Calle Corrientes.
Antes que la pandemia nos orillara al confinamiento, tuve la oportunidad de conocer Buenos Aires. Fue a comienzos del mes de febrero, cuando la capital de Argentina me citó entre sus históricas avenidas para estudiar políticas públicas con enfoque de Derechos Humanos. Más allá de lo atractivo que resultó la arquitectura de la Capital Porteña,…
Antes que la pandemia nos orillara al confinamiento, tuve la oportunidad de conocer Buenos Aires. Fue a comienzos del mes de febrero, cuando la capital de Argentina me citó entre sus históricas avenidas para estudiar políticas públicas con enfoque de Derechos Humanos. Más allá de lo atractivo que resultó la arquitectura de la Capital Porteña, la fuerza y organización del movimiento feminista fue lo más asombroso de Buenos Aires.
LA MAREA VERDE
El domingo nueve de febrero, durante una caminata por las calles centrales de Buenos Aires, me encaminé a la Plaza de Mayo. Con el pretexto de rodear el obelisco tomé la calle Corrientes. Fue en un puesto de periódicos en donde encontré el diario Le diplomatique con el encabezado: “Alberto Feminista. Protección social, cuidados, aborto: la agenda de género está en el centro de la gestión del gobierno.” Más allá de la idea que sostengo de que los hombres no pueden ser feministas (aunque sí aliados del movimiento) lo que me resultó atractivo de aquella cortina informativa fue la relevancia política que los feminismos argentinos han logrado.
Al llegar a la Plaza de Mayo una manifestación feminista en pro del aborto se posicionó en una protesta silenciosa frente a la Casa Rosada (que es el Palacio de Gobierno de Argentina), recreando la manifestación de las Abuelas de la Plaza de Mayo. La energía política que se congregó esa noche bajo la bandera azul me hizo pensar en la cantidad de censura que tenemos los movimientos feministas en México. ¿Cuándo se ha visto que aquí, uno de los diarios de mayor circulación tenga en la portada a las manifestaciones feministas, sin destacar elementos accesorios de las manifestaciones, como las pintas o las mamparas rotas? ¿Cuándo se ha visto que en la capital mexicana, un presidente priorice en su Plan Nacional de Desarrollo la agenda feminista? Simplemente vamos tarde, y mal.
MIENTRAS TANTO EN MÉXICO
Ese mismo domingo nueve de febrero, mientras ocurría dicha manifestación en Argentina, en México se registró una de tantas crueldades cometidas contra mujeres. En diversas plataformas digitales se difundieron imágenes del feminicidio de Ingrid Escamilla en la Ciudad de México. Este acontecimiento dio cita a muchas colectivas feministas para exigir justicia al gobierno por todos los casos de feminicidios que se registran a diario.
Los detalles sobre la respuesta del presidente mexicano resultan innecesarios, por lo superficiales que fueron. Sin atender las causas, sin preocuparse por las víctimas, y sobre todo, sin garantizar la verdad, la justicia, la reparación del daño y la no repetición. Aunado a ello, aquí no hubo encabezados en los diarios de circulación nacional que pusieran en primera plana la crítica situación de violencia que padecemos las mujeres todos los días. Y es que las familias de las muertas y las desaparecidas no sólo no son noticia, no son del interés de nadie.
El gran contraste con el ambiente porteño me hizo ver que el discurso oficial en México anula las consignas feministas, normalizando la herencia machista de la costumbre mexicana. ¿Por qué a México le lastima más ver a los monumentos entintados de verde y púrpura que las mujeres asesinadas con crueldad y odio?
INGRID, IN MEMORIAM
Desde aquella caminata por la calle Corrientes, guardo la enorme lección de que algún día tenemos, nosotras las mujeres, que llegar a ser un eje prioritario en la agenda del gobierno de México. Nos sobran asientos rosas en el metrobús y nos falta justicia social verde y púrpura.
Ingrid Escamilla es uno de los nombres por los que este dos mil veinte se reviste de injusticia e inseguridad para las mujeres mexicanas. En memoria de las compañeras que nos faltan hay una lección que nos debe el Estado y es la libertad y justicia social con perspectiva de género. Del Obelisco porteño al Ángel de la Independencia la consigna es: ¡Vivas nos queremos!
