Alberta llegó a deshoras.
—Luis, llévame con doña Porfiria porque ya va a nacer la criatura. Desde antenoche siento mi espalda adolorida, pero hoy de plano ya no aguanto. El miércoles seis de junio de 1941 el señor Luis llevó a su esposa con la partera del pueblo, su segunda hija estaba por nacer. Fue un embarazo diferente al…
—Luis, llévame con doña Porfiria porque ya va a nacer la criatura. Desde antenoche siento mi espalda adolorida, pero hoy de plano ya no aguanto.
El miércoles seis de junio de 1941 el señor Luis llevó a su esposa con la partera del pueblo, su segunda hija estaba por nacer. Fue un embarazo diferente al de su primogénito, pues la forma de la panza era mucho más redonda y grande.
—Ahora sí Josefa, pujale con ganas, esta criatura ya asomó su cabeza.
— ¡Aaaaah! ¿Ya la tiene en sus manos? Agárrela bien, no la suelte.
— Aquí está tu criatura, Josefa.
— Gracias, doña Pila
Inmediatamente después de parir, Josefa descansaba con su bebé en brazos en el catre de la pieza de partos en la casa de doña Pila. A los pocos minutos entraron sus dos cuñadas y su suegra; y comenzó la discusión por el nombre.
—Carmelita se va a llamar.
Dijo la suegra terminando tajantemente la discusión.
— ¡Carmelita! Que chulo nombre para esta criatura, a mi esposo le va a encantar, suegra.
Doña Pila entró a la pieza en medio de la celebración del nombre para avisarle a Josefa que por la noche ya podría regresar a su casa; sin embargo, a media tarde, Josefa comenzó a quejarse de dolores en el vientre.
— ¡Ay! Doña Pila, es como si estuviera otra vez en trabajo de parto.
— Déjame ver muchacha.
Doña Pila comenzó el tacto en el sexo de Josefa y sintió otra cabeza.
— Hija, ahí tienes otra criatura. Puja, puja.
Así fue como entrada la noche Josefa dio a luz a una segunda bebé. Durante nueve meses ella y don Luis esperaban sólo a una hija. Los ultrasonidos y el acompañamiento ginecológico del embarazo no era algo común en la provincia mexicana a principios de la década de los cuarenta. Un poco más noche llegó don Luis a ver a su esposa a casa de doña Pila.
—Hola, Chepita ¿cómo está mija?
—Luis, venían dos criaturas. A la madrugadora tu mamá le puso Carmelita y la segunda aún no tiene nombre.
—Esta última es como el tren que llega ya a deshoras de la noche. Se llamará Alberta.
El día en que Josefa y Luis llevaron a sus mellizas al registro civil del municipio, el secretario asentó en un acta de nacimiento el registro de las dos bebés, bajo el argumento: “Solo damos un acta por embarazo”.
Legalmente era una sola bebé con el nombre “Alberta y Carmelita”. Analizando las condiciones económicas, políticas y sociales de México en la década de los años 40, la industrialización y el desplazamiento social de las zonas rurales a las urbanas fueron causas de la concentración de la riqueza en determinadas zonas de México.
Por lo que se refiere a las zonas rurales del sureste mexicano, la década de los cuarenta estuvo muy limitada en la distribución de conocimiento, en el mejoramiento del gobierno y de las líneas de comunicación. En este contexto crecieron Alberta y Carmelita. Eran dos niñas muy activas y sonrientes, detrás de sus orejas colgaban un par de trenzas sujetadas con listones improvisados de la ropa desgastada por el tiempo.
Cuando llegaron a la edad de cinco años, Carmelita enfermó de neumonía, la medicina tradicional resultó insuficiente para mantenerla con vida, ni el boticario, ni la lejanía del hospital general del estado hicieron posible que carmelita sobreviviera.
—¡Oiga comadre! Esas son campanas de difunto. ¿Quién habrá muerto?
—La hija de don Luis y Chepita, una de las cuaches.
—¿Cómo? ¡No me diga eso! Pobre angelito.
De aquella muerte sólo supo el pueblo. Alberta era legalmente las dos por haber tenido acta de nacimiento compartida. No hubo acta de defunción ni cualquier otra constancia que diera prueba de la existencia de Carmelita. Así sucedió en las décadas consecuentes en aquel pueblo de Luis y Chepita. La informalidad legal que México tuvo en cuanto al registro de los nacimientos invalidó la existencia de una niña, sepultando en el archivo fantasma la anécdota de una niña que falleció por la falta de acceso a los servicios de salud, limitada por el territorio y el sistema de clases que configuran una nueva forma de ejercer violencia en contra de los derechos de las personas.
