquina, callada en medio de tanto ruido. Los problemas siempre volvían y yo cada vez los fui tomando como algo natural. Para mí era normal, porque él bebía todos los días y se enfadaba todos los días. Me impactaba y poco a poco me encerraba más en mi propio mundo.
¿Temiste que te golpeara a ti?
No, nunca tuve miedo de que me golpeara, conmigo era totalmente diferente. Siempre cariñoso y atento, pero con sus parejas siempre fue violento, no sólo con mi mamá.
¿Y tú eres violenta?
Hoy no, pero sí lo fui. Recuerdo que en la primaria me regañaron unas cuantas veces. Siempre estaba a la defensiva y en más de una ocasión me peleé con mis compañeros. Supongo que inconscientemente no quería que me hicieran lo mismo que veía. Hubo un momento en la adultez en el que me empecé a comportar muy mal con mi mamá, y tuve una actitud similar a la de él, pero lo cambié, porque ella no se merecía eso y yo no podía repetir lo que tanto daño nos causó.
¿Alguna vez te culpaste por lo que sucedía?
Sí. En la última pelea que tuvieron antes de separarse yo tenía diez años, y recuerdo que comenzó por mi causa. Ella me había regañado por fregar mal una taza y a él no le gustó. En esa ocasión ellos forcejearon con un cuchillo, mi mamá se desgarró un dedo y él también se cortó. Siempre pensé que si hubiera fregado bien la taza, eso no hubiera pasado. La Yo de esa edad no entendía del todo lo que pasaba y no podía hacer nada para cambiarlo.
El marido murió en los brazos de la esposa. Ella lo cuidó con una dedicación abrumadora. El cáncer le sacó todas las debilidades, pasó de ser un hombre violento a un cadáver lastimero. Atendió con paciencia sus dolencias y lo acompañó en los hospitales. Eso fue más contundente que cualquier palabra. Falleció avergonzado. Sus últimos tiempos no le alcanzaron para pedir todos los perdones que debía. Hacía sólo tres años de la separación, pero a él le pareció un siglo en el que los cuidados de ella le regresaban cada golpe que le dio.
¿Y tú lo perdonaste?
Una parte de mí, la de la hija dice que sí, que todo está superado, pero la de la mujer no olvida.
Me parece increíble esa historia, imagino los tormentos, el sufrimiento, la impotencia la aceptación, todo lo que un niño no debe ver, quizás la parte buena de esta historia Melisa, sea que gracias a esas circunstancias del pasado te convertiste en la persona que hoy lidera y proclama por los derechos de la mujer, sin duda una guerrera admirable, solo una cosa, que los momentos del pasado no nublen tu presente y te hagan pensar con claridad, eres inspiración y faro de muchas mujeres estoy seguro de ello
Gracias por esas palabras de apoyo. La historia de Melisa nos demuestra que es necesario visibilizar los casos de violencia, hacer de estas realidades inspiración para otras personas en situaciones similares o para abrir los ojos a quienes no las tienen de cerca. Hacer de las heridas cicatrices de guerra que nos impulsen a cambiar y luchar es uno de los grandes retos del Feminismo.